martes, 31 de marzo de 2009

Vive con paciencia

–Papi… dale, levantate. Dale, dale...
–Mhhhh...
–Dale, vamos a comprar los recuerditos que vimos en ese lugar...
–¿Mhhh? ¿Ahora, Bebi?
–Sí, y después, nos podemos sentar en el barcito de la esquina a tomar un café y leer el diario...
–¿El diario? Mhhh-mm...
–Sí, papi... a vos te gusta leer el diario conmigo, dale, dale...
–Loli, estoy cansado... Peor, estoy muerto. Dejame yacer acá un ratito más en mi sepultura entre las sábanas...
–¿Taz muerto, en zerio?
–Sí, mirá como estoy... Aggghhh –cuando El Profe hace caras, es para matarse de risa.
–¿De qué estás cansado, mi amor?
–¿De qué estoy cansado? ¿De qué estoy cansado? ¿En serio me lo preguntás?
–Zi... ¿De qué?



–De caminar catorce cuadras de ida por la avenida –más las del hotel hasta la avenida–, cuesta arriba, hasta el puto hotel-museo, esperando entrar, y con lo que me gustan los museos, todo para llegar allá y que la flaca esa nos quisiera robar a punta de pistola $ 50 en concepto de entrada (¡Cincuenta pesos! ¡Jesús, María y José!, como decía mi abuela), para que algún guía mal aprendido viniera a contarnos la fábula que Hitler estuvo en el Hotel Eden, cuando hasta el más pavote de los historiadores sabe que Hitler nunca salió de Alemania para venir a la Argentina... ¿Cómo se creen acá ese cuento?
–Shi...
–¿Shí qué, Lolis?
–Shí, que ez un hotel-p... (eso). Shí, que me acuerdo que el del taxi cuando fuimos a las Siete Cascadas dijo que ese... Hilder...
–Hitler, Princesita, Hitler.
–Bueno, ése, el del bigotito como Chaplin… el taxista dijo que había estado en el hotel Eden.
–¡Sí! ¡En el Hotel Eden de allá! ¡En el de Baviera!
–Bueno, papi, tranquilo que te agitás y te da la arritmia...
–¡Uh!
–¿Y de eso te cansaste? –El Profe levantó un poco la cabeza y me miró. Por suerte no tenía anteojos, y como sin anteojos no ve bien, no puede mirar mal (Ji Ji Ji).
–Y de las catorce cuadras de vuelta, también.
–Ahhh... ¿Tanto te cansó caminar?
–No, mi bichito de luz, Frutillita, Princesita de mis sueños. También estoy cansado de las catorce cuadras de vuelta, de hacerte el amor dos veces, de entrar al restaurante ése del bigotudo simpático que nos prometió comer cabrito y terminé comiéndome la brochette mía...
–Se llama “espada”...
–No, bichi, se llama brochette...
–Pero viene en un fierro que se parece mucho a una espada...
–Sí, mi amor, espada... y me comí también el vacío de tu “espada corrida” que no quisiste, más las dos raciones de papas fritas y las empanadas y...
–Bueno, Papi. Sho te dije que no comieras tanto...
–Beeeeebi... Beeebiiiiii... –dijo, canturreando.
–Shi... –Mjm... (¿Mejor me callo?)
–Y después ir a tomar el helado y después al cyber y después de vuelta caminando al hotel bajo el rayo del sol... Y después de nadar en la pileta con caldo de gallina... ¿De qué puede estar cansado Papi, eh?
–Nu she...
– Haze zueño por eszte lado de la cama... –me dijo, refregándose los ojitos, ¡me lo como!–. Vos, mi chiquita linda, quizás no comprendés porque parece que tenés tanta energía que parece que tuvieras hormiguitas en esa colita hermosha que me tienta y no parás nunca.
–¿Hormiguitas? –levanté una pierna, hice un arco con mi espalda e incliné la cabeza para mirarme la cola desde esa posición de fakir–. ¡No tengo hormiguitas en mi cola, Papi! ¿Qué decísssssss?
–Mhhh-hhh... Quiero descansarrrr
–Bueno, está bien… te dejo descansar. Shi, mi amor... descanse, mi “viejito aplastáu”.
–¡Per-dón! –reaccionó (Ji Ji Ji).
–Amor mío, sueño de mis sueños, mi hombre adorable, mi amante irreemplazable –(mejor la arreglo, Je)–, shi... descanse, mi cielo.
–Gracias, Cushita...
(…)
–Papi…
–¿Mmmm-hhh?
–¿Entonces te puedo leer una reflexión de ese librito que te regalé?
(...)
–Bueno, dale, está bien. Leéme una reflexión –dijo, y sin bufar. El Profe nunca bufa, conmigo.
No le di tiempo a reaccionar. Me levanté de un salto, manoteé el libro de la mesa y volví a la cama. Me senté como un lama y le acomodé la cabeza en uno de mis muslos.
–Te voy a leer esta que se llama “Vive con paciencia”. ¿O preferís esta otra llamada “Consejos para vivir feliz”?
–¿Mhhh-hmmm? No sé... Mhhh... (Zzzz) El primero... (Zzzzz)
–Bueno… leo: “Vive siempre con la paciencia de saber que las cosas de nuestra vida están hechas para que las disfrutemos, para realmente saborearlas como un don y regalo de la vida misma. No dejes que ninguna situación de hoy perturbe tu espíritu. Lo que hagas de corazón, exclusivamente para favorecer a los demás, perdura siempre en las personas que permanecen contigo en esta vida, y en ti mismo, por sobre todas las cosas. No es una tarea fácil, pero la vida te compensará más de lo que supones...”
“Bla, bla, bla…” (Zzzzz) (leyendo como cinco minutos haciendo pausas, con inflexiones de voz, poniendo énfasis, como me enseñaron en el cole). “Nadie dijo que la vida sería fácil, sólo se nos ha prometido que valdrá la pena vivirla. Los amigos son como los globos, que una vez que los sueltas, puede que no regresen. A veces en nuestras vidas agitadas nos olvidamos realmente de qué es hacer lo correcto, y sólo nos detenemos en lo urgente...”*
(...)
–¡Papi!
–¿Ehhh? ¿Quéeee? ¿Quéee pasa? ¡Vino TU MAMÁ!
–¡No, Papi! ¡Es que no me estás escuchando!
–Sí, mi dulzura. ¿Cómo que no?
–¡Tenés los ojos cerrados y estás roncando!
–No, no, no… Te estoy escuchando y estoy meditando al mismo tiempo acerca de tan hermoso texto, con los parpados reclinados hacia abajo y la mirada haciendo introspección... –cuando quiere argumentar para que lo dejen dormir, El Profe es un maestro.
–Mmmm... Yo sigo creyendo que estabas durmiendo.
–No, Loli, en serio... te estaba escuchando pero con el pensamiento lateral... Dejé en libertad mi inconsciente para escucharte mejor...
–¡Uyyy, noooo! ¡No me hagas cuentos!
–No... (Zzzzz) No, mi amorcito... (Zzzzz) Nozonjuentoz... (Zzzz)
–Mejor te lo leo en algún momento en que no estés horizontal, ¿sabés?
–Mmm… pero… pero sho... sho... (Zzzz)
–Ahora date vuelta, dale. Boca abajo y con la espalda para arriba... ¡Dale, dale! –lo di vuelta en la cama a los empujones.
–¿Ehhhhh? ¿Para queee?
–Prefiero darte besitos acá, en la parte de atrás del cuello... ¡Y sacarte todos esos feos puntos negros que tenés! (Ji ji ji ¡Es mío!)
–¡Uyyyyyy, noooo! ¡Duele! ¡Auchhhhhhh!

Lolita

Foto: by Lolita
Texto: * “Querer es poder”, Texto anónimo seleccionado: Vive con paciencia. Recopilación de Fernando Perfetti © 2008 by Editorial Santa María, págs. 60, 61.





sábado, 28 de marzo de 2009

Como en casa

–Papi…
–¿Qué, mi amor?
–¿Viste que bien que la pasamos hoy en ese lugar?
–Ajá, shi.
–¿Te gustó?
–Mucho, mi vida. Me divertí como hace mucho, pero mucho tiempo que no me divertía...
–Yo también. Me encantó bañarme con vos en la pile...
–¿Sí?
–Sí. Y también jugar a la sirenita y el tiburón, aunque me quisieras sacar la bikini delante de la gente...
–Mhhh-hhh. Eso fue porque no quisite tirarte por el tobogán de agua después de hacerme caminar debajo del rayo del sol, y por despertarme de la siesta bajo los árboles porque se te metió en la cabeza que querías ir al tobogán de agua.
–Shí... gueno... Pero vos... vos... ¡vos no me quisiste acompañar!
–Pero si la que se quería tirar eras vos, Loli... ¡Ufa!
–Shi... Pero me dio cosita...
–¿Cosita? ¿Qué cosita? Si parecés una sirenita en el agua...
–Bueno, papi, pero es que, en ese momento no me quería mojar…
–¡Ay, Dios!
–¿Qué le pasa a Dios, Papi? ¿Por qué lo shamás?
–¡Ay que no sé si comerte o dejarte! –dijo, y se incorporó y empezó a besarme todo el cuerpo.
El momento fatal.
Que empiece a besarme todo el cuerpo, me pierde.
(…)
(…)
–Papi... –dije como veinte minutos después, cuando amainaron los temblores de mis muslos y dejó de latirme la pancita.
–¿Mhhh-hhh?
–¿Te gustó lo que me hiciste recién?
–¿Qué, mi vida?
–El “orgis”, Papi... Fue uno muy fuerte... ¡Vos sabés cómo hacerme unos “origs gigantes!
–Sí, mi amor, claro que me gustó –lo escuchaba cómo iba recobrando el ritmo de la respiración–. Mirá como me dejaste…
Estábamos tendidos boca arriba en la cama, con su cabeza recostada en mi pecho y yo entrelazaba mis dedos en su cabello, peinándolo después de haberle secado la transpiración.
Afuera, el sol comenzaba a declinar y la habitación ya se estaba quedando a oscuras.
–Bebi… –dijo de repente.
–¿Qué mi vida?
–¿Vos me querés mucho?
–Claro, mi cielo. Te amo mucho, con todo mi corazón.
–¿Musho, musho?
–Sí, musho, musho, musho-re.
–Pero ¿cuanto?
–Mucho, mucho, mucho como... ¡Mmm..! –me llevé un dedo a la frente, como si estuviera meditando seriamente la respuesta–. ¡AZÍ! –le contesté, abriendo los brazos, para que supiera que era mucho, mucho.
–Y... Lolis...
–¿Qué, mi vida?
–¿Hasta dónde?
–¿Hasta dónde qué, amor mío?
–¿Hasta dónde me querés?
–Mmmm... a ver... ¿Viste el horizonte?
–Shi.
–Bueno, hasta el horizonte... porque nunca se termina...
–Ah... ¿Hasta ahí?
–Sí... y más allá.
–Ah...
–Muaaaaa –cuando El Profe se pone así de tierno, me derrito.
–Y... ¿No es muy cerca el horizonte?
–Bueno, también te quiero más lejos...
–¿Zi? ¿Maz? –cuando me habla con la “z” o con la “sh”, me dan ganas de comérmelo a besos.
–Sí... ¿Viste el Universo?
–Mhhh-hhh...
–Bueno... ¿Viste que al fin del Universo hay una esquina?
–¿En zerio?
–Sí, claro... es la esquina antes que el Universo doble... Bueno, hasta ahí te quiero, hasta la esquina del universo.
–¡Uh! Eso es muy lejos, ¿no?
–Sí, mi viddddda.
–Ah... y... y tonzez, zi me queréz hazta ahí... ¿Vos me vas a cuidar siempre? –tengo que aclarar que a Papi, a veces suelen darle esos ataques de mimos crónicos. Confieso que a mí también.
–Sí, mi vida, siempre.
–¿Aunque sho… sho... sho sea muy viejito? –dijo, y se tapó los ojos con los puñitos cerrados, como avergonzado.
–Ajá –le dije, tomándole la cara con las dos manos y besándolo en los labios–. Y siempre te voy a despertar con besitos para que cuando abras los ojitos lo primero que veas sea lindo, y te voy a acariciar el pelo así…
–¡Qué nindo!
Lo besé en la frente y en el pelo.
Nos quedamos en silencio…
(…)
–Papi…
–¿Mhhhh-hhh?
–¿Qué te parece si nos levantamos y nos vestimos para salir? –le pregunté.
El Profe se incorporó, apoyándose sobre los codos y me miró, con esos ojitos perplejos de niño que tiene.
–¿Ahora? –preguntó–. ¿Por qué justo ahora?
–Es que, Papi... sho... sho... sho tengo mucha hambrecita. Vení, escuchá –le tomé la cabeza hasta que apoyó su oído en mi vientre–. Mirá cómo me haze ruido la pancita...
–Loli... –dijo, sin levantar su cabeza de ahí.
–¿Qué?
–Sho también tengo hambre –dijo, y se rió.
–Bueno… ¿Qué pinta? –le pregunté.
¡"Como en casa"! –dijimos los dos al mismo tiempo.


Media hora después, estábamos sentados en nuestra mesa preferida, esa que se ve al fondo, debajo de los tres cuadritos –la misma que usamos cada vez que íbamos a almorzar o a cenar–, zampándonos una mayonesa de atún, y esperando que nos trajeran nuestro rissotto con azafrán, pollo y arvejitas, El Profe tomándose su vinito preferido y sirviéndome mi Coca light con hielito cada vez que veía mi copa vacía.
Pintó “Como en casa”, nomás.

Lolita

Foto: by Lolita


viernes, 27 de marzo de 2009

¡Pintó pileta!

–¡Papi! ¡Papi! ¡Paaaa...! Dale, despertate, dale, dale...
–Mhhhfffggzzz ¿Dzé paza, Loli?
–Dale, despertate… Mirá qué linda tarde de sol... dale, vamos a la pile, dale...
–Mhhhfffzzz... Perá que me dezpiedte, Loli... ¡Uh!
–No, dale... vamos, sé buenito, ¿shi?
–¿Qué, Loli? ¿Para qué me despertás? Un ratitito más... azí ne shiquito –supliqué.
–No, papi, dale... ¡Pintó pileta! –dijo ella, abriendo la persiana como el doctor van Helsing tratando de neutralizar a Drácula, que no tolera la luz del sol.
Así fue como me despertó Lolita de la siesta de nuestro primer día de mini-vacaciones en el hotel, sacándome la almohada de debajo de la cabeza, montándose a caballito, acariciándome el pelo con una mano y tironeándome de un brazo con la otra.
En mi descargo, puedo decir que las razones de mi remoloneo se debía a varios factores, entre los que puedo mencionar: haber trabajado hasta una hora antes de abordar el micro, correr a la terminal, llegar con la lengua afuera dos minutos antes de la partida del ómnibus, haber tenido que aguantar a todos los compulsivos de la in-comunicación que usan el celular a la noche en un micro de larga distancia, haberme despertado en mitad de la noche con la sensación de que el condenado vehículo se zarandeaba y haberme quedado insomne como cinco horas, para cabecear apenas cuando ya despuntaba el sol, encontrarme con Lolita que me esperaba ansiosa en la terminal yendo de un lado para otro, cargar con el equipaje, la bolsa con el regalo especial para ella, experimentar las emociones y efusividades del encuentro, tomar el desayuno juntos como si estuviésemos por perder el último tren a Yuma, salir corriendo a sacar los boletos para el micro que nos llevaría a nuestro lugar de vacaciones, sentarnos en la última fila y que Lolita empezara con sus arrumacos y travesuras que terminaron tal como lo leyeron en el post de nuestro blog de al lado (el rincón guarro) con Lolis arrodillada entre los asientos (todo eso a las nueve y media de la mañana) tomándose un segundo desayuno a mis expensas y yo tratando de poner cara de “acá-no-pasa-nada” pese a que “ahí-pasaba-de-todo”, caminar cargando mi equipaje (al que se sumó el de Lolita), llegar al hotel, adoptar la actitud más apropiada de “no-sé-qué-tiene-de-extraño-una-pareja-como-la-nuestra” ante la mirada inquisitiva de la dueña del hotel y de la mucama que nos acompañó hasta el cuarto, llegar a la habitación, tirar el equipaje sobre las camas y zambullirnos en la de matrimonio arrancándonos la ropa porque Lolita, en ciertas ocasiones muy especiales, como esa de nuestras mini-vacaciones, se pone muy demandante, estar a la altura de las circunstancias comprendiendo que a la edad de ella uno quiere a cada rato, vestirnos una vez terminada la sesión matutina de arrumacos, quejiditos y efusividades, para salir corriendo a almorzar porque desfallecíamos (después, siempre nos da hambre), volver al hotel por la vereda de la sombra porque el sol picaba fuerte, llegar a la habitación y... ¡otra vez Lolita dispuesta a las caricias, los besos y todo eso..! ¡Uffffffff!
¿Cómo hace uno para abrir un ojo cuando apenas ha echado una cabezadita de una hora de siesta después de semejante carrera?
–Dale, papi... vamos a la pile... Dale, dale...
–Sí, Loli, vamos –dije, rodando por la cama hasta encontrar el vacío, buscar el short de baño y el toallón y arrastrarme hasta la puerta.
Fuimos.
Ni un alma en la pileta.
Nosotros dos solos.
“Acá pasa algo extraño y no sé qué es”, recuerdo haber pensado.
Y en el segundo siguiente, el grito de Lolita, parada en el borde de la pileta, mirando el agua verdosa con aspecto de caldo de gallina. Cabe aclarar que el folleto la promocionaba como “Pileta con agua climatizada inserta en el parque de añosa arboleda”, de manera que no fue necesario ni siquiera correr el riesgo de tocar el agua para comprobar que tenía la temperatura del caldo de gallina.
–Paaaaaaaaaapi!
–¿Qué pasa, mi amor?
–¡Puaj! –dijo Lolita, señalando con su dedo índice el agua. Las expresiones gestuales y sonoras de Lolita ante ciertas circunstancias son por demás elocuentes–. ¡Esto es un asco, papi!
Estaba en lo cierto. Era un asco.
Véanlo por ustedes mismos.


Lolita suele andar con su cámara de fotos de acá para allá y en todo momento, de manera que ni lerda ni perezosa tomó esta instantánea de la tan promocionada “pileta con agua climatizada inserta en el parque de añosa arboleda”.
Estuvimos unos minutos caminando por las tablas descoloridas del borde (que en el folleto del hotel aparecían lustradas y pintadas con lo que debería ser laca marina), sin poder creer lo que estábamos mirando, con la sensación de intensa frustración que nos acomete cuando nos hacemos demasiadas ilusiones acerca de algo que después resulta no ser lo que se esperaba.
Claro que la cosa no quedó allí.
Lo que en otro momento hubiera sido un tema casi intrascendente, pasó a ser un asunto personal, y no sólo por Lolita que soñaba con jugar a la delfinita y al tiburón en el agua, sino que me afectaba personalmente por haberme hecho ilusionar, por haber interrumpido mi siesta para darme un chapuzón y porque los folletos y las fotos de Internet, excepto en muy honrosas ocasiones no tienen nada que ver con lo que uno se encuentra en la realidad. Para colmo de males, ni se nos había ocurrido llevar la dirección y el teléfono de alguna asociación de Defensa del Consumidor, porque ¿a quién se le ocurre llevar esos datos cuando sale de vacaciones?
De manera que, tratando yo de remitir la cólera que me corroía, volvimos con Lolita al interior del hotel y encaré a la dueña (haciendo un esfuerzo para no empezar a los gritos) que estaba haciendo vaya uno a saber qué cosa, mientras sus hijitos –si es que no eran sus sobrinitos–, jugaban en la computadora que se supone que está para actividades laborales del hotel, razón por la cual en ese momento comprobé cuál era la causa por la que nunca contestaron a mis correos electrónicos de reserva, lo que me dio más bronca todavía. ¡Uh!
–Perdooo-ón... –dije, en el tono más suave que pude, dadas las circunstancias.
–Pseee –me contestó la señora, casi a la desgana (Lolita llama a esa actitud “ser un aplastáo”).
–La piscina... –empecé a decir.
–¿Laaaaquee? –me interrumpió la mujer, como si le hubiera hablado en chino cantonés.
–Piscina... ¿Pileta? ¿Lugar para nadar?
–¿Quee pasa con la pileeeeeta? –preguntó, con tonadita serrana y cara de pocos amigos, porque se ve que no le gustó mi tonillo de profesor dirigiéndose a un alumno que ni sabe de qué va la materia y quizás porque nos había tomado ojeriza desde que nos recibiera esa mañana. Si se trataba de eso, infiero, quizás se debía a un ataque de prejuicios en su estado más puro.
–Digo... La piscina o la pileta, como usted quiera... ¿La van a limpiar?
–¡Ayyyyyy, nooo seee! –respuesta de la señora, con una expresión parecida a la que hubiera adoptado si le hubiese preguntado si no sabía adónde podía encontrar en los alrededores a un Tiranosaurius Rex vivo y domesticado.
–¿No sabe si está limpia? ¿No sabe si la van a limpiar? ¿No sabe si hace mucho que no la limpian? –me temo que fueron demasiadas preguntas todas juntas para esa buena mujer, porque abrió la boca para decir algo, pero me parece que se lo pensó mejor e intentó salir de la encrucijada tirando la pelota afuera de la cancha.
–¡Ay, noo see! Hevisto queandaaaba por aacá eldemantenimiento –dijo, como si esa fuera una respuesta válida y "eldemanteniimento" fuera el responsable absoluto de las condiciones higiénicas de la piscina y sus alrededores.
–Ah, claro –contesté, asintiendo con la cabeza–. Pero, ¿la van a limpiar o no?
–¿Estaaá suuucia? –preguntó, como si ella no la hubiera visto desde la temporada anterior o como si en vez de ser una de las dueñas del establecimiento, fuera una tía recién llegada desde Kiev, Ucrania.
–¡Nooooooo! ¡Qué va! –dije, y ahí, en ese punto, me salió esa veta humorística que me permite, a veces, decir ciertas cosas y hacer otras que podrían acarrearme consecuencias severas si las dijera o hiciera con tono solemne–. Mire: lo que podemos hacer, señora –sugerí, con mi sonrisa más encantadora–, es conseguir unas cuantas docenas de paquetes de fideos “Cabellos de Ángel” y entonces, ya tiene solucionado el primer plato de esta noche para los que contrataron el servicio de pensión completa: sopa de Cabellos de Ángel.
Nunca supe si esta buena mujer la cazó, si comprendió la ironía, o si se dio cuenta siquiera que estaba siendo tan sarcástico que daba náuseas. Creo que no.
Eso sí, que me miró mal no hay duda porque Lolita, que es muy perceptiva, me tomó de la mano y me dio un ligero apretón con sus largos y finos deditos de pianista, que yo interpreté como un elocuente mensaje que decía: “Papi, vamos, dejala... ¿Qué vamos a hacer?”
Por supuesto, esa tarde terminamos sin poder jugar a la sirenita y al monstruo marino y tuvimos que conformarnos con una ducha en el baño de la habitación (hay que aclarar que el baño estaba reciclado a nuevo y era bastante confortable) antes de salir a dar la vuelta obligada por la Main Street de ese encantador pueblito serrano, paso previo a ir a cenar como en casa en un restaurante de nombre ídem y atendido por sus dueños, que nos recomendó el pibe que expendía combustible en la estación de servicio del Automóvil Club Argentino quien –y esto es una sugerencia para los ocasionales turistas–, por lo general es el que más y mejor sabe orientar a los forasteros acerca de los lugares donde se come bien sin que le arranquen la cabeza a uno a la hora de pagar. Si el forastero le cae en gracia, claro. Se ve que nosotros le resultamos amigables, porque nos recomendó dos lugares, a cual mejor.
Pero volviendo al tema de la piscina, parece ser que la señora algo de voluntad tenía, porque dos días después, poco antes que se desatara una tormenta con granizo que arrasó a un pueblo entero a unos kilómetros de donde nosotros estábamos, nos llevamos la grata sorpresa de comprobar que habían cambiado el agua climatizada de la piscina (o pileta, o cacerola de cemento llena de caldo de gallina tibio) y con Lolita pudimos zambullirnos –asomando apenas la cabeza porque afuera el vientito estaba más bien frío–, nadar y jugar a la sirenita y el monstruo marino que trata de arrancarle la bombachita de la bikini a la sirenita, durante un buen rato antes que se desatara la tempestad.
Y esa, estimados amigos y vecinos de la blogsfera, fue sólo la primera de algunas tribulaciones de nuestras mini-vacaciones.
Que no todo tiene porqué salir de maravillas, qué joder.

El Profesor

Foto: by Lolita

jueves, 26 de marzo de 2009

Atuendo

–Papi...
–Mhhh...
–¿Te dije que me gusta ver cómo te afeitás?
–Sí, mi princesita.
(...)
–Papi...
–¿Mhhh-hh?
–¿Hoy vamos a cenar a ese lugar tan pipí-cucú como decís vos?
–Ahá.
–¿Cuál te gusta más?
–¿Cuál me gusta más de qué, Loli?
–El short blanco o el de jean con la remera “pupera”?
(...)
–Nu shé...


–Entonces me pongo el de jean, con la remera "pupera".

Lolita

Foto: Lolita

jueves, 19 de marzo de 2009

Mini-vacaciones

–Papi...
–Mhhh-hhh
–¿Guardaste mis bombis de encaje y el conjunto de la vaquita?
–Ahá.
–¿Y el cardigan azul que era tuyo que me regalaste, por si hace frío?
–Mhhh-hh.
–¿Tu suéter escocés con rombos? No quiero que te resfríes...
–Sí.
–Papi...
–Mhhh…
–¿Te acordaste de dejar dos barritas de cereal para el desayuno cuando bajemos del micro?
–Ajá.
–¿Y la planchita para el pelo, te la di?
–Sep.
–¿Tus aspirinas?
–Seee.
–¿La pastilla para la digestión?
–Sip.
–¿La cami
sa de jean que sho te regalé?
–Ya está guardada...
–¿Tus mermuditas blancas?
–Sipis.
–¿Y el short para la pile que sho te regalé?
–Claro... no me voy a meter en boxer...
–¿Por qué no? Tene agujerito... (Ji ji ji)
–Loli... es un lugar público. ¿No te parece que van a tener algo que decir?
–¡Ufis!
–Dale... Nada de trompita...
–¿La remerita azul?
–Ajá.
–¿Y la rosa?
–Seeee...
–¿Las Topper?
–Ajá.
–¿Y mis ojotitas para la pile?
–Junto con las Topper, Loli.
–Mjm...
–(...)
–Papi...
–Mhhh-hhh
–¿Y el gel de Aloe Vera? ¿Lo pusiste? Acordate que cuando fuimos al lago, de sólo caminar te pusiste colorado como un tomate...
–Gel de Aloe Vera, sí. Lo guardé.
–¿Y la esponjita rosa?
–Sip.
–¿Me vas a lavar la espalda con la esponjita rosa?
–Sí, corazoncito.
–Papi...
–¿Quép?
–¿Dejaste una aspirina para el desayuno afuera?
–Sipi.
–Ah...
–Está todo, quedate tranquila.
–¿El toashón para la pile?
–También.
–¿Y mis shorcitos que vos me regalaste?
–Seeeeeeee...
–¿Tu perfume?
–Ajá.
–¿Y el mío?
–Entre la ropa, para que no se rompa.
–Ah...
(...)
–Papi...
–¿Mhhhh?
–¿Cómo aprendiste a hacer las valijas y que entren tantas cosas?
–Años de viajar, Loli. Años de hacer valijas...
–Ah, sí, claro. Shá se.
–(...)
–¡PAAAAAAAAPIIIIIIIIIIIII!
–¿Qué pasa, mi cielo? ¿Por qué gritás así?
–¡Te olvidaste de guardar las palabras cruzadas, la Cosmopolitan y la Seventeen! ¿Me olvidé de dártelas?
–No, Lolis. No. Ya las guardé. Están en el bolsillo con cierre.
–¡Ufa! Bueno... Papi...
–¿Quép?
–¿No saludamos antes de irnos?
–Y sí. Es de buena educación, Loli...
–¡Nos vamos hasta el miércoles! (Lolita)
–Hasta la vuelta, y cuidensén, como decía Inodoro Pereyra. (El Profesor)

Lolita y El Profesor

miércoles, 18 de marzo de 2009

Para los que juzgan

Para los que juzgan con facilidad:

No pienses que porque soy débil busqué un hombre mayor. Precisamente porque soy lo suficientemente fuerte tengo la valentía de asumir esta relación y de ser su sostén, su calma y su paz cuando su día no ha sido del todo bueno.
No imagines que asocio amor con dinero. Yo no estoy con él por lo que tiene, sino por lo que lleva en el alma y el corazón. Mi mayor tesoro es la hermosura de sus gestos y actitudes. Yo no espero regalos, sólo busco nuestra felicidad.


No te lamentes pensando que estoy echando a perder mi vida. Amar a un hombre mayor, aprender de su experiencia, escucharlo, divertirme a su lado y sentirme feliz es mucho más saludable para el cuerpo, la mente y el alma, que algunas prácticas adolescentes bastante destructivas.
No creas que la paso mal intentando entender sus manías, sanando sus heridas pasadas y secando sus lágrimas a veces. Justamente es eso lo que me hace sentir útil. No hay cosa más linda para una mujer que tener un hombre vulnerable y sensible en sus brazos.
No enumeres las cosas que no puede hacer, más bien fíjate en las que sí puede y disfruta hacer y que no están entre los gustos adolescentes: detenerse a ver libros, leer el diario, ir a comer a restaurantes finos, conversar de manera fluida con mi papá, cocinar para mí y disfrutar de la buena música. Pero además nada le impide ir al parque de diversiones, al cine, a un local de comidas rápidas, a los juegos del Shopping, a pasar un día de campo y bañarse en el río.
No supongas que por la diferencia de edad no podemos tener cosas en común. En realidad somos tan parecidos en nuestra esencia que hasta el día de hoy me sorprendo de que podamos entendernos tan bien y complementarnos a este punto. Y no es sólo mi punto de vista, sino el de más de uno que se precia de conocerme bien.
No te apures a juzgar sus intenciones con una adolescente. Es un hombre tan bondadoso, generoso de espíritu y mimoso que cuando lo veo, lo siento o lo escucho se me derrite el corazón al calor de tanta ternura.
No te pongas a imaginar el futuro más triste para nosotros. Si tenemos un hermoso presente la vida se encargará de regalarnos un buen futuro, a pesar del paso del tiempo. Si el amor es muy fuerte, no hay dificultad que lo detenga o lo haga claudicar.
No cometas todos estos errores, por favor.
No seas tan ruin. Te hace mal, ¿no te habías dado cuenta?

Lolita

Foto: © Massimiliano Uccelletti

martes, 17 de marzo de 2009

Vencer al miedo

–Loli...
–(...)
–Loli, por favor, vamos, no estés así.
–(...)
–Lolita, mi cielo, Frutillita, mi dulce Princesita... Vamos, no es necesario que te sientas así. Es una ilusión. Un espejismo... Sólo ocurre adentro tuyo.
–(...)
–A ver, mi dulce niña... Vamos, soltá todo ese dolor. Dejá que salgan las lagrimitas. Llorar hace bien cuando estamos tristes o tenemos miedo, mi amor.
–(...)
–¿Querés que te cuente algo?
–S-shi... (¡Snif!)
–Bien. Escuchá: cuando los seres humanos sentimos miedo, tenemos dos formas de enfrentarlo: una, la más sana, es llorando. Llorar hace bien, porque las lágrimas se llevan todos los venenos del alma, mi amor... ¿sabías?
–Nu... (¡Snif! ¡Snif!).
–Sí, mi cielo. Llorar hace que no saquemos las garras y nos volvamos crueles. Nos lava por dentro, nos saca la congoja, se lleva el rencor y nos aleja de esos deseos de revancha que sentimos ante la injusticia, mi pequeña. Así somos los humanos: ante el miedo reaccionamos de dos maneras: o atacando, como hace ella, o llorando, como hacés vos. Es más sano llorar.
–¿S-shi? (¡Snif)
–Sí, mi cielo. Créeme. Yo no te miento, y vos lo sabés.
–Shi...
–Entonces, si tuviste una sesión dura con tu “locóloga”, hablando de las cosas que hace ella, es comprensible que te sientas mal... ¿Ves?
–Mjm...
–Pero tampoco es bueno sentirse tan mal. ¿Sabés? A veces, cuando miro para atrás, no puedo creer qué rápido se me pasaron tantos años. Y cuando recuerdo, me da un poco de fastidio mirar cuántos días de mi vida desperdicié con dolores que no eran, al fin de cuentas, tan graves. ¿Comprendés?
–Mjm... Shi... (¡Snif!)
–A ver… dejame que te seque esa lagrimita. A ver... mostrame la caruchi, ¿zi?
–Shi...
–Yo me imagino que ahora sentís que no es justo, que alguien tendría que pararla, que no puede ser así, que no tiene derecho a ser tan perversa y a joderle la vida a todos, ¿eh?
–(...)
–Loli, mi cielo...
–Shi...
–¿“Shí” qué, bonita?
–Shí, que siento eso...
–Ah, claro.
–¿Y vos cómo podés saber qué siento?
–¡Oh! Eso...
–Shi... “eso”.
–Es que yo, alguna vez, sentí lo mismo o parecido, ¿ves?
–Mjm.
–Y con el paso del tiempo, me di cuenta que no sirve para nada amargarse tanto. Porque cuando te amargás, es un día que se pierde. Y tenemos tan pocos días en esta vida, Loli.
–Ah.
–A ver... dejame que te seque todas las lagrimitas, ¿me dejás?
–Shi... (¡Snif!)
–Así, ¡muy bien, mi niña! Y ahora te voy a enseñar otra cosa, ¿querés?
–Shi...
–Bueno, a ver, dame las manos que te ayudo a salir de ese sillón, ¿dale?
–Mjm...
–Dale, vamos, dame la mano... ¡Eso! ¡Muuuuy beeen! Vení, vamos a la camita.
–Shi...
–Ahora tendete boca arriba, las manitos al costado del cuerpo, los ojitos cerrados pero sin fuerza, las piernitas bien extendidas, el cuerpito relajado y empezá a respirar como te digo... Tomás aire por la nariz... mucho, mucho, mucho... más, un poco más...
(...)
–Y ahora, mientras sentís mi mano en la pancita que te acaricia.. lo largás así: ¡Puffffffffffffffffffffff!
¡Puf!
–No, no vale hacer trampas... Hay que largarlo todo... a ver, otra vez... Tomás aire por la nariz mucho mucho mucho.... eso... y lo largás ¡Pufffffffffffffffffff!
¡Pufffffffffffffffffffff!
–¡Muy beeeeeeeeeen, Lolis! ¡Así! A ver otra vez...
¡Mhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhssssssssssss!
–Y ahora...
¡Puffffffffffffffffffffffffffff!
–¡Eso! ¡Así!
(....)
–Papi...
–¿Qué mi vida?
–Ze me jue el dolor de la panza.
–Claro, mi niña, claro.
–¿Te puedo pedir algo, papi?
–Lo que quieras, mi amor.
–¿Me hacés cucharita con una mano en la pancita y otra en las tetis?
–Sí, dulzura. Dale, vení acá, a ver... acá, entre los brazos... eso... así.
(...)
(...)
–Papi...
–Mhhh-hhh...
–Papi, ¿te numiste?
–Mhhh-hhh zhi...
–Gracias por enseñarme a vencer al miedo... papi.
–Mhhh-hhh...enada...
–Papi...
–Mhhhhh
–Te amo.
–Mhh zi, angelito... Yo te amo a vos...
–¡Si mi mamá supiera que sos así..!

El Profesor

Foto: © Katia Chausheva

lunes, 16 de marzo de 2009

Cuestionario

Respuestas al cuestionario de Paula de Bera


1- Estilo de música: El pop, los melódicos y la música romántica. ¡Me encanta! Podría estar escuchándola una y otra vez mientras pienso en mi Profe.

2- Una película: “Otoño en Nueva York”, “Titanic” y otras tantas de amor.

3- Una serie: La verdad, no miro televisión. Desde chica que no tengo el hábito de estar sentada horas perdiendo tiempo frente a ese aparato.

4- Una canción: “Lo mejor de tu vida” de Julio Iglesias, “Santo pecado” de Ricardo Arjona, “Poco antes de que den las diez” de Serrat. ¡No pude elegir solo una!

5- Un libro: ¿Por qué solo uno? Soy fanática de la lectura y tengo varios: “Mi planta de naranja lima”, “La sombra del viento”, todos los “Harry Potter” y otros tantos.

6- Libro actual: “Manhattan perfecto” de Leanne Shear y Tracey Toomey.

7- Último libro leído: “Sandra” de Ariel Magnus.

8- Un mal día: Cuando estoy lejos de mi amor, cuando veo a mi mamá discutir con mi papá o logra hacerme llorar a mí, cuando me aburro.

9- Una profesión: La economía, la literatura.

10- Un sueño: Tener una vida de realización plena, con todas mis aspiraciones cumplidas y viajar por el mundo con mi Profe.

¡Gracias Paulita! Besitos

Lolita

Cuestionario

Respuestas al cuestionario de Paula de Bera

1- Estilo de música: Toda, menos cumbia, cuarteto y toda ésa mélange a la que llaman “música”. Ópera, sinfónica, de cámara (¿Qué sería la vida sin Bach?), Serrat, Queen, Bebo & Cigala, Enya, Juan Luis Guerra... ¿Tengo que seguir? Me gusta la música, la que se define por sus silencios.

2- Una película: El Padrino (las tres y la saga que tienen muy pocos), Kill Bill... ¡Uh! ¡Son tantas! (¿Por qué una sola?)

3- Una serie: “Los Soprano” (sólo en DVD, no miro televisión)

4- Una canción: ¿Cuántas tengo que elegir? ¿Una sola? A ver... veamos... “¿Bachata Rosa?”, “Antes de que den las diez”, “Una mujer desnuda y en lo oscuro”? ¿Qué se yo?

5- Un libro: “Filosofia, historia y vida”, de Will Durant; “Pensamientos”, de Marco Aurelio; “El arte de la guerra”, de Sun Tzu; “I Ching”... ¿Por qué uno solo?

6- Libro actual: “El mundo sin fin”, de Ken Follet (me faltan 342 páginas de las 1178 que tiene, pero estoy leyendo nueve a la vez.

7- Ultimo libro leído: ¿Cuál de los cinco últimos? A ver... “Aquel apogeo. Política internacional argentina 1910-1939”, de Juan Archibaldo Lanús. ¿Está bien? Lo tuve que leer todo en tiempo record, para una tesis de postgrado.

8- Un día mal: Un día más sin dormir abrazando a Lolita (y lo escribo bien en serio).

9- Una profesión: Historia y su mamá, la Filosofía. La literatura (vivo de ella).

10- Un sueño: Creer, como aquel muchachito que fui, que el amor es real, que existe y que persiste. Que los ángeles son reales y que las almas gemelas terminan encontrándose.

Gracias por el premio, Paulita.

Lolis: te toca a vos, mi niña.

El Profesor

domingo, 15 de marzo de 2009

Compañeras del cole

–Papi...
–Mhhh
–¿Te acordás de mis compañeras de cole?
–Mhhhh-hhh
–Dale, contestame.
–Sí, mi vida. Claro que me acuerdo.
–Bueno... ¿viste que con la única que me llevaba bien era con Betiana?
–Mhhh-hh...
–¿Te acordás quién era?
–Pseee...
–A ver.. a ver... ¿quién era?
–La que en la fiesta de fin de curso tenía el vestido azul eléctrico y el collar de strass que se le perdía en esas tetas descomunales que tenía.
–¡Paaaaaaaapiii! ¿Qué decis?
–Que era tetona. ¿O no?
–Mjm... sí, bueno. La verdad, sí, era... bueno, es tetona.
–¿Viste?
–Papi...
–Mhhh...
–Dejá de leer y escuchame. Mirame. Dale, dale.
–Para escucharte no necesito mirarte, Princesita.
–¡No! ¡Escuchame y mirame!
–Bueno... dale, te escucho con las orejas y te miro con los ojos. ¿Qué pasa?
–Y... ¿te acordás de María Lía?
–Mhhh-hh
–¿Quién era, a ver, a ver?
–La histérica. La que en tu fiesta de fin de curso tenía un vestido color fucsia, la boca como un buzón pintada de colorado y la flor plateada en el pelo...
–¡Paaaaaaaaaapi!
–¿Qué? ¿No es cierto? ¿No tiene la boca como un buzón? ¿No se la había pintado de colorado? ¿No era la ridícula que tenía una flor plateada en el pelo? ¿No tenía un vestido color fucsia? ¿No histeriqueaba con todos los chicos?
–Mjm... Bueno, shi...
(...)
–Papi...
–¿Mhhh-hhh?
–¿Viste que hoy me llamó por teléfono Betiana?
–Ahá.
–Bueno... me dijo que "pinta" encontrarnos para salir y contarnos
“nuestras cosas” y después ir a un boliche...
–Ahá.
–¿A vos no te molesta?
–¿Qué, mi pequeña?
–Que salga con las chicas...
–¡Pero no, mi chiquita! ¿Por qué habría de molestarme?
–¿En seriooooooo?
–Ahá. ¿Alguna vez bromeo con las cosas serias?
–¿Y vos qué vas a hacer?
–¿Qué voy a hacer cuándo, mi cielo?
–Cuando yo esté con las chicas...
–Cenar... trabajar un poco y seguir leyendo este libro... ¿Por qué?
–Ah... No, por nada.
–Mhhh-hhh.

–¿Y después?
–¿Después de qué?
–Después de leer el libro...
–Después, irme a dormir.
–Ah... Papi...
–¿Mhhh-hh?
–¿Y si no podemos entrar al boliche?
–“Pintó” –como decís vos–, “El Rey del Choripán” en el parque, como hicimos nosotros, ¿te acordás?
–¡Uyyyyyy, nooooooooo!Añadir imagen ¡Con las chicas noooo!

¿Ven por qué lo amo?
Porque confía en sí mismo, puede confiar en los demás.
Porque se respeta, puede respetar a los demás.
Porque es libre de tomar sus decisiones, quiere que los demás sean libres y no interfiere en sus decisiones.
Él me repite, una y mil veces, que para llegar al amor hay que subir esa escalera, peldaño a peldaño: confianza, respeto, libertad. Condiciones sine qua non, el amor es un imposible.
Resultado: salí con las dos únicas amigas que tuve en todos los años de colegio...
Y nos fuimos a un boliche.
¡Y la pasé re-bien!
¡“Pintó” boliche!

Lolita

sábado, 14 de marzo de 2009

SMS

Yo: Antes de irme a dormir temprano, como me dijiste que hiciera, para que descanse, quiero decirte que no sé qué razones pudo haber tenido la vida para hacerme este regalo tan maravilloso: vos, Lolita. Y cuando la vida te hace un regalo, mejor lo tomas tal como te lo hace y te dispones a disfrutarlo. Te amo, mi hermosa y dulce niña. Te anhelo en cada momento de mi día. Ojalá la vida sea tan pero generosa, que me permita disfrutar de su regalo hasta el último instante, Princesita.


El Profesor

Enviado: 23:58:01
Recibido: 23:58:02







viernes, 13 de marzo de 2009

Besito con bufanda

Era una fría (pero muy, muy fría) tarde del mes de julio. Tal vez se acuerden de esa tarde extremadamente fría de hace casi dos años. Estaba sentada frente a mi computadora con una taza de café caliente que bebía de a sorbos mientras revisaba mi correo electrónico.
Hacía poco había conocido a un hombre mucho mayor que yo, al que, de pronto, y casi sin darme cuenta, empecé a contarle mis cosas y él algunas de las suyas, aunque me leía más de lo que escribía. Me gustaba porque mostraba interés por mí y al mismo tiempo me alentaba, me decía cosas cariñosas y estaba siempre dispuesto a leer mis mensajes o dedicarme un tiempo para chatear.
Confieso que su manera de ser me atraía, su inteligencia me deslumbraba y me pasaba todo el tiempo pensando en él, a pesar de que no lo conocía en persona.
Pero ese día, al ver que entre mis mensajes nuevos tenía un correo con su nombre, me embriagó una emoción inexplicable. Me apuré a leerlo y sin duda, la frase que gestó en mi corazón la semillita del amor y ese revoloteo de mariposas en la pancita fue:



“Un besito con bufanda y gorrito,
porque hace mucho frío…”

Si antes dudaba si me estaba enamorando de este hombre cuarenta años mayor, ahora ya no me quedaba ninguna duda: ese corazón tan tierno ya se había adueñado del mío.
Había comenzado a amarlo y todas mis fantasías adolescentes giraban en torno a él.
Ese día de invierno, descubrí quién era yo...

Lolita

jueves, 12 de marzo de 2009

Resultados

¡Chicas! Llegó el momento de ver los resultados:

De 10 a 8 síntomas
Si reconocés en vos todos estos síntomas, ya está. Lo tuyo es irrevocable, está definido. Naciste con alma de Lolita (como me pasó a mí). Lolita genuina, ¿eh? Pero, atención, mirá que es sólo con los hombres que pasaron la edad dorada. Yo que vos, no gastaría el tiempo en ningún otro. Cuando lo encuentres, el “enamoramiento severo” lo tenés garantizado. Te aviso que el camino que tenés por delante, no es fácil, así que mejor que vayas preparándote para los despiplumes que se te vienen encima cuando se enteren en tu casa que tu “chico” es unos cuantos años mayor que tu papá. Ahora bien, si perseverás, no equivocás el rumbo y seguís pese a todo, quizás la vida te tenga reservadas unas cuantas sorpresas. Sé de lo que hablo, creeme.

De 7 a 4 síntomas
Si estás en esta franja, sos una Lolita, pero el medio te condiciona. Si no lo asumís, te vas a pasar el tiempo con intentos vanos de cambiar a los hombres, sin conseguirlo y pretendiendo que alguno de tu generación tenga actitudes de Señor Mayor. Malo, malo. Porque en algún momento te vas a dar cuenta que lo tuyo iba por el lado de las canas, la experiencia, el cortejo galante y todo aquello que sólo los hombres que pasaron la edad dorada pueden darte. No conocés el “enamoramiento severo”, pero si sos honesta con vos misma, vas a reconocer que de noche, en la camita, te matás con los deditos pensando en ese profe canoso de la facultad, que cada vez que entra a la clase te despierta las mariposas en la pancita. Dale, yo que vos, me juego.

De 3 a 1 síntomas
Para vos, que estás en el segmento, bueno, nada. ¿Qué decirte? Lo único que te pasa con los hombres grandes es que por ahí, te da un rulo momentáneo, una fantasía fugaz, muy parecida a esa de transarte a tu amiga en el boliche porque está de moda ser bisex. Puede que tengas algún affaire con un Señor Mayor, pero sólo para colgarlo como un trofeo entre tus levantes, no más que el “Pato Vica” del boliche, para que te deje entrar. Quizás te llegue a gustar uno de hasta cuarenta años, pero no más de ahí. Vas más para el lado de los pendex y de las relaciones free. En síntesis, te va cualquiera, pero nada que ver con hombres de la edad de tu papá o más.

Un síntoma o ninguno:
Si vos sólo reconocés un síntoma o no te identificás con ninguno, estás frita. De Lolita, sólo el aspecto, aunque tengas catorce años y vivas con un “chupa-chup” en la boca, medias caídas, pollerita tableada, blusa y corbatita de colegio. Lo tuyo, es la “normalidad”, con los chicos de tu generación. No sé si felicitarte o darte mis condolencias. Quizás debutes, como una conocida mía, hablando del resultado del último partido Talleres-Belgrano, mientras el nene trataba de alcanzar lo que, para ella, parecía inalcanzable. Ojalá que no, pero tu primera vez a lo mejor va a quedar en tu memoria como un trámite algo doloroso que había que pasar sí o sí. Claro que no te tomes esto muy en serio, porque se trata de una diferente manera de ver la vida, ¿entendés? No es nada personal, sólo cuestión de gustos.

Y como sobre gustos no hay nada escrito (o hay mucho pero al reverendo cuete), yo... me quedo con El Profesor.

Lolita
Foto: Lolita

miércoles, 11 de marzo de 2009

Síntomas

... de que estás enamorada de tu Señor Mayor.


¡Los 10 Mejores Tips
para que aprendas a reconocerlos!


Si sos una Lolita (aunque te hayas pasado un par de años no importa)
y experimentás por lo menos la mitad de los síntomas
que se detallan, no me queda más remedio
que diagnosticarte “enamoramiento severo”.

1- Te tiene sin cuidado que la sonrisa de tu amado sea mitad de él, mitad de su dentista; que sus anteojos te imposibiliten ver más allá de tu nariz; o hacés la vista gorda cuando se niega de manera empecinada a usar en verano calzado más liviano y fresco, en vez de esos “mononos” mocasines de cuero perfectamente lustrados, pero todos cerrados. Cuando te escuches a vos misma contándole a la única amiga que tenés y que comprende tu situación: “¡No hay caso, no quiere ni escuchar hablar de las ojotas!”, significa que pasaste la prueba inicial. Consolate, porque es una de las más difíciles de asumir. Si pasaste ésta, las demás... coser y cantar.

2- Le perdonás una y otra vez que se empaque y hasta comprendés que le den esos pequeños caprichos e incluso lo mimás y le hablás con ternura para que se le pase más rápido, tipo: “Vamos, mi amorcito, mi vida, mi sol... A ver... cuéntele a su nena ¿qué le pasa?” Tranquila, no te asustes, pero tenés el perfil del “caso grave”.
3- Estás parada bien firme en la postura de no permitir que nadie (en especial tu vieja) interfiera en la relación con el único propósito de separarlos. Lo siento, niña, estás hasta las manos y sos capaz de hacer lo que sea para neutralizar, rebatir y hasta de arañarle la cara y pisarle un pie a quien intente alejarte de tu Señor Mayor.
4- Si al observar su espalda; al mirarlo cuando recién se despierta, todo despeinado; y al contemplarlo todo desparramado en la cama, exhausto, después del amor, sentís esta ternura que te viene desde lo más profundo y te dan ganas de abrazarlo fuerte, fuerte, te diré que podés ir haciéndote la idea que es muy difícil que puedas tener una relación “normal” algún día. Sos una Lolita de Alma. Lo traes en los genes. Entre tus ancestros, debe haber existido alguien como vos.
5- No sólo te gusta, sino que hasta te excita ese pantalón clarito, ese suéter azul escocés con rombitos, esa remerita celeste con monograma y ese perfume que usa... Lo lamento. Fuiste. Te dio el fetichismo-mal de Lolita. Es igual que él con las polleritas tableadas o las minifaldas de jean. No sé si me entendés. Me alegro por vos que puedas asumirlo.
6- Llegado el punto que te pasás el día entero soñando con besarlo, acariciarlo y abrazarlo, al extremo de ocupar uno de los dos hemisferios del cerebro –lo que no es poco–, exclusivamente para proyectarte imágenes suyas de manera continua como en una película, te tengo malas noticias, muchacha. Estás metida hasta las fosas nasales. Respirá... exhalá... respirá... vamos, expresate, dale, dejalo que fluya.
7- Lo deseás todo el tiempo, en cualquier lugar y circunstancia... Ya sos un caso serio. Porque si te da la cosquillita cuando estás en el colectivo yendo para el colegio o la facultad, te la regalo. Parece que la gente –y en especial los hombres mayores–, se dieran cuenta que estás flotando en una nube e excitación porque te dio el deseo-mal. Preparate para las miraditas, las guiñadas de ojo, los susurros y la proposiciones de todo tipo. Viene con el "combo", resignate.
8- Tenés sentimientos tan profundos hacia él y es tanto el orgullo, la alegría y el amor que te provoca que vas a tener que buscar un lugar aparte para guardar todo lo que ya no cabe en el corazón. En este punto, resignate, entragate, relajate y gozá, corazón, que hay cosas mucho más graves en esta vida y a vos te tocó una muy linda.
9- Cuando llegaste al punto de tener que llevar a todas partes en la cartera un babero gigante por si en algún momento, tenés que hablar de él con alguien, ya no cabe duda que sucumbiste a sus encantos. A partir de este punto, no hay retorno. Por si no te diste cuenta, sacaste boleto de ida solamente.
10- Cada vez que están solos, no podés resistir el impulso de empezar a desabrocharle el pantalón y tironearle la ropa... ¡Bueh! Acá sí ya no hay vuelta atrás. Entraste en la categoría de “enamoramiento severo con tendencias ninfomaníacas” y eso, te lo digo por experiencia, no tiene cura ni remedio.

En el próximo post, te paso los resultados al test, si es que no los descubriste sola, ¿dale?

Lolita


Foto: Lolita

lunes, 9 de marzo de 2009

Un tropezón no es caída

A ver, a ver, vamos a quitarle un poco de dramatismo al blog, antes que a los lectores les dé el bajón-mal –como lo llamamos con Lolita–, y se abstengan de leernos para no deprimirse.
La verdad, es que iba a relatar lo que pasó la noche de pesadilla visto desde mi lado, mientras esperaba que Lolita me diera una señal, porque me temía que debía estar pasándola muy mal. Pero mejor lo dejo para otra ocasión.
Hablando de noche, de oscuridad, y de crepúsculo, con Lolis tenemos una serie de anécdotas de la vida cotidiana que a veces, al recordarlas, nos provoca cierto grado de hilaridad pavota.
Para empezar por el principio, Lolita compra todos meses la revista “Seventeen” (con la que solemos descostillarnos de risa, tal como lo mencioné) y la leemos juntos entre una cosa y la otra... y no pregunten qué es “una cosa” y qué es “la otra”, porque no pienso decirlo.
Como sea, en esa revista, a la que yo catalogo como “La Cosmopolitan de las Lolitas”, hay una sección que, si recuerdo bien, se llama “¡Ops!” o "¡Ups!" o algo por el estilo, y trata de situaciones embarazosas, risueñas, ridículas o vergonzantes del tipo: “¡Ayyyyyy! ¡Y me miró justo cuando yo le estaba diciendo a María Pía que él me gustaba...!” o “Y entonces, cuando por fin salimos y estábamos tomando un helado, se me cayó en el pantalón y me quedé con el cucurucho en la mano!” Pavaditas, en una palabra.
Y, por favor, no interpreten que estoy menospreciando las vergüenzas adolescentes, porque yo también lo fui y, pese al paso del tiempo, aún me acuerdo de algunos momentos en los que la dignidad queda comprometida, como por ejemplo, el día ése que, saltando de piedra en piedra, haciéndome el canchero delante de mis amigas “paquetas” en Carlos Paz, se me escapó un ruidito emitido por salva sea la parte y las dos chicas empezaron a reírse de tal manera que no sé quién hizo peor papelón. Si ellas o yo. Porque el ruido a “¡Prrrrrr-pdffff!”, se escuchó y se fué, llevado por el viento, pero las manchas de humedad de ellas en los pantalones mojados por hacerse pis encima, les duraron hasta que llegamos de vuelta a nuestras respectivas casas. Je.
Bueno, pero no nos vayamos por las ramas que hoy no está Chita y Tarzán se desorienta en la selva como turco en la neblina.
Como Lolita les contó en anteriores disquisiciones, tengo una especial predisposición a la torpeza. Lo que quiere decir que en una confitería, de esas que tienen las mesas tan juntas que uno no puede ni moverse, soy capaz de quedarme trabado en el momento de querer salir y, si ella no me ayuda, también soy capaz de llevarme puesta la mesa de al lado con todo lo que está servido y a los que están sentados dedicados a sus labores.
Que se me caiga la única puta manchita de helado en la remera impecable, es uno de los “¡Ups!” más comunes, diría yo. Y así como digo helado, llámele usted tuco, juguito del “Lomito” que acabo de morder o la única gota del café que se deslizó por el borde de la taza. ¡La única! ¡Y tiene que terminar en mi remera color amarillo patito!
Más grave es, por ejemplo, que en toda una habitación exista un solo reborde filoso, yo me dé cuenta que está ahí y le sugiera: “Cuidado con esto, Lolis, que te podés lastimar” y, diez minutos después, por atolondrado... ¡Zas! Me hago un rayón en el brazo que necesita la gotita o tres puntos en el hospital para cerrar el tajo.
Pero la del cine, fue para los anales.
Resulta que a Lolita y a mí nos gusta mucho el cine. Así que cada vez que podemos, después de saciar nuestros más bajos y primitivos instintos y, a continuación reponer fuerzas en nuestro restaurante favorito, salimos pitando para el cine. Y cuando digo pitando, quiero decir patitas-para-qué-te-quiero, porque estamos con el horario más que justo. Y es que Lolita tiene todo cronometrado al nanosegundo. Porque, deben saberlo, señoras y señores lectores, parientes amigos y vecinos, Lolita es, en esta pareja, la que se encarga de la planificación, del mismo modo que yo me encargo de la logística. Y en su planificación, por lo general, figura entre los ítem más importantes, el ponernos al día con el cine, cueste lo que cueste.
Así que uno de esos días, después del viaje, de las efusividades de la mañana y de la paella que nos zampamos entre ambos en tiempo record, nos fuimos a ver una película romántica, pero con un “touch” diferente, un complemento muy especial.
A ver... no es que tenga nada contra las películas románticas, de ninguna manera. Admito que termino lagrimeando cada vez que vuelvo a mirar –como buen masoquista que soy, a veces–, “Meets Joe Black”. O que me pone la piel de gallina Al Pacino en “Scent of a Woman” y me enternece “Sabrina”, entre tantas otras.
Tampoco tengo nada contra el cine de terror, siempre y cuando esté bien producido, el guión sea bueno y la película tenga ese “no-sé-qué” de siniestro que hace que cuando salgo de la función, empiezo a girar la cabeza para ver si nos siguen los muertos vivos.
De hecho, en mis mocedades fui (me consta) uno de los primeros fans de Stephen King y me leí todas sus novelas, ya fuera que escribiera con su nombre o con su seudónimo. La mayoría están ahí, todavía, en custodia en mi biblioteca.
Y es que vengo de la época en que nos íbamos al cine del barrio, los miércoles ("Día de Señoras", tres películas al precio de una), a ver las de Drácula a razón de tres seguidas: “Drácula”, “Las novias de Drácula” (no sé si íbamos por Drácula o por las tetas de las novias), “El retorno de Drácula” y toda la seguidilla.
Vista a la distancia, “El Exorcista”, en su momento, me dejó intranquilo. “El Resplandor”, interpretada por Jack Nicholson, me estremeció y “Alien” (la primera parte) me hizo pegar un salto en la butaca cuando el pequeño monstruito indestructible sale del pecho del tripulante-portador.
Después, algunos filmes memorables como “Fallen”, “Angel Heart” o "Entrevista con un vampiro", me gustaron. Pero toda esa bosta sanguinolenta sin sentido que se produce ahora como chorizo en Hollywood, me da repeluz.
De manera que, concluyamos, no soy un tipo prejuicioso al respecto, y algo conozco para poder emitir un juicio.
Pero “Crepúsculo” fue, para mí, ¿cómo decirlo? a little too much.
Ya sé, ya sé... Ese tipo de películas son el producto de la superficialidad, la falta de costumbre, el hábito de no leer, la falta de buena literatura... ya sé, las cosas son como son. No es tema de discusión en este momento. El tema es que, para decir la verdad acerca de lo que me parece “Crepúsculo” (“Twilight”), esa novela romántica de vampiros dirigida al público adolescente escrita (bueh... garrapateada) por Stephenie Meyer, publicada en 2005, y llevada a la pantalla grande... me parece un reverendo bodrio.
Como si fuera poco, me anoticié de que es la primera parte de una serie de cuatro libros: “Crepúsculo”, “Luna nueva”, “Eclipse”, y “Amanecer”. Bodrio a la cuarta potencia. Peor que Dan Brown y su “Código DaVinci”. Libros predecibles, mal redactados, peor traducidos –según mi criterio estético, claro–, y con historias traídas de los pelos, que a “Salem´s Lot” o a “Carrie”, no le llegan ni a la primera página, por nombrar dos de las primeras escritas por El Gran Stevie (que por esa época no la tenía tan clara). Por no mencionar a “La máscara de la Muerte Roja”, de Edgar Allan Poe, que leía cuando era chico, porque eran las novelas que intercambiaba mi madre con una vecina que tenía el hábito de la lectura.
Pero bueno, como sea, allá fui con Lolita, sin preconceptos, en una tarde calurosa y pesada, que amenazaba lluvia, a ver la película que –democráticamente–, es días le había tocado elegir a ella (no olvido que me debe “Valkyria”, con Tom Cruise interpretando al conde von Stauffenberg, que quede constancia), después de haber elegido yo la anterior.


¿Cómo les cuento que a los diez minutos de empezado el mencionado filme, el suscripto estaba cabeceando como mamado delante del televisor? Juro que es la primera vez que me duermo en una película que vamos a ver juntos.
Lolita, paciente, comprensiva y hasta condescendiente ella, concentrada en la película como estaba, me acariciaba la cara con indulgencia (eso dice ella, yo no me acuerdo porque estaba dormido) comprendiendo que una romántica-de-vampiros para adolescentes, después del viaje, del ajetreo de la mañana y del almuerzo, podían ser excesivos para un hombre de mi edad.
Yo, de a ratos, abría los ojos y carraspeaba, tratando de disimular (ella asegura que no lo lograba, y que mis ronquidos provocaban miradas de fastidio en los parroquianos circundantes), pero ni siquiera lograba fingir que estaba despierto. Siempre según la versión de Lolita –casi apócrifa, en mi manera de ver las cosas–, por ahí me enderezaba, la miraba con una de esas sonrisas de “¿Todo bien?”, y vuelta a cabecear y a los ronquidos.
Ella miró toda la película.
Yo, me la dormí.
Pero la catástrofe se empezó a anunciar cuando la película terminó y con los créditos en la pantalla la gente empezó a irse (no sin antes, cuando pasaban al lado, mirar hacia mi butaca con cara de pocos amigos y con las peores intenciones) y Lolita me dijo:
–Papi...
–¿Eh? ¿Eh? ¿Mhhfffmmjjj? –con babita que me caía sobre la remera.
–Terminó la peli...
–¡Oh! Sí... claro... muy (¡Buaaaaaahhhhhhh!) muy....
–Dale, que te la dormiste toda –dijo, poniéndome un dedito sobre la boca y acariciándome el cabello.
–¿Eh? ¿Yo? ¿Dormir? Naaaa...
–Dale, vamos –dijo, con esa ternura que la caracteriza.
Me puse en pie. Me desperecé –como era de esperarse en alguien que ha echado una cabezada de más de hora y media–, y di el primer paso.
Y el segundo.
Entonces sucedió.
El antedicho “¡Ops!” o "¡Ups!" se reveló en toda su patética realidad.
Debo decir –en mi descargo–, que con Lolita solemos ir a un cine de esos que tienen varias salas pequeñas, producto de haber transformado un cine grande y espacioso, como los de antes, en una suerte de cine mono-ambiente, más oscuro que el culo de un oso (como decía un amigo mío) y que el arquitecto reformador ni siquiera pensó que los escalones en chanfle podían llegar a constituir un peligro para los usuarios, quizás porque cuando llevó a cabo la remodelación, no había tanto juicio por mala praxis.
Con el tercer paso, decía, mi vacilante y adormilado pie quedó mitad en el escalón y mitad en el vacío, a consecuencia de lo cual trastabillé y, de alguna manera que no puedo recordar en este momento, salí disparado hacia delante como un Exocet revoleado por la mano de un gigante y, prácticamente, pasé a ras de dos hileras de butacas hasta que, más por instinto de supervivencia que por habilidad, mi mano extendida consiguió aferrarse al borde de una butaca y frenó a toda mi humanidad disparada, deteniéndola antes de que yo terminase estrolado, despatarrado en la alfombra, siete hileras más adelante.
En el mejor de los casos, claro. Porque no es menos cierto que podía haber terminado desnucado como ése alemán que se pelea con Bruce Willis en “Duro de Matar” (Primera Parte).
Eso sí: en mí predomina un sesgo de dignidad, algo así como cierto grado de old fashioned style, que me hace salir airoso de situaciones tan comprometidas como la que acabo de describir. De manera que aún no sé cómo fue que, en una mala imitación de Alexander Godunov, logré dar un salto y caer sobre la alfombra en cuatro patas, como si fuera un gato que acaba de saltar desde un tejado.
–Jajajajajaja jajajjaja –Lolita riéndose, sin hacer ni el menor esfuerzo por reprimir la carcajada y evitarme el consecuente bochorno post-traumático.
–Mhhhh ffff –yo, sin saber qué hacer.
No contenta con su carcajeo desparpajado, a continuación hizo la pregunta fatídica, la del millón, la que no se olvida, la que hiere como un puñal por la espalda, de tan obvia que resulta.
–Pa-pi.. (Jajajajaja) Pa... (jajajaja) pi... ¿Te... (jajajaja) te... caíste? Jajajaja –carcajeándose a mandíbula batiente como sólo saber hacerlo ella cuando está en tren de chancearse.
–No, si vuá a está juntando pochoclo del piso... –contesté, en una mala parodia de la tonadita cordobesa.
–Vení, vení que te ayudo, mi amor (conteniendo la risa a duras penas, Lolita, la muy dulce). ¡Te caíste mi vidddddddda! ¡Jajajajajaj!
–Un tropezón no es caída, Lolita, un tropezón no es caída... –le dije, en tono solemne, con la experiencia que dan los años, mientras salía sostenido por ella, tratando de encontrar ese resto de dignidad que tenía que estar en algún bolsillo, rengueando y frotándome la muñeca de la mano (con distensión de tendón) que me paró de manera milagrosa antes de quebrarme la nuca.
¿Cómo les cuento que siguió riéndose por el resto del día y que el “¡Ops!” quedó registrado en los anales de la historia de nuestra relación?
¿Que cómo sé que la película era mala? Porque me la dormí y yo no me duermo en el cine a menos que la película me resulte un bodrio. Así se sencillo.

El Profesor
PD: El que se ría, por favor, ni lo mencione, ¿eh?

domingo, 8 de marzo de 2009

Privilegio

Cuando la conocí, parecía una nena asustada, temerosa y desvalida
Frágil, inocente, ingenua, dulce, ilusionada, tierna, crédula y esperanzada.
Preguntona, arrebatada, curiosa, inteligente, observadora, ingeniosa, aplicada y desenvuelta.
Y la maravilla consistía en que debajo de esa prodigiosa niña-adolescente subyacía, aletargada –dormida como las princesas de los cuentos esperando a que la despierten con un beso–, la mujer.


Cuando la tuve frente a mí por primera vez –no se me ocurre una metáfora más apropiada–, era como un capullo de rosa cerrado, esperando el primer rayo de sol que le abriese todas las infinitas posibilidades con que nos sorprende la vida cada día.
Yo fui testigo y tuve el privilegio de estar junto a ella, un caluroso día de sol radiante, cuando despertó.
Y por más que acá, en este espacio, ella y yo juguemos con las palabras, o que siga juntando figuras de ositos para regalarme, ya no es esa nenita triste que buscaba aferrarse al primer afecto, viniera de quien viniese, para salir de ese lóbrego lugar donde estaba prisionera.
Esa muchachita sorprendente que se extasiaba con la imagen de un beso en los labios, que se dejaba llevar por la ensoñación de un abrazo, que registraba día a día –con su pulcra letra manuscrita–, sus dolores y sus tristezas y plasmaba en palabras sus anhelos e ilusiones, hoy se ha transformado, como la oruga en crisálida, como el capullo en flor, como la flor en fruto, en una hermosa mujer.
Y la transformación, como el capullo que muta hasta convertirse en flor, fue mi privilegio. Un regalo que, sin desearlo ni esperarlo, me hizo la vida.
Por eso hoy, acá, en este rincón que compartimos, en este día tan significativo, quiero rendir mi sentido homenaje a Lolita... LA MUJER.
Así, con mayúsculas.
La que es capaz de enfrentar a sus propios miedos, y a la injusticia. A la impotencia y la crueldad. Al dolor y a la incertidumbre.
La del corazón generoso, el abrazo cálido, el oído atento y la palabra sensata.
La de los ojos chispeantes, la mirada intensa, la sonrisa franca, los labios dulces, la caricia tierna, el beso apasionado y el cuerpo dispuesto.
Y con mi reconocimiento, el deseo genuino de que más allá de mí –y de lo que Dios y el destino nos tengan reservado–, pueda ella gozar de una larga vida, salpicada por esas chispitas de felicidad que le dan sentido a nuestra existencia.

Hágase extensivo éste, mi deseo, a todas las mujeres que lean estas palabras.
Que así sea.

El Profesor


Foto: © Martin Kovalik

sábado, 7 de marzo de 2009

Noche de pesadilla...

(En las dependencia de la Defensoría de la Mujer y la Minoridad... a instancias de mi mamá, que estaba sacada, y era capaz de cualquier cosa con tal de estropearme ese día tan importante en mi vida.)

–¿Ustedes son los papás? –dijo la joven y abrió la puerta–. Pasen
Me levanté, dispuesta a entrar yo también.
–No, vos, no. Esperá acá.
Tuve que quedarme allí esperando, en esa noche que todo tenía gustito amargo. No podía estarme quieta, caminaba de acá para allá, con mi cabeza funcionando a toda máquina, pensando en mi defensa, en cómo saldría del lío ahora. Me movía de un lado a otro del pasillo ante la atenta mirada del tipo de seguridad.
Me sentía fuerte y tenía ganas de defenderme.
Luego de una hora y cuarto, salieron ellos y yo, ansiosa, me mandé a la oficina de la abogada.
–Sentate.
Me senté, mirándola fijo y siendo consiente de que no era una sino tres las que me miraban.
–A ver, contame qué pasó.
–Supongo que mis papás ya le habrán dicho…
–Si, pero quiero que me digas vos. ¿Por qué te fuiste con ese hombre mayor?
–Mi papá lo sabía, él me había dicho…
–Bueno, si, pero las palabras se las lleva el viento... mientras no haya pruebas de nada... Acá tu mamá dijo que vos te “escapaste” del acto escolar, que ella te buscó, no estabas y resulta que estabas con ese tipo.
–No me escapé. Ya había terminado el acto. Íbamos a ir a cenar. Y no es "ese tipo".
–Igual, no podés hacer eso. Sos menor y ese tipo… ¿Cuántos años tiene?
–Cincuenta y ocho... Insisto, no es "un tipo".
Las tres abrieron grandes los ojos, tal como lo suponía.
–¿Pero cómo un tipo de esa edad va a estar con una nena? Él está en falta.
–Tengo entendido que el estupro es hasta los catorce o quince años. Y no soy "una nena" y él no es "un tipo". Tan en falta no está, al fin y al cabo.
–Eso no es algo que vos puedas decir.
–Bueno, pero yo me estoy defendiendo, como es mi derecho porque tengo la capacidad de hacerlo. Afuera hay un cartelito que explica cómo hacer para defenderse en estas situaciones y ¡usted está tratando de que no lo haga!
–Y... ¿Quién te dijo eso?
–Él.
–¡Ah! ¿Es abogado o estudia leyes?
–No, ¡Dios me salve y me guarde! Es inteligente, nomás. Y yo también, por eso nos entendemos tan bien.
–Ya veo. Eso no lo pongo en duda. Tu papá también nos lo avisó... pero igual, ese tipo no puede hacer eso..
–Pero yo lo amo, señora, estoy enamorada y soy la persona más feliz del mundo a su lado. Y, por favor, deje de decirle "ese tipo".
–Igual. Vamos a tener que hacer algo porque...
–La ley no tiene en cuenta el amor, ¿No?
Las tres me miraron consternadas.
–No…
–¡Qué pena! A ver… ¿qué ley de la República Argentina prohíbe a dos personas que se llevan muchos años enamorarse?
–No, ninguna, pero es de sentido común, no se puede. Tu mamá hizo una denuncia… lo más probable es que no puedas volver a verlo hasta tu mayoría de edad, a los veintiún años.


Me sentía fuerte, pero ya no pude soportarlo y me largué a llorar. Me quebré como una nenita vulnerable, a pesar de que no era eso lo que quería.
Apoyé mis bracitos en el escritorio y enterré mi cabeza entre ellos, sintiéndome herida y cruelmente dañada sin motivo.
Hasta ellas se sensibilizaron.
–¡Eso nunca! Yo no lo voy a dejar y él tampoco a mí –les dije, con los ojos anegados por las lágrimas, hipando y limpiándome la nariz con el dorso de la mano, pero con la decisión que da la certidumbre.
–Bueno, pero una cosa es lo que vos digas y otra la que la ley imponga. Si se decide que no lo ves, no lo ves y es así. Pensá que esto puede ser para mejor. Con el tiempo lo vas a ir olvidando.
–¡Usted es peor que mi mamá! –le grité–. ¿Acaso no ve como estoy llorando desconsolada y se le ocurre alentarme de esa manera?
–¿Pero vos no lo querés?
–¡Sí!
–Entonces deberías mantenerte alejada para no causarle más problemas. ¿Pensaste que puede terminar en la cárcel?
–¿Sabe una cosa abogada? Cuando crezca voy a hacer algo para que estas malditas leyes actuales empiecen a tener en cuenta los sentimientos y el amor. Y, además, voy a modificar los planes de estudio de las facultades de derecho del país para que cuando los estudiantes se reciban no se transformen en personas tan insensibles como las que la vida me presentó de muestra.
Nuevo torrente de lágrimas. Más caras de aturdimiento de las tres burócratas que en teoría están ahí para defender a los menores.
–A ver… ¿Y qué te atrae de un hombre tan grande?
–Todo. Es tan dulce, cuidadoso, inteligente, divertido y tierno...
–Pero deberías estar con alguien tan jóven acorde a tu edad.
–¡No! ¡No me diga eso! Porque no existe nadie como él.
–Pero es la verdad.
–¿Qué es la verdad? ¿Usted es la dueña?
Silencio de las dos abogadas, que se cruzaron una mirada en la que se leía la estupefacción. Me parece que en ese momento, las dejé sin respuestas (para eso sirve la Filosofía, ¿ven "doctoras"? Deberían haber leido más a Kant, como me explicó el Profesor).
–Quiero que él venga acá, ahora mismo. ¡Quiero que lo vean y lo escuchen, para que se den cuenta que no es como ustedes piensan! ¡Es un buen hombre!
Entre ellas se miraron y se rieron.
–¿Y ahora qué les pasa?
–No, mi amor... Si lo traemos acá lo tenemos que detener y “pintarle los dedos”.
–¿Pero por qué? Si no hizo nada.
–¡Sí que hizo! No lo defiendas. Se fue con vos sin avisar, y vos, de tonta, te escapaste con él... Mirá, si no hubieras hecho esa macana no estarías acá.
–Oiga, no me hable así, como si fuera mi mamá. A ver… ¿Usted conoce el amor? ¿Amó mucho a alguien alguna vez?
–Si, mi amor... tanto yo como ellas estamos de novias y a punto de casarnos.
–Pero igual parece que no entienden. Y no es lo mismo amar y estar de novia. Conozco muchas novias a punto de casarse, que no aman ni ahí. ¡Y deje de llamarme “mi amor” porque no me está demostrando que me ame! –otra vez, creí verles en la cara esa mueca que hacemos cuando nos quedamos sin palabras para dar una respuesta honesta.
–Es que lo tuyo es raro... –fue lo único que dijo una de ellas.
–¿“Raro”? Quizás, pero entonces… ¿Por qué los ricos y famosos pueden estar con jovencitas y la ley no les dice nada? ¿Por qué esos señores no tienen los “deditos pintados”?
–Bueno, es que serán otros países, con otras leyes… y no viene al caso. Acá hay algo muy concreto que es el planteo que vino a hacer tu mamá.
–¡Es que mi mamá es muy cruel! ¡Culpa de ella estoy llorando!
–¡Y tiene razón! ¡Con ese tipo..!
Volví a llorar sin consuelo. Cuando conseguí calmarme, le dije:
–¿Le puedo pedir un favor?
–Sí…
–No vuelva a decirle “ese tipo” porque me duele. No merece esa denominación, como si fuera delincuente. ¡Él a mí me dice “mi princesita”!
Se quedaron calladas, mirándome con mezcla de asombro y respeto. Quizás en el fondo estaban conmovidas. Tal vez había conseguido ablandarles eso que parecían tener por corazón.
–¿Usted que es? –le pregunté.
–Abogada.
–¿Y usted? –le pregunté a la otra.
–Abogada.
–¿Alguna es psicóloga?
–No.
–¡Pucha! Entonces no vamos a entendernos. Los abogados no saben de amor. Y por lo que dice ese cartelito de ahí afuera, acá debería estar presente una psicóloga... y no sólo para mí, sino para ver qué pasa con mi mamá.
–¿Querés que te dé un consejo? –dijo una.
–Consejos sólo dan los idiotas, como me enseñó él –le contesté, furiosa. La "tipa", se mordió la rabia, pero se la aguantó–. La gente inteligente... sugiere. Claro que, en el fondo, a usted no le importa, así que puede guardárselo.
–Sí que me importa, ¿sabés? Si no me importara no estaría acá. Son la 1:45 de la madrugada y yo trabajo hasta la 1:00. Es evidente que si me quedo es porque quiero que esto se resuelva de la mejor manera posible para vos.
–Bueno, gracias. ¿Cuál era el consejo?
–Que “negocies” con tu papá,
–¿De manera que reconoce que mi mamá no es una persona de lo más razonable?
–Yo no dije eso, es que me parece que él es más accesible, y en una de esas te permite ver al tipo…
Llanto desconsolado otra vez
–¿QUÉ le dije? –le grité.
–Uy, perdón… bueno, te permite ver al “señor”.
–Así está mejor.
No sé cómo fue pero yo sola intenté ponerle buen humor y por momentos, aunque no podía reprimir el llanto me reía y las hice reír a ellas también.
Casi al final le pregunté:
–¿Cómo es su nombre?
–Jimena.
–Bueno, Jimena, ya me voy, no le quito más su tiempo. Ya puede irse a su casa a dormir.
–Bueno, nena, y ahora portate bien y pensá cómo vas a actuar porque podés salir perjudicada… y el Señor también.
–¡No ME DIGA “NENA”! ¡Soy mujercita!
–¡Bueno..! Es que... mirate: Con esa pollerita de colegio y esa remera parecés una nenita –dijo, pero creo que después de ese debate de tres-abogadas contra una pseudo-menor, con casi nada de convicción.
Sonreí, a pesar de las lágrimas y de mis ojos enrojecidos.
–No todo es lo que parece –le contesté–. ¿Lo había pensado?
Esta vez, no hubo respuestas por parte de ninguna de las tres.
Cuando salí de esa oficina, miré el reloj y me di cuenta que había estado luchando por amor allí dentro casi dos horas, en un lugar en el cual se supone que protegen a los menores, en una noche que debería haber sido feliz para mí, porque recibía mi diploma de honor.

Lolita

Foto: © Sir Francisc

viernes, 6 de marzo de 2009

No hay caso...

Me había decidido. Casi un año después ya consideraba necesario que mi mamá lo supiera, aunque no viviera conmigo. Me pareció que lo mejor era blanquear la situación, aclarar el tema y hablarle de mis sentimientos hacia mi profesor. Quizás si escuchaba mis palabras sinceras y cargadas de emoción sería capaz de comprenderme. Eso era lo que yo esperaba.
En el fondo ella ya manejaba alguna información que le había llegado de otras fuentes, pero nunca me hablaba de manera directa, sino que hacía referencias pero sin usar las palabras apropiadas.
Tuve que ser yo quien la incitara a preguntar:
–Mamá...
–¿Qué pasa?
–Mamá… ¿vos tenés algo para preguntarme?
–¿Y vos tenés algo para contarme? Porque yo te quiero escuchar a vos...
–Pasa que no sé qué es lo que querés saber... ¡hay tanto para contar!
–Bueno... a ver... hablame de “ese” señor…
(Arrugando el entrecejo y haciéndose la desinteresada.)
–¡Ah! ¡De Tatita!
–¿ De quién?
–“Tatita” es el modo cariñoso de llamarlo…
–Ah... ¿y cuántos años decís que tiene?
–Seguro que papá ya te contó… pero te lo repito por si estás olvidada. Cuatro más que papá
–¿Y a vos te parece que un señor tan grande..?
–Sí, me parece.
–¡Ese hombre es más para mí que para vos!
–¡Quizás, pero es mío!
–¿Y qué tipo de relación tienen?
–Es mi novio.
–¿Pero él no tiene mujer, pareja..? (¡¡!!) (Gesto de reprobación asomando en los ojos)
–Sí. Yo.
–¿Y qué es lo que te gusta de él?
–¡Ay, todo! ¡Es un amorcito! ¡Es adorable ¡Divino! Es dulce, delicado, súper inteligente, juguetón, alegre, interesante y muuuuuyyy lindo. Tiene mucho pelo. ¡Es hermoso!
–Ah...
–Vos deberías buscarte un señor así. Los que pasaron los cincuenta son los mejores. Son los que realmente saben tratar a una mujer.
–Mhhh. Pero yo no necesito ningún hombre. Yo tengo al Señor Con Mayúsculas y no me hace falta nada más. É
l es el que me da todo el amor. Quizás vos deberías empezar a pensar...

(Fin de la conversación. Cuando empieza con eso de que ella al único que ama y le rinde cuentas y el que la autoriza a hacer cualquier cosa es El Señor, es mejor no hablar más. Es cuando me da por hacerme un bollito y evadirme del mundo.)


(Unos días después...)
–¿Querés que te muestre una foto de mi chico?
–¿Tu "chico"? Que de chico no tiene nada...
–Es una manera de decir muy simpática. ¿No viste que en las revistas siempre dice: “Sorprende a tu chico” “Qué hacer si tu chico se pone difícil...”
–Mhhh... bueno, a ver las fotos...
Me senté a su lado y con la camarita digital le mostré algunas fotos que nos habíamos sacado juntos.
–¿Viste que lindo es? ¿Viste que es un bomboncito?
–Mmm... es cierto que tiene mucho pelo.
–Si... y eso lo hace mucho más joven. ¡Es una de las cosas que más me gustan! ¿Viste? No aparenta la edad que tiene…
–¿Y vos lo peinás?
–Sí, me encanta. Él me deja, no le molesta. Salvo para salir. Ahí se peina él solito. ¡Ah! Tampoco me deja que le ponga gel y le pare los pirinchos como a los teens…
–Estaba segura que lo peinabas, porque cuando eras chica querías hacerlo con tu papá y a él mucho no le gustaba…
–Bueno, pero encontré un hermoso “chico” para hacer toda esa clase de cosas... miralo, miralo mejor... te agrando la foto... esperá… a ver, ahí está. ¡Mirá qué lindo! ¿O no?
–Mmm... tiene cara de pícaro…
–Jijiji, es cierto, él siempre usa vaqueros como los que tiene acá, y camisas o remeritas bien a la moda.
–¡Ah! ¿Es un chico “cheto”?
Me reí. Me estaba siguiendo el jueguito.
(Y yo, una vez más, estaba entrando como un caballo.)
–Si! ¡No podés dejar de conocerlo! ¡Te va a encantar!
–Mmmm... no sé... A lo mejor...
Nunca pensé que ese ofrecimiento mío iba a terminar en una noche trágica.
No hay caso. No aprendo que con mi mamá es inútil.

Lolita


Foto: © Sabina D


jueves, 5 de marzo de 2009

Embajada de Lolitas

La verdad, que entre todas las cosas que imaginé que las Lolitas éramos capaces de hacer, ni se me cruzó por la cabeza que podíamos ser capaces de mejorar la imagen de una nación (¡De toda! ¡Imaginense!) en tiempos de crisis como los que estamos viviendo.
Sin embargo, según esta nota, las Lolitas japonesas (todo un boom en ese país), van a ser las que se encarguen de promover "la confianza" en Japón y conseguir que se comprenda más la cultura japonesa a través de la imagen, en una etapa de la historia de la humanidad como ésta, “en la que la economía nipona se ha visto duramente golpeada por los efectos de la crisis mundial” –según dice el diario.
Por eso Japón ha decidido enviar una “embajada” de Lolitas, representantes de su país en la feria Expo-Japan, que se llevará a cabo en Francia, en el mes de julio.
La misión que deberán llevar a cabo consiste en acercar la cultura pop nipona a los extranjeros, porque parece que cada vez hay más admiradores de Lolitas en todo el mundo.
¡Ja! ¡Nos estamos haciendo populares!
Ahora, digo yo: ¿no sería conveniente formar un grupo de Lolitas embajadoras para mejorar la imagen de la República Argentina en el mundo?
Será cosa de proponérselo a nuestra presidente que, aunque ya dejó atrás esos años, alguna vez algo de Lolis debe haber tenido, ¿no?
Si la iniciativa prospera, soy capaz de ofrecer mis servicios para encabezar la comitiva. (Ji Ji Ji)
¿Ustedes creen que podré?
Ideas que se me cruzan por la cabeza, digo yo.

Lolita


Foto: © José Manchado

miércoles, 4 de marzo de 2009

Beshos

Me gusta darle besitos por todas partes, como gesto de dulzura, como declaración de amor, como expresión de cariño, como exteriorización de todos los sentimientos que guardo en el corazón y como la más exuberante manifestación de mi desbordada pasión adolescente.
Le beso la nuquita porque es el sitio de su cuerpo que me genera una ternura indescriptible, siempre con ese olorcito que me hipnotiza.
Le beso los labios sin cesar, a cada momento, porque es la zona más sensible y erótica del cuerpo... (lo beso y automáticamente siento esa humedad)
Beso sus manos prodigiosas y ávidas para acariciar, porque con ellas manifiesta el deseo que siente por mí cuando vagabundea por mi piel y me recorre el cuerpo de pies a cabeza.
Le beso la frente y en el pecho porque allí dentro está la esencia de su persona que me enamora, sus más puros sentimientos y tooooodooo el amor que siente por mí.
Le doy besitos en la mejilla, como una hija a su padre o como una sobrinita al tío.
En fin, uso mi boquita y mi habilidad con los labios para hacerle los regalitos que a él más le gustan.
¡Mis besos!

Lolita

Foto: Lolita