viernes, 29 de mayo de 2009

Una buena razón

–Loli...
–¿Qué, Papi?
–Tengo que decirte algo...
–Sí, ¿qué es?
–Estamos acá... este primer día que nos conocimos, esta primera noche, la primera vez que cenamos juntos, ¿no?
–Ajá.
–Bueno... Ya me viste. Querías conocerme, y acá estoy.
–Mjm...
–Podés verme. Ya no es una idealización como con las cartas o los mensajes o el chat.
–Ajá.
–Me ves tal cual soy. Con mis cincuenta y siete años. Y vos, Princesita, sos tan joven...
–¿Qué querés decir, Papi? No te entiendo.
–A ver... ¿podés imaginarme dentro de diez años?
–Más o menos... A lo mejor sí...
–Vos vas a ser una hermosa mujer de veintiséis y yo voy a ser un señor de sesenta y siete... un...
–¿Viejito?
–Bueno, sí. La verdad, voy a ser un viejito de sesenta y siete.
–Ah... ¿Y entonces?
–Bueno, ahora te pido que hagas un esfuerzo y te imagines dentro de veinte años. Vos vas a ser una hermosísima mujer de treinta y seis años y yo... Yo voy a tener...
–Mjm... Bueno, setenta y siete... ¿Y?
–¿Y qué va a pasar entonces, Loli?
–¿Qué va a pasar con vos?
–No, Frutillita. Con vos... ¿qué va a pasar con vos? ¿Te imaginás dentro de veinte años, en el mejor de los casos, cuidando a un viejo?
–Ah, en el mejor de los casos... ¿Y cuál sería el peor de los casos?
–Que puedo no estar. Que puedo haber...
(...)
–¿Qué podés haber qué, Papi?
–Que por ley de la vida, para esa época puede ser que ya no esté acá... Que...
–¿Qué te hayas muerto, querés decir?
(...)
–Sí. Que me haya muerto...
(...)
–Papi... Mirá... a ver. Vos leíste mucho más que yo y viste muchas más pelis que yo, ¿cierto?
–Bueno, sí... Sólo por diferencia de edad...
–Dejá la diferencia de edad a un costado por un momento, por favor. Decime: ¿vos viste y leíste “La Tregua”?
–Sí, hace mucho... pero mucho... faltaban casi veinte años para que vos nacieras cuando leí el libro y un poco menos cuando vi la película, ¿por qué lo preguntás?
–¿Quién era más viejito, él o ella?
–Él, claro.
–¿Y quién se muere primero? ¿Él o ella?
–Ella...
–¿No decís que este es un mundo tan incierto que la única certeza que tenemos es que nos vamos a morir, pero no tenemos la certeza de cuándo... porque si la tuviésemos nos moriríamos de angustia?
–Sí... Te lo dije.
–Y entonces, Papi... ¿cómo sabés que te vas a morir antes vos?
(...)
–La verdad, no lo sé, Loli. Muy perspicaz de tu parte.
–No pensemos en eso ahora, Papi... Me estás haciendo tan, pero tan feliz esta noche... ¿Para qué hablar de algo tan triste ahora?
–Es cierto... Lo siento, Princesita.
–Mirá qué rica comida, tu vinito... este lugar al que no había venido nunca... Este momento con el que tanto soñé... ¿Para qué estropear este momento pensando en lo que puede pasar o no? ¿No te parece?
–Sí, me parece.

–¿Y qué va a tener de malo que te agarre de la mano dentro de veinte años para caminar y me encargue de cuidarte de la misma forma como hoy vos me cuidaste a mí? Como me venís cuidando desde hace tantos meses y desde tan lejos, sin haberme visto...
–Nada. No tiene nada de malo... sólo que voy a ser...
Shhhh... No digas eso.
–Bueno...
–¿No te parece que si la vida nos juntó y nos cruzó en el camino de ambos es por algo? ¿No te parece que quizás es una buena razón el simple hecho de estar juntos acá, hoy, esta noche?
–Sí, Loli. Me parece una muy buena razón...
–¿Sabés? Por más que pase el tiempo y suceda lo que suceda, te prometo que voy a seguir siendo tu Lolita... y vos vas a seguir siendo mi Profesor.

Este diálogo, más o menos como lo reproduzco, y así de salpicado con silencios, lo tuvimos con Loli en el restaurante “diente libre” (como lo llaman en la ciudad de Córdoba) Las Tinajas, cenando juntos el primer día de diciembre de 2007. La primera vez que estuvimos frente a frente y pudimos mirarnos, conocernos, tocamos. El día que pudimos darnos ese primer beso y abrazarnos, sabiendo que eso que estaba ocurriendo entre las cuatro paredes de la habitación del hotel, era la realidad que tanto habíamos anhelado ella y yo.
Ese primer viaje que no puedo olvidar, cuando Lolita me dijo que yo era más lindo, dulce y tierno de lo que ella esperaba y yo le dije que ella era mucho, pero mucho más inteligente, bonita, dulce, tierna y sensual de lo que yo había podido imaginar.
Así fue nuestra primera cena. Y de ese modo, con esa muy buena razón expresada desde el sentido común de Lolita, me animé a empezar nuestra historia en el mundo real.

El Profesor

Premio y Meme

Josephine nos ha privilegiado con este premio a la mujer que no esperábamos y que tiene dos condiciones: la primera, responder a siete preguntas referidas a siete cosas extrañas, raras o diferentes de cada uno; la segunda, otorgarlo a otros tres blogs de mujeres. Por tanto, El Profesor se abstiene de contestarlas y yo elijo los tres blogs a quienes pasárselo.

Por mi parte, decido entregarlo a:
Paula
Historias compartidas
Y acá están mis respuestas:

1– Siempre guardo los borradores de las cartas que escribo. Así, en todo este tiempo tengo un sobre lleno de todas las cartas que escribí. Supongo que es porque al pasar el tiempo me gusta recordar aquellas palabras que le dediqué a otra persona.
2– Durante toda la secundaria fui muy autoexigente con las notas de la escuela y me avergonzaba cuando mi nota era inferior a nueve o diez. Aún hoy, en mi primer año de facultad me gusta sacarme notas altas, pero me di cuenta que lo logro y sin estudiar demasiado.
3­– Casi toda la música que escucho es aquella que está es español. No me atrae demasiado aquellas canciones que no comprendo la letra, ya que después me gusta cantarlas y entender lo que digo.
4– Me gusta poner por escrito todo aquello que vivo en mi vida diaria. Me gusta escribir acerca de mí. Desde los ocho años que llevo diarios de todo lo que me pasa día a día. Tengo miles de papeles, cuadernos, diarios y hojas encuadernadas de toda mi historia que reviso cada tanto.
5– Siempre me atrajo la gente grande. Quizás porque comprendo más las cosas de adultos, quizás porque soy un poco precoz, quizás porque soy muy madura para la edad.
6­– Me enloquecen las librerías. Puedo estar horas mirando, husmeando y leyendo todo tipo de libros. Me atraen en especial los libros de superación personal y las historias dramáticas con las que puedo sentirme identificada.7– Cuando me enamoro hago todo lo que está en mis manos para hacer feliz al otro. Pienso que cuando se ama, se hace solamente de manera plena. Soy muy romántica y sensible al amor, y la verdad, no sé a quién salí, porque mis padres nunca se manifestaron cariño en mi presencia, al menos.
Muchas gracias,

Lolita

miércoles, 27 de mayo de 2009

Ternura

A veces tengo la certeza de que mi profe llegó a mi vida cuando más necesitaba sacar de mí todas esas reservas de ternura que habitaban en cantidades en mi corazón para poder hacer con ella milagros y prodigios cotidianos, como por ejemplo verlo sonreír de felicidad, sentirlo gemir de placer por las noches cuando deposito en su cuello un suave beso mientras duerme o mirar en la profundidad de sus ojos cuando me dice “Te amo”.
Confieso que a menudo tengo la sensación de tener ensanchado el corazón y de albergar allí todas las bellas emociones acumuladas de los momentos compartidos. Guardo en un rinconcito el sabor del primer beso, en otro los abrazos intercambiados en cada reencuentro y en otro distinto la alegría de verlo vestido de traje cuando se presentó a mi fiesta de egresados.
Todos los recuerdos tienen sabor a dulce. La memoria que me evoca su imagen a cada momento está impregnada de ternura.
Es el hombre que saca lo mejor y lo más puro de mí, es quien despierta ese instinto maternal que toda mujer lleva guardado en el alma.
Hace unos días, durante el último viaje, en su casa, se dio una de esas escenas cotidianas:
–Bebi...
–¿Qué, mi amor?
–Antes de lavarme los dientitos y de acostarme... ¿Me traés ese frasquito de dulce de frambuesas y frutos del bosque de la heladera y una cucharita?
–Si, papi.
(...)
–¿Vos comés algo dulce antes de ir a dormir, papi?
–Shi. Necesito comer una cucharita de algo dulce a la noche.
–Yo te lo voy a dar, mi vida. Quedate ahí que te lo traigo.
–Gueno.
(Ya se me empezó a poner mimoso).
–Ya vengo –le dije y fui a buscar el dulce a la heladera.


Cuando abrí la puerta vi el frasco. Me dio más ternura todavía. La tapa tenía esa suerte de “pollerita” propia de los dulces artesanales. Lo reconocí, porque lo venden en el mismo negocio donde me compra el dulce de leche al licor que más me gusta y conozco el local porque he salido con él a hacer las compras el sábado a la mañana.
Con su frasquito de dulce en una mano y una cuchara en la otra, me senté sobre sus piernas.
–A ver, abra la boquita, mi bebé, que va la cucharita con dulce de frambuesas...
Obedeció y yo, enternecida y llevada por los sentimientos, en lugar de dársela directamente hice como hacen las mamás con sus bebés cuando tienen que darle papilla, jugando con la cuchara como si fuera un avioncito.
–Ñññññ... Rrrrr... (Ruido de avión) Ahí va el avioncito...
Luego de comerla, y de lamer la cuchara, se quedó mirándome con dulzura y acto seguido, me atrajo hacia su cuerpo, me estampó un beso en los labios.
–¡Qué dulce que sos, mi vida! –me dijo.
Me encanta y me sale de forma natural prodigarle tantos mimos.
¿No estaré mal acostumbrándolo, consintiéndolo tanto?

Lolita

domingo, 24 de mayo de 2009

Cena para dos

Esa noche era mi último día de estar juntos en su casa. En pocas horas yo estaría viajando en el colectivo de regreso a la mía.
No habíamos comprado nada para cenar porque del mediodía, que habían venido a almorzar su hija y su nieta, nos había quedado un plato rebosante de unos exquisitos ravioles de jamón y mozarella con salsa de verduras al vapor y pollo que él había preparado –¿Les dije ya que mi Papi me cocina muy rico?–, y como fue en extremo previsor con las cantidades, metió todo el paquete a la olla y ahora nos sobraba. Pero mejor. A la noche los platos suelen estar más ricos.
En eso estaba pensando, cuando a cierta hora le dije:
–Papi…
–¿Mhhh-hh?
–Tengo hambre. Me hace ruidito la pancita.
–¿Qué querés comer, Loli?
–¿Viste los ravioles que quedaron del mediodía..?
–Ajá.
–Estaba re-buenos...
Me miró y sonrió. Hizo una seña para que me acercara a él, me rodeó la cintura con su brazo y me besó, con uno de esos gestos suyos, esas actitudes de papá comprensivo y complaciente que tiene conmigo.
–Bueno, bueno... Entonces vamos a calentarlos, ¿te parece?
–Sí, quiero... ¿Cómo los calentamos?
–A Baño María, mi vida. Mientras yo termino esto que estoy haciendo, vos andá sacando del horno el plato y la olla chica. Ponele hasta la mitad de agua y el plato tapado con la tapa de la olla encima, que ya voy.
–Bueno, papi.
Hice lo que me dijo y al ratito él estaba cuidando que no se quemara y tostando unos pancitos, mientras yo ponía la mesa.
Cuando estuvo listo lo sirvió.
–¿Vamos a comer los dos de ahí?
–Sí, mi amor. Lo pongo acá en medio de los dos y compartimos el mismo plato, ¿te parece?
Nos sentamos frente a frente y empecé por picar los pedacitos de pollo que tanto me gustaban.
En un momento en que dejamos de conversar para concentrarnos en comer, lo miré y le sonreí con ternura y agradecimiento por todo lo que hacía por mí. Y fue entonces –no sé si por el romanticismo del instante o por el hecho de que estábamos compartiendo las pastas–, que me vino a la memoria una imagen de una película de Disney que tantas veces en mi infancia había visto en VHS.


Me acordé de esa escena de “La Dama y el vagabundo” en la que están los dos perritos frente a un gran plato de spaghetti con dos mozos tocando música para ellos –una imagen de pleno sentimentalismo e inocencia–, y ambos comienzan a comer el mismo fideo hasta que sus hocicos se juntan en un beso.
Sonreí al recordar esa imagen y le comenté al Profe:
–Papi... ¿Sabés qué?
–¿Qué, mi amor?
–Parecemos “La Dama y el vagabundo”, aunque ellos no comían ravioles...
Me sonrió con infinita ternura. En esos momentos sonríe más con los ojos que con la boca, con esa calidez de mirada que me emociona.
Hay ciertos detalles que marcan las diferencias generacionales entre nosotros. Quizás es muy propio de mí relacionar ese tipo de cosas que en apariencia no tienen punto de comparación, aunque en este caso el Profe, que no deja de sorprenderme, también vio la misma película.

Lolita

Foto: © Walt Disney Productions

viernes, 22 de mayo de 2009

Teté y María Pía


Como lo anticipó Lolita en el anterior post, el día que fuimos a ver “Nunca es tarde para amar” (Wolke Neun), cuando por fin pudimos entrar a la sala, los únicos espectadores éramos: nosotros, una señora sola que se ubicó detrás nuestro y un poco más arriba, y una pareja bastante mayor –quizás un matrimonio–, que llamó nuestra atención por la forma de tratarse, estar tomados de la mano sentados y secretear, con esa actitud enternecedora de complicidad de las parejas que compartieron en la vida lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, disfrutando de los momentos gratos y sin esquivarle el bulto a los difíciles, comprendiéndose y apoyándose.
Y también, unos minutos antes que se apagaran las luces, aparecieron tomadas del brazo y buscando una ubicación, Teté y María Pía.
Bueno... en realidad no sabemos, con Loli, si se llamaban así. Quien les atribuyó esos nombres –repaquetísimos y apropiados para las dos “señoras bien” de Belgrano o Barrio Norte–, fue mi imaginación. Eligieron la fila de asientos anterior a la nuestra y se sentaron, conversando en voz baja de sus cosas, con esa forma tan peculiar de hablar como si tuvieran una papa en la boca.
Por su aspecto, podían ser madre e hija saliendo a compartir el cine, o tía y sobrina, o suegra y nuera. Bueno, suegra y nuera me parece más difícil, pero es posible, ¿por qué no?
Recuerdo que en ese momento pensé “Mmm... me parece que se equivocaron de película, chicas. Se van a llevar una sorpresa...”
¿Por qué pensé eso? Porque que soy observador –de niño debí haber sido insoportable, mirando a la gente a mi alrededor con esa actitud desenfadada propia de la curiosidad–, y a veces “juego” con eso de ponerle nombres a las personas e imaginármelas en la privacidad o tratar de prever las reacciones que tendrán frente a determinados estímulos.
La película que estábamos a punto de ver –por los comentarios de la cartelera–, es en esencia una película de amores y desamores, pero con un componente nada usual: el sexo.
Y no hablo de sexo al estilo de una “porno”, claro. Pero sí con la exhibición de cuerpos desnudos y las escenas en las que los protagonistas deben interpretar un orgasmo. En este caso, peor aún, ya que los cuerpos desnudos no son esculturales y perfectos, sino los de una mujer de sesenta y cinco años (Ursula Werner), con rollitos y con todo aquello que tiende a caer con el transcurso del tiempo en la etapa de la senectud; y el de un hombre de setenta y seis (Horst Westphal), que aparece como lo que es, un anciano, con el aspecto que tiene un hombre de su edad.
El hecho que aparezcan desnudos –reflexiono–, es parte de la trama y según mi criterio estético, está muy lejos de la obscenidad. Sólo un prejuicioso o una mente enferma puede calificar así las escenas de intimidad de esos dos viejitos que se enamoran en el otoño de su vida.
Aunque no me gustan para nada los juicios de valor, sólo alguien que no puede tolerar verse en ese “espejo” que es el filme, puede sentirse molesto o disgustado.
De ahí la diferencia entre la actitud del matrimonio (o pareja, o lo que fuere) que mencioné al principio, y la de Teté y María Pía (o como fuera que se llamaran) que empezaron a removerse, con visible incomodidad, cuando los protagonistas iniciaron el rito de desvestirse.
Ni les cuento el gemido casi doliente que emitieron a dúo Teté y María Pía cuando Úrsula Werner, a caballito de Horst Westphal, actúa un orgasmo creíble y estéticamente bello.
Tampoco sé cómo aguantaron hasta la próxima escena íntima. Dado que no quería perderme ni el argumento, ni las imágenes ni los diálogos, no pude prestarles mucha atención a esas dos mujeres sentadas en la fila anterior a la nuestra, pero creo recordar que María Pía le hablaba al oído a Teté y Teté le contestaba de la misma manera a María Pía.
Me imagino este diálogo, cuchicheado y apenas audible para no molestar:

–¡Pero esta película es un asco, nena!
–Decía que era de amor, mamá... ¿a vos te parece?
–¿Cómo van a mostrar esto en la pantalla?
–Vos sabés cómo son los alemanes, mamá. No les interesa nada de nada... ni la moral, ni la familia.
–¿Será toda la película así?
–No sé...
–¡Ni pienso quedarme acá sentada viendo esta asquerosidad!

No sé si el diálogo fue así, pero la actitud fue consecuente con ese discurso de “moral y buenas costumbres”, porque cuando comenzaba la siguiente escena donde los protagonistas aparecen desnudos, Teté y María Pía –ofendidísimas las dos–, se levantaron y, cuidando de no errarle al escalón (como uno que yo conozco en el cine de Córdoba), se retiraron dando bufidos.
–Estaba seguro que no aguantaban –le susurré a Lolita.
–¿Qué no aguantaban la película? –murmuró ella.
–Mhhh-hhh –contesté–. Después te explico.
Y seguimos mirando esa bella obra cinematográfica, pletórica de humanidad.
Cuando terminó la película, y mientras bajábamos los tres tramos de escalera que antes habíamos subido, le expliqué porqué estaba seguro que no iban a aguantarse hasta el final, Teté y María Pía.
Porque quizás no toleraron verse en ese espejo de la propia vida que a veces es el cine, y en especial cuando la película es profunda y aborda temas de esos “de los que mejor no hablar”. O porque quizás Teté era viuda o separada hace mucho tiempo y ver a una mujer de su edad disfrutando del sexo, le removió cosas en su interior que creía que ya no iba a volver a sentir: recuerdos, sensaciones, vergüenzas... ¡vaya uno a saber!
También puede ser que, dado que ambas tenían el aspecto de ser “señoras de su casa”, con “familias constituidas sobre la base de valores morales”, les resultaba intolerable mirar de frente situaciones en las que, a veces, nos involucra la vida y como madre e hija –si es que lo eran–, les daba vergüenza, porque inferían que a la otra le daba pudor lo que miraban.
Recuerdo que alguna vez tocamos el tema de lo difícil que resulta imaginarnos a nuestros padres teniendo sexo. Quizás en Teté y María Pía (o como se llamaran) encontré una clave para comprender, por ejemplo, la actitud de mis hijos, respecto de mi relación con Lolita.
Y es que la juventud de Loli quizás sea el símbolo y, al mismo tiempo, el detonante en la mente de ellos, que su papá todavía, además de enamorarse, pueda hacer lo que ellos hacen y creen –de manera equivocada–, que los adultos del Jurásico dejamos de hacer hace mucho tiempo. No sé, es mi reflexión. Espero que se haya entendido.
Como sea, mientras caminábamos mirando vidrieras, con Loli nos fuimos haciendo una película propia acerca de Teté y María Pía. Y como cada vez que imaginamos algo, no sólo nos reímos con ganas, sino que tratamos de encontrarle el lado positivo a la cosa, el aprendizaje que nunca termina en esta vida.
La película, claro está, la recomendamos para aquellos a quienes les guste el cine y las historias románticas. Que no es otra cosa: una historia de amor, la eterna tragicomedia de nuestra existencia.
¡Ah! ¡Casi lo olvido! La pareja mayor (o matrimonio) que mencioné al principio, salieron hablando entre ellos, tomados de la mano... como Lolita y yo.
¡Unos tiernos, los viejitos esos!

El Profesor

Foto: Escena de la película.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La Lolita de Berlusconi

Con El Profe leemos los diarios a la mañana, estemos juntos o no. Cuando estamos juntos, en nuestros lugares preferidos de Córdoba o Buenos Aires. Y cuando estamos lejos, por Internet.
Claro que él los lee un rato después que yo, puesto que como expliqué, se tarda en meditar con los ojos cerrados, acerca del temas tan trascendentales como, por ejemplo, si descansó bien o no. (¡Pod favooodd! ¡Un datito maz!)
Suele suceder que, antes que me vaya a la facultad, por el chat nos ponemos a comentar algunos temas del día.
Hoy, ambos, leímos la noticia acerca de que Umberto Eco publicó un libro nuevo en Italia: “No esperéis libraros de los libros”, en el que defiende la supervivencia del libro físico (papel), frente al avance imparable de los libros virtuales en soportes digitales.
Nos llamaron la atención dos cosas: la primera, que ayer, en Madrid, el semiólogo y novelista italiano –autor de “El Nombre de la Rosa”, “El péndulo de Foucault” y esa maravilla infaltable en la biblioteca de cada estudiante y profesional “Cómo hacer una tesis”, además de otros–, declaró al periodismo que: “Si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico”.


La segunda, que cuando le preguntaron acerca de qué libro le regalaría al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, con su habitual rapidez para la respuesta ocurrente y su peculiar sentido del humor y de la ironía Eco respondió: “No le regalaría ninguno, porque él dijo hace veinte años que no lee, aunque a la vista de las últimas noticias, le regalaría Lolita, de Nabokov”.


Esta es Noemí Leticia, que desde hace dos años frecuenta a Berlusconi, lo llama “Papi” –como yo al Profe. Claro que el premier italiano tiene 72 años y ella mi edad–, y fue la causa del último escándalo que le costó el divorcio.
Cuando la descubrieron, los papparazzi creyeron que era una hija no declarada del “Il Cavaliere”, quien se hizo presente en la fiesta con que se festejaron los 18 años de la nena. La nena, para los que no lo sepan, a los trece años debutó como bailarina, hace castings y hasta ha sido modelo en una empresa de moda italiana.
En apariencia, la familia de la Lolita de Nápoles no se opuso a que Berlusconi le regalara un collar valuado en más de seis mil euros y, como si no fuera suficiente, esta chiquilla traviesa manifestó a la prensa que sigue siendo virgen (Mjm...) y que sólo ha besado a su novio Domenico, con quien espera que suceda la “fatídica primera vez”. (Mjm...)
¿"Fatídica primera vez"? ¿De qué habla la napolitana esta?

Lolita

martes, 19 de mayo de 2009

Nunca es tarde...

El jueves 30 de abril, cuando llegué a Buenos Aires, y luego de todas las efusividades propias del primer día, fuimos a cumplir uno de nuestros ritos: el cine.


Como el Profe me delegó el cargo seguir los estrenos de cine, le sugerí “Nunca es tarde para amar” (Wolke Neun), un excelente filme alemán –no nos limitamos a lo estadounidense–, que muestra la sexualidad durante la vejez entre una mujer de sesenta y cinco años que se enamora de un hombre de 76, dirigido por Andreas Dresen y está interpretado por Ursula Werner y Horst Westphal en los papeles principales.
Es una película “fuerte” o “realista”, como quieran llamarla, pero ése es tema para el post que escribirá el Profe.
Lo que yo quiero contar es lo que pasó cuando fuimos al cine, esa tarde que lo tuve de acá para allá mirando vidrieras, hasta que encontré lo que me gustaba en el negocio donde se hizo pasar por abuelo (Jejej).
Habíamos almorzado y nos fuimos para el cine en la avenida Cabildo, el Arteplex Belgrano (me contó el profesor que ese “complejo de salas” había sido un cine muy importante en otra época), y llegamos justo –como suele suceder–, para el inicio de la función.
Nos acercamos a la boletería, donde dos chicas jóvenes estaban conversando. Una de ellas entró en el recinto de la boletería y el profe le dijo:
–Dos para... la de los viejitos que se enamoran...
–"Nunca es tarde..." –le contestó la chica de la boletería.
–¡Esssaaa! Sí, esa.
La chica movió los dedos en algún teclado y una de sus manos puso un ticket sobre el mostrador.
–Son treinta y seis pesos –dijo, con una sonrisa que hasta a mí me pareció cautivante.
–¿Qué-que-queeq? ¿Cómo? –preguntó El Profe.
–¿Cuaáaanto, Papi? –le pregunté yo, en voz baja a él.
–¡Ay, Dios! ¿Qué rompimos? –dijo el Profe.
–Jejejej... –la chica de la boletería, con su sonrisa imperturbable.
El Profe sacó la billetera, buscó el dinero, le pagó, y en ese momento le vi los ojitos. Yo aprendí a reconocer, en su mirada, cuándo se está por mandar una de las suyas.
–Debe ser que hace mucho que no vengo al cine... –comentó. La chica con cara de nada, sonrisa Colgate, tomó el dinero y le dio el vuelto como si nada. Imperturbable, ella.
–Está por empezar... la sala arriba, por las escaleras.
–Paaaapppiii... ¿Treinta y seis pesos? ¡Pero si en Córdoba cuesta diez pesos, o trece cuando son estrenos especiales! –le iba diciendo mientras subíamos tres tramos de una escalera que parecía interminable.
–Y bueno, Loli, qué remedio. Estamos en Cabildo... Y éste, que yo me acuerde, era el más barato de los cines de Belgrano... –me contestó, como si no pasara nada. Pero yo sé que alguna se guardaba–. Eso sí, te rompen el traste, pero ¿viste con qué sonrisa? ¿Será soltera o casada, la chica?
–¿Y qué diferencia le hace el estado civil?
–Cuando nos vayamos, haceme acordar que se lo pregunte –me dijo.
Por fin terminamos de subir escaleras y llegamos a la puerta de la sala. En teoría, si “está por empezar”, deberíamos haber podido entrar. Pero no.
En ese momento se presentó otra señorita –la que ahora recibe los tickets, que antes se llamaban acomodadores/as–, muy mona ella, y también con sonrisa de comercial de pasta dentífrica, nos dijo:
–Falta un ratito, porque la película está atrasada...
–(...)
El Profe hizo un silencio significativo y la miró serio. Mala señal. Siempre se pone así cuando está por mandarse una de las suyas, por algo que no le gusta. Y esta no era la excepción.
–¡Ahhh! ¡Claro! ¿Se atrasó la película?
–Mjm –la señorita de la sonrisa Colgate II.
–Debe ser porque como los protagonistas son viejitos, va más lenta, ¿no te parece, Loli? –dijo, mirándome.
–Mjjjjfaaajjaaa –yo, tapándome la boca, para no soltarle la carcajada en la cara.
–Jejejej –la acomodadora-ticketera del cine, que no sabía si era un chiste o una ironía.
Como a los quince minutos, cuando los “viejitos” terminaron la película, pudimos entrar. Poca gente. Una pareja mayor, una señora sola, El Profe y yo y, por último, Teté y María Pía (¿madre e hija? ¿Tía y sobrina?) que el Profe catalogó, en el acto, como madre e hija, y de las que va a hablar él, en un próximo post, acerca de... bueno, ya les va a contar.
Tal como me lo anunció, cuando terminó la película –muy buena, dicho sea de paso, aunque tristona–, una vez que bajamos todos los escalones que antes habíamos subido, y antes de salir a la calle, el Profe se fue directo a la boletería.
–¿Le puedo hacer una pregunta? –le dijo a la señorita Colgate I, que había retomado la charla con su amiga o compañera.
–¿Sí?
–¿Usted es casada o soltera?
–Soltera... –contestó la chica, sorprendida–. ¿Por qué?
–Por nada, por nada...
Y no había dado más de dos pasos, cuando me dijo:
–¿Ves, Loli? Te lo dije, te roban a mano armada, pero por lo menos mandan a una chica linda, soltera y que te sonríe. Te rompen el culo, pero eso sí, con una sonrisa...
–Bueno, papi... Ya está... ya fue.
–Ajá, nunca es tarde... –comentó él, como al pasar.
Cierto. Porque eso no fue todo. Después de caminarnos todas las cuadras que ya conté, mirando vidrieras, al Profe se le ocurrió invitarme a tomar un helado –ese día hacía calorcito a la tarde–, en Persicco.
Para los que no conozcan esa heladería, es una muy paqueta (es cierto que los helados son muy ricos, eso hay que decirlo), que está en la plaza que llaman “La Redonda”.
Yo me acordaba, de la vez anterior, que los helados y el café ahí, baratos, lo que se dice baratos, no eran. Más bien, eran ¡carísimos! Lo que en el mejor Grido de Córdoba, cuesta tres pesos, ahí cuesta doce.
–Pero no, Papi... dejá, te van a romper el culo otra vez con el precio
–le dije.
–Nunca es tarde, Loli –me contestó él, sonriendo–. ¿Ves? Nunca es tarde...
Me tomó de la mano y entramos a Persicco, porque él sabe que me fascina el helado, y quiere darme todos los gustos.
Y sí, nos rompieron el traste otra vez...

Lolita

Foto: Escena de la película “Nunca es tarde para amar”.

domingo, 17 de mayo de 2009

Premio y Memes

Paula, nuestra Madrina, nos distinguió con este premio
y estos “Memes” que respondemos.

Meme de Lolita

1- Un buen lugar para relajarse: El parque o una playa, un sábado por la tarde.
2- ¿Te echas la siesta?: No, nunca. Odio dormir durante el día –¡Bah!, aunque cuando estoy muy cansada y no hay más remedio...
3- ¿Quién ha sido la última persona a la que has abrazado?: Al Profe. ¡Y qué lindo abrazo que fue ese último!
4- Tu plato preferido para la cena: Sandwiches de miga de palmitos con. O lomito... O bife con salsa y puré.
5- La última cosa que has comprado: Ropa interior: bombachitas, conjunto, medias...
6- ¿Qué escuchas ahora mismo?: El ruido que hace la compu.
7- Tu estación del año preferida: Verano y primavera.
8- ¿Qué tienes en el armario de tu baño?: Cepillos de dientes y otras tantas porquerías como gomitas del pelo que no uso y frascos vacíos.
9- ¿Qué le dirías a la persona que te pasó este meme?: Gracias por estar cuando lo necesito y por ser tan solidaria y generosa.
10- Si pudieras tener una casa totalmente amueblada, gratis en cualquier parte del mundo ¿adónde te gustaría que estuviera?: En un lugar paradisíaco, con playa, árboles (pero no muy lejos de la ciudad, por favor) y con El Profe, por supuesto.
11- Lugar favorito de vacaciones: Muchos, las sierras de Córdoba por ejemplo. Y con El Profe.
12- ¿Cual es tu té favorito?: No tomo té. Me suele dar asco. Salvo el tecito de limón Vick que me preparó el Profe en mi último viaje, cuando estuve resfriada.
13- ¿De qué te gustaría librarte?: De las actitudes de mi mamá. De la inseguridad.
14- ¿Qué querías ser de pequeña?: Profesora. Y una vez, cuando viajaba en el colectivo con mi mamá y pasábamos por un lugar de villas, le dije que quería ser alguien que pudiera sacar a toda esa gente de la pobreza y plantar flores en ese lugar tan triste...

Y la pregunta de Lunas (¿Qué es la magia para ti?): La magia es lo que nos sorprende a cada instante, lo que nos ilusiona, los que nos brinda felicidad... La magia es el amor.

Pregunta de Paula (¿Cuál es el sueño que te falta cumplir?): Tener a mi Profe cerquita todos los días y tener una buena vida conseguida y lograda con mi esfuerzo personal.

Respuestas de El Profesor

1- Un buen lugar para relajarse:
Una playa de arena blanca que no queme los pies y sin turistas.
2- ¿Te echas la siesta?:
No, aunque creo que va siendo hora de empezar a tenerla en cuenta, aunque sólo los domingos y, claro, en compañía. Porque la siesta no se inventó sólo para dormir.
3- ¿Quién ha sido la última persona a la que has abrazado?:
A Lolita
4- Tu plato preferido para la cena:
Bife de chorizo con papas fritas.
5- La última cosa que has comprado: Dos suéters de mujer.
6- ¿Qué escuchas ahora mismo?: El silencio.
7- Tu estación del año preferida: El verano.
8- ¿Qué tienes en el armario de tu baño?: No tengo armario en el baño.
9- ¿Qué le dirías a la persona que te pasó este meme?: Gracias por su generosidad de espíritu.
10- Si pudieras tener una casa totalmente amueblada, gratis en cualquier parte del mundo ¿adónde te gustaría que estuviera?: En algún lindo barrio de la Ciudad de Córdoba
11- Lugar favorito de vacaciones: Varios. De momento, las sierras cordobesas.
12- ¿Cual es tu té favorito?: El Earl Grey o English Breakfast de “Twinings”. Un proverbio chino asegura que "El té deja el alma plácida y tranquila, y la vista clara y penetrante".
13- ¿De qué te gustaría librarte?: De mis incertidumbres.
14- ¿Qué querías ser de pequeño?: Escritor, cineasta... y profesor.

Y la pregunta de Lunas (¿Qué es la magia para ti?): Cada nuevo día que me despierto y veo el sol y sé que mis seres queridos están vivos y sanos.

Pregunta de Paula: (¿Cuál es el sueño que te falta cumplir?): Dormirme abrazado a Lolita y tener la certeza que cuando despierte, va a estar ahí, cada uno de los días que la vida nos regale.

La Pregunta inventada por Lolita:
¿Qué es la cosa más tierna o lo que más ternura te da?: Mi Profe y los bebés.

¿A quién pasarlo? Vaya pregunta que nos hacemos, Lolita y yo. A ver:

A
Gemma, por su prudencia, su comprensión, su apoyo:
A
Gastón (aunque sabemos que no es muy afecto a este tipo de cosas), por su solidaridad y humanidad.
A
Clari (Cl), por su apoyo, su sentido de lo que es justo, por su cariño
A
Levania, por sus palabras de aliento, por su cariño
A
Cris, por su buen juicio, por su palabra a tiempo.
A
NinnaGirasol, por que en los peores momentos, pone en juego lo mejor de su persona.
A
@ngelluz, por su afecto, su espontaneidad y su respaldo
A
French Kitty / María Magdalena, por su sinceridad y altruismo.

Y a tantos otros, a todos aquellos que nos apoyaron en los momentos difíciles con su palabra de aliento, con sus sugerencias desprovistas de prejuicio, con su ternura, su compañerismo y su desinterés. Porque en el infortunio, se descubre a las personas.
Para todos ellos, nuestro reconocimiento y gratitud.

Lolita y El Profesor

sábado, 16 de mayo de 2009

Primer beso

En su comentario a lo que escribí ayer, Lolita expresó: “Logré todo lo que hace casi dos años anhelaba. (Junto al ferviente deseo de besarte, de dar mi primer beso a alguien que de verdad amara)”, y sus palabras me hicieron recordar ese primer beso. Ella, recordando lo que sintió en ese momento, escribió:

Un maletero del hotel nos acompañó en el ascensor y nos guió hasta la habitación que tenía reservada. Mientras subía, íbamos detrás del muchacho y yo lo miraba con picardía y le apretaba la mano mientras le sonreía. Llegamos a la habitación, el joven abrió la puerta y se retiró.
Nosotros entramos, cerramos la puerta y sin darle tiempo de dejar el bolso y acomodar sus cosas, lo abracé. Me abrazó fuerte también. En ese momento no pensaba ni siquiera en el largo viaje que había hecho y que quizás necesitaba descansar. Él tampoco. Le pedí que se sentara en el borde de la cama y después –tal como lo había soñado durante todos esos meses–, me senté en sus rodillas. Transcurrieron dos o tres segundos durante los cuales nos miramos a los ojos. Después le rodeé el cuello con mis brazos y lo besé.
Sentí por vez primera el sabor de unos labios. Mi boquita inexperta se dejó llevar por la pasión y el anhelo de sentirlo mío. Me olvidé del mundo y de todo lo que nos rodeaba mientras mi boca se iniciaba en el sutil arte del beso. Sentía que tocaba el cielo con las manos, que estaba flotando. Mientras nuestros labios se unían en un beso que deseaba que no acabara nunca, mis manos empezaron a deslizarse por su cabello, su abundante cabello teñido de canas que me fascinaba por su suavidad, su textura, su forma...
La habitación estaba en penumbras y mientras nos besábamos sus manos recorrían con suavidad mi rostro y mi cuello y con mucha suavidad empezaron a conocer todos los relieves de mi cuerpo...
Me excité y se excitó. Y desde ese momento sentí que la diferencia de edad no era ni sería un obstáculo para la fuerte atracción que sentíamos el uno por el otro.

Por mi parte yo recuerdo vagamente haber dormido muy poco durante el viaje. Consumido como estaba por la ansiedad, dormité de a ratos y cuando comenzó a clarear me dormí mirando por la ventanilla. No debió haber pasado mucho tiempo, porque cuando abrí los ojos, estábamos llegando al arco de entrada de la ciudad. Desde ese día, excepto una vez que viajé muy cansado, de manera invariable, me despierto cuando llegamos a ese punto del viaje.
Impaciente, me puse el primero en la puerta de salida del micro y bajé, buscando a Lolita... a esa jovencita que sólo había visto en un par de fotos, pero que no tenía dudas de reconocer ni bien la tuviera frente a mí para abrazarla y sentirla. Para materializar ese anhelo que nunca, ni en mis más alocadas fantasías, había imaginado que sentiría en toda mi vida por una adolescente.
Así fue. De pronto ahí estaba, mirándome desde unos metros más allá, regalándome la más bella de las sonrisas. Tan hermosa como la había soñado, tan delicada como la había imaginado. En ese momento agradecí haber tomado la decisión de viajar para que nos conociéramos.
De ahí en más, los recuerdos se tornan vagos, difusos. Si Lolita sintió que tocaba el cielo, a mí me produjo algo similar. A mis años, y aunque parezca extraño, sentía esa mezcla de excitación y nerviosismo de la adolescencia. Ella recuerda con lujo de detalles todo lo que ocurrió, desde presentarme en el hotel hasta que se cerró la puerta de la habitación. Yo, apenas si me acuerdo que, tomando la iniciativa, se sentó sobre mis piernas, me miró a los ojos durante un instante muy largo con esa forma que tiene de observar, penetrante y persistente como la de un niño y después acercó su rostro al mío, ofreciéndome su boca para que la besara.
Dicen que las mujeres llevan en la memoria por el resto de su vida el recuerdo del primer beso que han dado. Yo soy hombre y tampoco lo puedo olvidar.
Sus labios tiernos y mullidos se juntaron con los míos, como si estuviesen conociéndose, explorándose, acostumbrándose a esa maravillosa caricia que es el beso en la boca.
Si Lolita había soñado con estar así, sentada en mis piernas, abrazándome y besándome en la boca, yo lo había imaginado en las largas noches solitarias y ahí estábamos, boca con boca, rozándonos las narices, los ojos entrecerrados en la ensoñación.
Parecía tan pequeña, tan frágil, que sólo atiné a tomar su carita de gacela con mis dos manos mientras mis labios acariciaban los suyos, dispuestos y entregados, tan ávidos como los míos.
Sentí que una de sus manos me acariciaba el pelo y dejé que una de las mías se perdiera en esa cascada de cabello oscuro, lacio y sedoso.
Cuando separé sus labios y busqué su lengua, vaciló durante un instante, el tiempo suficiente para que le acariciara con la mía las comisuras... y después salió a mi encuentro, decidida, curiosa y atrevida, devolviendo la caricia.
Así recuerdo cómo, por primera vez nos entregamos a la excitación que provoca besar con pasión, a ese rito previo y necesario antes de la entrega de los cuerpos. Esa fusión de labios rozándose, de dientes juntos, de lenguas atrevidas en la que los amantes, antes que el cuerpo, desnudan su alma.

El Profesor

Foto: © Massimiliano Uccelletti

viernes, 15 de mayo de 2009

Nudo en el estómago

Si algo he aprendido en esta vida es que parece necesario que en ocasiones las circunstancias nos propinen un buen rapapolvo, un sacudón de esos que nos obligan a reflexionar, a replantearnos la existencia y a corregir el rumbo. Es lo que me está pasando a mí hace diez días.
He leído cada uno de los comentarios que iban dejando los lectores y debo decir que le he prestado más atención –y quizás me han servido más– los de quienes me denostaban y criticaban y hacían lo posible por apagar un incendio echando una buena rociada de nafta de alto octanaje, que a los que aportaban prudencia, comprensión y afecto con una alta dosis de generosidad de espíritu, por extraño que parezca.
Aunque admito que me costó leer esos comentarios adversos de todos esos anónimos en ellos encontré –de la adversidad se aprende–, al menos un par de buenas razones para hacerme algunas preguntas que tienen que ver con mi persona, mis motivaciones y mis actos.
Rescato, de todas las preguntas que me hice, la que creo que es más trascendente para poder continuar adelante: ¿qué me llevó a esta relación? ¿Qué me motivó, en su momento, a pasar la barrera de la virtualidad y viajar para conocer a Lolita para empezar esta historia que trascendió lo virtual y comenzó a ser realidad ese primer día de diciembre cuando la vi, esperándome en la terminal de ómnibus?
He pensado con seriedad en esta relación con una jovencita que podría ser mi hija –y hasta mi nieta, dada la edad de mi hijo mayor–, y no he descartado ni siquiera la hipótesis de que con Loli haya aflorado en mí algo que siempre estuvo ahí, al acecho, esperando el momento de revelarse: el que en los callejones más oscuros de mi psique se escondía Mister Hyde, y aguardaba con paciencia el momento de hacerse presente, mientras el Doctor Jekyll mostraba su aspecto más respetable.
Recordé aquellos primeros días de julio de 2007, cuando la vida nos cruzó en Internet sin sospecharlo ni ella ni yo. Al menos yo sé, tengo la certeza, que no lo esperaba y hasta donde sé, ella tampoco.
Por suerte conservé cada uno de los más de tres mil correos, mensajes y conversaciones que se guardan en el disco de mi computadora, inalterables, y que en este momento me fueron útiles por si me fallaba la memoria o, lo que es peor, hubiera intentado sobornarla con excusas. Allí está todo registrado desde el primer correo, espontáneo y como sucedió, día tras día, hasta que las sensaciones dieron paso a los sentimientos y hasta el porqué de ese tránsito que nos llevó hasta esta realidad de hoy.
En los últimos días estuve abrevando en esa, nuestra historia, leyendo y buscando la frase que me delatara, que me dejara en evidencia como un viejo seductor de niñas inocentes y para mi sosiego y tranquilidad de conciencia, no la encontré.
Sí encontré las mil y una explicaciones que le di a Lolita, tratando de persuadirla de que una relación entre ambos iba a ser muy difícil –sino imposible–, y que el principal obstáculo que teníamos por delante era el inevitable paso del tiempo que quizás ahora y por los próximos diez años podría disimularse, pero de ninguna manera retardarse para evitarlo.
Y me encontré respuestas sorprendentes, que había olvidado y que me hicieron recordar por qué me cautivó esa jovencita que en ese entonces tenía dieciséis años.
Creo que el momento en que ya no hubo vuelta atrás para mí fue una de sus cartas virtuales de fines de agosto de 2007, cuando aún no nos habíamos visto ni una sola vez.
Pese a que seguí insistiendo –aún hoy, todavía, lo hago–, con el argumento de la edad, de las vivencias diferentes, de las asimetrías y de todas las dificultades que se nos cruzaron en el camino y que están esperando ahí, al acecho, para hacerse presentes, esa carta (y un chat que no voy a reproducir) fue la que cambió el sentido de mi existencia, aunque en ese momento no podía tener ni idea de cómo sostener una relación de pareja-tan-despareja.

“Cushito” mío:

Te escribo para contarte algunas cosas que me pasan...
Ayer estuve pensando muchísimo, con la cabeza “fría”, es decir, usando sólo la parte lógica y sin tener en cuenta los sentimientos (me costó un montón, porque a pesar de que yo soy muy pensante, los sentimientos suelen jugarme malas pasadas...) y llegué a algunas conclusiones que voy a contarte en cuanto podamos hablar.
Por otra parte quería decirte que me pasa algo muy raro... a ver si vos, que sos mago, podés saber que es... resulta que el nido de palomas ya no lo tengo más, ahora tengo una especie de nudo en el estómago (Quizás se deba a todo lo que pensé y a la decisión que tomé), pero por otra parte estoy tan feliz... tengo muchas energías y ganas de abrazar a todo el mundo y estoy de un humor espectacular. Pero tengo un nudo raro en la pancita.
Bueno, era eso nada más.
¡Ah! ¡Me fue bien en derecho!
Ayer no pude dormir en toda la noche y no sé por qué.
Muchos beshitos...
Chaucito

En ese momento no teníamos cámara y no nos podíamos ver y sólo nos hacíamos una idea de cómo éramos por unas pocas fotos intercambiadas entre un hombre que estaba muy solo y a punto de entregarse a la vejez y una adolescente que necesitaba creer y comprobar que el amor existía.
Puedo decir que con esa carta y con las muchas conversaciones por chat que sería tedioso y muy difícil reproducir, pero que me deslumbraban por su inteligencia, su frescura, su agudeza de pensamiento, su fina percepción y su ternura, empecé a sentir, yo también, un nudo en el estómago cada vez que pensaba en Lolita.
Mucho antes de ser El Profesor, claro.

El Profesor

jueves, 14 de mayo de 2009

Revoloteo de mariposas

Desde que entré en la adolescencia me había preguntado cuál era la razón por la cual las mujeres se tomaban tanto trabajo en ponerse bonitas cuando tenían una cita. Siempre tuve la curiosidad de saber porqué las chicas parecían tan tontas cuando el chico que les gustaba les cruzaba por el frente. No terminaba de entender cómo era posible que alguien se pasara horas pensando, tirada en la cama, en alguien del sexo opuesto.
A partir de ese frío mes de julio, no sólo comencé a entender y a dar respuestas a cada una de estas preguntas, sino que empecé a experimentar todo aquello que me parecía tan lejano a mi realidad.
Él apareció en mi vida para transformarlo todo. Provocó en mí una tremenda revolución de sentimientos, emociones y hormonas. Logró que por primera vez me desconcentrara de clases, materias y profesores, para pensar en cómo sería acariciar su cuerpo.
Debo confesar que a partir del primer contacto, esa primera sucesión de largos correos contándonos cosas, mi corazón comenzó a latir a otra velocidad, a otro ritmo. Me gustaba su forma de escribir, de expresarse, de decirme las cosas, con ternura, simpatía y calidez.
Releo uno de los correos que le envié y reflexiono:

Es sorprendente el poder que tienes en tus palabras para ponerme contenta. Cada mail tuyo me alegra el día. Con el último ya me has hecho poner colorada... (¡Ja, ja!)
Me siento muy afortunada de haber dado contigo en este momento de mi vida. Creo que ya te considero como un amigo. Sos una gran persona (tengo la certeza de lo que digo con sólo leer tus mails).
Ahora te cuento algo: como te dije en el mail anterior, yo no tengo muchos amigos de mi edad, pero tengo tanta facilidad para relacionarme con los adultos... Es que por ahí me interesa más todo lo relacionado al mundo adulto que a lo que hacen los chicos de mi edad. Siempre ha sido así, y según como se lo mire puede ser bueno o malo.
No pude evitar sonreír al leer la definición que elaboraste de mí: "muchacha sorprendente..." realmente me hace sentir muy halagada. Gracias.
¡Me siento tan contenta de haber conocido a alguien como vos..! Creo que he encontrado a alguien que si me comprende.
Muchas gracias por todo.


Mi mente se deleitaba en la idea de tener un romance con alguien mayor, alguien que pudiera comprenderme, que me protegiera y que me diera todo el amor que yo anhelaba y que nunca había recibido de un hombre con el que soñaba tener una relación amorosa. Me gustaba su manera de apodarme cariñosa: “Cushita”, me decía.
Era mi secreto. No podía hablar con nadie el hecho de que había empezado a sentir cosas por un hombre a quién aun no conocía y que había nacido cuarenta y un años antes que yo.
¿Quién podría entenderme?
Luego de los correos vinieron los chats. Hasta el día de hoy recuerdo la emoción y el nerviosismo con que me sentaba frente a la máquina, me conectaba y esperaba ansiosa encontrar su nick disponible para que pudiéramos hablar de tantos temas que compartíamos y la gran cantidad de gustos que teníamos en común. Luego de eso vino la intimidad, la confianza.
Durante todo el día vivía pensando en el momento en que me encontraría con él. Ansiaba leer sus palabras, deleitarme con sus mimos virtuales, estar atrapada en la fantasía de pensar que ese hombre ya, de alguna forma, me pertenecía.

–¿Me querés? –Le pregunté un día.
–Sí, corazoncito, sos una mujercita muy muy querible
–Yo también te quiero.
–¿Eso es lo que hace que pienses todo el tiempo en mí?
–¿Cómo sabés que pienso en vos?
–¿No te lo he dicho? ¡Soy mago!
–¿Y vos pensás en mí?
–Si, pienso en vos.
–¿Es cierto o lo decís porque yo te confesé que pensaba en vos?
–Si hay algo que tenés que saber de mí, es que yo siempre hablo en serio, incluso cuando hago bromas es en serio.
–Ah...
–Es más: te digo que por alguna extraña razón, pienso demasiado en vos.


Me latía el corazón con fuerza cuando me decía que me quería, que me deseaba y que yo era hermosa. Sentía un placer intenso cuando me escribía el deseo que tenía de estar conmigo. Me recorrían unas cosquillas muy fuertes, de la cabeza a los pies, cuando me describía con lujo de detalles, cómo me amaría si es que algún día llegábamos a conocernos.
Tenía la certeza de que me había enamorado. Lo sabía. Era la primera vez en mi corta vida que experimentaba algo tan fuerte. Era algo más que un deseo impulsado por las fantasías. Lo que yo sentía era fascinación intelectual, amor desenfrenado, pasión, cariño profundo, ternura… y era eso lo que me impulsaba a volver corriendo de la escuela para hablarle, lo que me motivaba a quedarme hasta altas horas de la noche escribiéndole de puño y letra cartas de amor que al día siguiente llevaría hasta el correo. Era esa emoción misma la que me impulsaba a confesarle que había empezado a amarlo, la que me incitó un día a proponerle casamiento sin conocernos siquiera... y es que era mi primer amor, mi primera ilusión, mi primer sueño, mi pensamiento constante...
Había días en que, al llegar la hora de acostarme, no lograba conciliar el sueño de tanto pensar en él, de tanto desear conocerlo, de imaginar cómo sería nuestro primer encuentro.
Y así sucedió.
De un día para el otro comencé a sentir cosquillas sin que me tocaran.


Se me erizaba la piel sin que hiciera frío.
Desde ese día empecé a comprender, experimentándolo en carne propia, lo que era sentir la pancita llena de mariposas revoloteando...

Lolita

Foto: © Claudio Rossi - Bonrossi Gallery Erotica

martes, 12 de mayo de 2009

Volver a empezar

En estos días estuve reflexionando acerca de lo ocurrido. Los comentarios de muchos de ustedes por momentos inclinaban mi pensamiento para una u otra decisión. Todos tenían algo de cierto y razonable.
Aquellos que me incitaban a cortar con esto y olvidar al Profe, me hacían creer que eso era lo correcto, que en realidad, alguien que se equivocaba tan feo no merecía piedad ni perdón. En un primer momento, en medio de tanta confusión, desilusión y bronca, pensaba eso. Quería ser rígida con el otro, negarme a dar una nueva oportunidad, castigar un error.
Pero por otro lado, estaban las personas de corazón generoso que me alentaban a creer que se puede intentarlo nuevamente, las que con su grandeza de alma me decían que una equivocación se puede remediar, y que, con tiempo y amor, se puede volver a confiar. Muchas de esas personas son las que siguieron nuestra historia en cada post, que cada día nos hacían sonreír con sus comentarios y nos daban fuerzas para creer que un amor así, como el nuestro, se puede sostener y que es posible vivirlo libremente y sin ser el centro de las miradas prejuiciosas y de los dedos acusadores. Otras de estas maravillosas personas se fueron incorporando en el camino, brindándonos su calidez en cada frase y su apoyo incondicional.
Lo sucedido entre El Profe y yo, movilizó la solidaridad existente en muchos corazones de los que se sientan cada día frente a su máquina para leernos. He recibido muchos correos con palabras realmente alentadoras y que me sirvieron de consuelo cuando la situación me resultaba tan dura que ya no creía encontrar fuerzas para llevarla adelante.
Gracias a todas aquellas personas. La gran mayoría, aún sin conocernos, se emocionaba con nuestra historia, se reía de nuestras vivencias y hasta se preocupaba por los problemas que tuvimos que atravesar para llegar hasta donde hoy estamos. A todas esas personas: mi más sincero agradecimiento, de corazón, por estar siempre ahí.

Por el cariño recibido por parte de todos ustedes, por los consejos que me dieron, pude reconsiderar mi decisión, poner en la balanza lo sucedido y lo vivido anteriormente, pude hablar con El Profe en los mejores términos y con toda sinceridad acerca de este tropiezo en nuestra vida, y juntos, expresando nuestras necesidades y deseos, llegamos a la conclusión de que valía la pena intentarlo de nuevo. Volver a apostar por este amor que comenzó hace casi dos años, en un frío mes de julio, donde en nuestros corazones empezamos a sentir el calorcito que da el sentirse atraído por el otro y el recibir amor.
Hasta el domingo pasado aún nos costaba hablarnos, aún se nos hacía difícil la comunicación tan fluida que siempre tuvimos, es que, claro, algo entre nosotros se había roto: la confianza. Pero poquito, a poco, hablándonos con ternura y con lo mejor que nos salía de adentro, con espacios de silencio a medida que íbamos reconstruyendo el puente de comunicación, pudimos mantener un diálogo coherente:

–¿Entonces? ¿Vos qué querés? –le pregunté.
(…)
–Lo que dice el fragmento del poema de Kipling “... seguir adelante, hasta agotar todo lo que sea humanamente posible de hacer para continuar.”
(…)
–¿Y qué querés vos, Lolita?
(…)
–Creo que quiero lo mismo. Quiero que probemos volvamos a intentarlo y vemos si funciona.
(…)
­–¿En serio? ¿En serio me decís eso?
–Sí. Te voy a dar otra oportunidad y me voy a dar otra oportunidad a mí misma de volver a creer.
Me agradeció, con la voz entrecortada de la emoción. Luego logró tartamudear:
–Loli…
–¿Qué?
–¿Vos me imaginás a mí acá sentado escribiéndote los chats y llorando al mismo tiempo sin poder contenerlo?
–No. Pero sé que sos tan sensible como yo y creo que lo hiciste. Yo también. Lloré hasta que ya no me quedaron más lágrimas.
–De verdad que lo siento. No quise hacerte daño... No sé cómo decirlo...
–¿Sabés qué?
–¿Qué?
–¡Te merecés tantos patadones en ese culooooo que tenés!
(…)
–¿Me vas a dejar dártelos? Si nos volvemos a ver… ¿Me vas a permitir que te deje ese culo que tenés todo colorada?
–Sí, me lo merezco...
Sentía un nudo en la garganta.
–Sin embargo, ¿Sabés lo que voy a hacer después?
–¿Qué?
–Me voy a colgar de tu cuello y te voy a besar los labios con todas mis ganas, como te besé el último día que estuvimos juntos, hace menos de una semana...
–Mjmjjm… Pensar que ese beso pudo ser el último... o el primero.
–Si... Y te voy a abrazar fuerte por el lindo recuerdo que dejaste en mi vida, por todos los momentos agradables que vivimos juntos.
–¿Sí?
–Sí. En estos momentos siento un sentimiento de amor-odio por vos, pero creo que por la pasión que siento, va a terminar ganando el amor. ¿Me vas a dejar hacer eso?
–Sí, claro que sí.
–Papi…
–¿Mjmj? –Sentía, que estaba llorando del otro lado del teléfono, y yo no estaba en mejor situación. Me emocionaba hablarle así y tenía los ojos empapados de lágrimas y la nariz tapada de mocos.
–No puedo ignorar y sentir que te amo.
–¿Sabés? Aunque creas que es una broma de mal gusto, yo también te amo. Y eso no va a cambiar nunca. ¿Te puedo mandar un besito?–¿Adónde?
–¿En la nariz?
–Estoy resfriada
–Yo también... y mucho. Y no se me va.
–A mí me llegó a salir sangre. Y nunca me sale.
–A mí también.
–¡Me estás jodiendo..!
–No.
–¿Te sale seguido sangre de la nariz?
–No.
–(¡¡!!) ¡Diossssss! ¿Cuándo te salió?
–Anteayer y ayer.
–¡Síii! ¡A mí también! ¡Ay, Dios!
Sangrando juntos y al mismo tiempo. Cosa de no creer.
Así fue como decidimos apostar una vez más por esta historia. Espero no arrepentirme.
Es que con El Profe vivimos tantas cosas… ¿Cómo dejar todo atrás?
Él sabe que cuando lo veo me recorren escalofríos de emoción, sabe que cuando me besa, la panza se me llena de maripositas como ese primer día...
Por todas las caricias que abandonó en mi cuerpo, por todos los suspiros que me robó, por todos los besos que compartimos y disfrutamos, por todas las veces que me hizo reír con sus payasadas, por las veces que me secó las lágrimas y me defendió de las situaciones que me hacían daño... es que creo que hoy se merece una oportunidad más. Que ambos nos merecemos darnos una oportunidad.
Por nuestros instantes de más ternura, por la locura que sentimos el uno por el otro, por la pasión que se pone de manifiesto en cada uno de nuestros encuentros, por todo lo que luchamos uno a la par del otro, por ese tema lento que bailamos abrazados esa noche en su casa, por nuestros días divertidos y nuestros días de bajón-mal, por la magia que creamos al estar juntos, por nuestras noches más románticas, por nuestra hermosa cotidianeidad compartida... es que hoy me propongo volver a empezar.
Anhelo que resulte.



–¿Vamos, Papi? Dame la mano y vamos...

Lolita

lunes, 11 de mayo de 2009

Quimera

–Profe...
–¿Sí, Loli?
–¿Puedo preguntarte algo?
–Claro.
–¿Qué es una Quimera?
–Mhhh... a ver cómo te lo explico... Es lo que nos imaginamos que es posible o verdadero, pero no lo es. Por ejemplo, algunos sueños o anhelos que uno tiene, ¿te das cuenta? Y cree que son realidad o se pueden hacer realidad, pero no. Sólo son ilusiones. O se pueden hacer realidad, pero no como uno los imaginó.
–Sí... Pero la Quimera de la que yo quiero saber es otra.
–¡Ah..! Esa es la de la mitología. En griego antiguo se llamaba Khimaira. Era un monstruo terrible con forma de león y cola de serpiente, que arrojaba fuego por la boca. La fiera asolaba los fértiles campos y se comía a las personas y a los animales.
–¿Y qué pasó con ese monstruo?
–Lo mató Belerofonte.
–¿Quién?
–Belerofonte, un héroe griego de quien la esposa de un rey, se enamoró a primera vista e hizo lo imposible por seducirlo, pero como él la rechazó, se ofendió y para vengarse por el desaire lo acusó ante su marido por intentar seducirla a la fuerza.
–¿Y el rey qué hizo?
–Se puso furioso, claro. Le creyó a Estenebea –que así se llamaba su mujer–, pero como no podía matar a Belerofonte por no faltar a las leyes de la hospitalidad que prohibían matar a un huésped, pensó que era mejor que lo matara otro. Así que lo mandó con una carta de recomendación –según se dice–, a su suegro, el padre de Estenebea. La carta, claro, era una recomendación para que lo mataran. Pero el rey Iobates de Licia, ante el cual se presentó Belerofonte, tampoco quiso violar las leyes de hospitalidad pese a lo que le pedía su yerno, así que se le ocurrió algo mejor: le encomendó a Belerofonte una misión imposible de conseguir: matar a la Quimera con la esperanza de que la fiera acabara con él.
–¿Y qué pasó?
–Antes de emprender la misión, Belerofonte consultó a un adivino, quien le aconsejó capturar al caballo con alas, Pegaso, el preferido de las musas. Ayudado por la diosa Atenea, Belerofonte domó al caballo con alas y se fue a enfrentar a la Quimera. Con Pegaso voló alrededor del monstruo, empezó a lanzarle dardos hasta que pudo hundir su lanza entre las fauces y como el aliento de la Quimera era de fuego, fundió el plomo de la punta de la lanza que se le escurrió por la garganta, y la envenenó. Y chau picho, la Quimera.
–¿Así que entonces la Quimera era mala y Belerofonte bueno?
–Esa es la simbología, sí.
–¿Y quiere decir que el bien vence al mal?
–Yo diría que la interpretación es que para que exista un Belerofonte, siempre tiene que existir una Quimera.
–Ah.
–(...)
–Y, Profe...
–¿Sí, Lolis?
–¿Por qué se metió toda esa gente? La reina despechada, el marido celoso, el suegro astuto, las musas, la diosa Atenea...
–Porque así representaban los griegos las situaciones de la vida, Loli. Muy parecido a como es ahora, ¿ves? Siempre te vas a encontrar que, cuando dos tienen un problema, uno tiene que ser el malo-malo-pero-muy malo, y el otro bueno-bueno-pero-muy bueno, y siempre hubo y habrá los que van a dejarse llevar por las apariencias, y echar más leña al fuego para empeorar las cosas y hacer más mal y sólo unos pocos van a poner lo mejor de sí, para aliviarlas y no hacer más daño del que ya hay.
–Profe...
–¿Qué, Loli?
–¿Siempre tiene que ser así?
–¿Así cómo?
–¿Siempre tiene que haber un bueno y un malo?
–Sí, Loli. Parece que siempre tiene que haber un malo para que exista un bueno... Así funciona este mundo.
–Ah...
–¿Qué pasa Loli?
–Es triste...
–Sí, Loli. Es como los sueños que te dije antes, ¿ves? Parecen perfectos mientras son sueños, pero cuando se los materializa en la vida real, ya no son tan perfectos.
–¿Por qué tiene que pasar eso, Profe?
–Porque los seres humanos no somos perfectos, Loli.
–Ah... qué triste.
–Ajá. Muy triste. Pero... ¿qué te pasa? ¿Por qué esas lagrimitas?
–Nu she... (¡Snif!)
–Vení… vení que te abrazo y te las seco, Loli.
(...)
–Profe...
–¿Mhhh-hhh?
–¿Por qué tenés los cristales de los anteojos todos empañados?

El Profesor

domingo, 10 de mayo de 2009

Hasta acá llegamos

Hoy hablamos con Lolita por teléfono varias veces, y convinimos en algo. Uno de los tantos puntos de encuentro que volvimos a recuperar desde el martes –a pesar que el dolor persiste–: tiene que ver con el contador de este, nuestro espacio, que ha pasado las cincuenta mil visitas desde que lo instalamos, más de dos semanas después de haber comenzado con el primer post.
No sabemos si es mucho o poco o más o menos. Quizás es mucho para tan poco tiempo. Pero sabemos que significa que hay muchas personas de carne y hueso del otro lado de nuestros monitores, que pasan por aquí y leen y se interesan en nuestra historia. Con sus momentos lindos, dulces y alegres y con los no tan lindos, amargos y tristes.
Nos preguntamos por qué tuvo que ser justo ahora, que estamos pasando por esta situación tan difícil, que llegamos a este día. ¿Por qué no fue en otras circunstancias más propicias?
Y a esa pregunta ambos, con esa consustanciación que seguimos teniendo y que se traduce en escribir lo mismo con una milésima de segundo de diferencia o hablarnos para decir que se nos ocurrió una idea y resulta que era idéntica, con esa curiosa unión que no sabe de kilómetros, dijimos lo mismo: porque así es la vida.
Porque nuestra relación no es ideal ni de novela rosa. Más allá de los relatos que aquí dejamos plasmados en palabras, ambos tuvimos que pasar, cada uno por su lado y juntos, por muchas más vicisitudes y también por otros momentos de exaltación que, suceda lo que deba suceder, vamos a atesorar y van a quedar guardados en nuestro corazón y nuestra memoria.


Hasta acá llegamos tomados de la mano, ilusionados, con la intención de contar nuestra historia y desde ese primer día de enero que Lolita escribió el primer post, excepto por los nombres, nos mostramos tal como somos en la realidad. Con nuestras grandezas y nuestras miserias. Con nuestros aciertos y nuestros errores. Con el amor, la pasión, los desengaños, los dolores y las incertidumbres y desde la cotidianeidad de nuestros días.
También estuvimos de acuerdo que a todas esas personas que nos leyeron y nos leen y se interesan y comentan, les importamos. Lo que no es poco.
Por eso, entre ambos –tomados de la mano de manera ideal, como ese primer día–, escribimos estas palabras de agradecimiento en este momento especial, en el cual algunos comentarios nos han llevado a reflexionar, a sacar lo mejor de nosotros, a comprender –o al menos intentarlo– qué le pasó al otro y cómo fue que llegamos a este punto, a esta encrucijada de nuestra relación.
Más allá de intencionalidades, de juicios y opiniones que puedan gustarnos o no porque no hay ley que obligue al consenso y sí existe
–al menos para nosotros–, la libertad de disentir, y aunque a algunos los queremos más que a otros, vaya nuestra gratitud para todos aquellos nos han privilegiado con su presencia, su lectura silenciosa o sus palabras.
Porque fueron ustedes, los lectores, quien nos hicieron el hermoso regalo de saber que todo lo que vivimos desde aquel primer “besito con bufanda”, y sea lo que fuere que suceda de aquí en más, no sólo no fue en vano sino que a alguien le importa.
Aunque parezca de telenovela.

Lolita & El Profesor

sábado, 9 de mayo de 2009

Hoy me toca a mí

Hoy me toca escribir a mí.
Si bien dejé un comentario extenso en la entrada anterior, considero que mis sentimientos y pensamientos merecían un lugar un poco más destacado. No porque me sienta más o menos importante, sino porque este es un asunto de pareja en el que, tanto el Profesor como yo, estamos involucrados de igual manera. Porque ambos sufrimos.
Él por arrepentimiento. Yo por desilusión.
Si bien fue él quien se equivocó, quien engañó la confianza que durante meses había depositado en su persona y quien defraudó todo el amor que por él llegué a sentir, yo también soy protagonista y responsable de esta triste historia cuyo final aún no puedo terminar de decidir.
Así como El Profe, en el post anterior tuvo la humildad, la dignidad y la valentía de escribir lo que escribió, exponiéndose a los comentarios negativos, a las críticas y hasta a los insultos de algunos anónimos, ahora debo yo contar la parte de la verdad que me corresponde.
Porque así como él traicionó mi confianza y me decepcionó, yo también cometí un acto de traición hacia su persona.
Uno de los días que pasé en la casa del Profe, mientras él dormía plácidamente, yo me escabullí en su computadora, revisé sus archivos en busca de algo sospechoso que pudiera dar fundamento a mis dudas y como no encontré nada, no conforme con eso, abrí uno de los cajones de su escritorio, donde él una vez me había confiado que tenía guardada la clave de su correo y me apropié de dicha contraseña. La guardé en lugar seguro para poder revisar su intimidad virtual una vez hubiera regresado a mi casa.
Hablando con mi analista sobre esto, ella, con toda sensatez y agudeza de pensamiento, me hizo ver que quizás él, en su inconsciente necesitaba que yo descubriera todo aquello que él tan celosamente había ocultado. Quizás sea así, quizás, no.
El hecho es que, con ese importante dato en mis manos, tres días después de habernos despedido en la terminal de Retiro, accedí a su cuenta y encontré los interminables chats con Cherry en los que quedaba al descubierto su infidelidad hacia mi amor. En las líneas de conversación descubrí que existía la contradicción entre lo que él me decía y me manifestaba y las intenciones que tenía con aquella jovencita apenas unos años mayor que yo.
A medida que leía aquello, mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas ante tanta desilusión. No podía creer lo que leía. Se me nublaba la vista y me sangraba el corazón de tanto dolor. Sentía decepción del hombre que días atrás me había tratado como a su Princesita, del que no había cesado ni un instante de besar mis labios y acariciar mi rostro y mi cuerpo.
No cabía en mi mente que mi dulce amor que me llevaba de la mano cuando salíamos a pasear, el que con orgullo me presentaba a sus conocidos y el que me mimaba de todas las formas posibles, fuera el mismo que le hacía propuestas indecentes a mis espaldas a Cherry.
Reconozco que fui cobarde al no reconocer en un primer momento que yo había violado su privacidad y haberle hecho creer, cuando furioso quiso saber las razones de mis reclamos, que había sido Marianita quien me había enviado todas y cada uno de las conversaciones.
Aprovecho esta oportunidad para, públicamente pedirle disculpas por esto. Ella tuvo gran parte de la responsabilidad en lo acontecido, en el juego de la seducción, pero creo que no se merecía que El Profe cargara en ella toda la bronca.

¿Qué siento en este momento?
El mismo dolor que el primer día que supe todo. La misma desilusión. El deseo de que esto nunca hubiera ocurrido.
¿Qué pasará de ahora en adelante? Tampoco estoy segura. Reconozco que El Profe hizo lo que hace un hombre, se humilló al punto de confesarse responsable delante de todos y eso tiene mucho valor para mí. No cualquiera es capaz de un acto semejante. Valoro su acción con respeto profundo, a pesar de que aún siento el sabor amargo de la traición y del engaño.
No es nada fácil estar en este lugar. Y no es menos fácil tener que tomar una decisión.
Con el Profe hemos vivido tantas cosas, hemos reído, llorado y sufrido juntos. Hemos superado miles de obstáculos en pos de nuestro amor. Hemos luchado contra mi madre, contra los prejuicios, contra los que levantaban el dedo sin saber... Tenemos demasiados recuerdos bonitos como para olvidarlos de un momento a otro, sin más. Y lo más significativo: tenemos una conexión espiritual, física y emocional demasiado fuerte, que trasciende los límites del tiempo y el espacio. Existe entre nosotros una gran pasión que se hace visible en nuestra manera de comunicarnos, de acariciarnos, de tratarnos, de mimarnos... Sin embargo, no puedo dejar de interrogarme cómo es posible que teniendo todo esto fue capaz de dejarse llevar por una sensación, por un momento de calentura, arriesgándose a perderme, a olvidar los proyectos que juntos habíamos realizado y los muchos otros que nos faltaban por concretar. No puedo creer que un hombre en extremo inteligente y sensato no fuera capaz de medir las consecuencias de sus actos.

Él ya me pidió disculpas. Ya reconoció que se equivocó. Con toda sinceridad me confesó lo mal que se siente en estos momentos después de lo que hizo... Con paciencia escuché sus palabras y con el corazón consideré la posibilidad de perdonar y dar una nueva oportunidad o al menos no separarnos del todo. Pero cuesta. Hablamos acerca de esto. Ambos estamos confundidos y deseamos volver el tiempo atrás. Pero nos es imposible. Ahora hay que mirar para adelante. Hay que resolver qué haremos con nuestras vidas, ya sea que sigamos juntos o separados nuestro camino en la vida.
Deseo en este espacio agradecer todos los comentarios que dejaron y las opiniones y consejos que me aportaron. Les aseguro que todo me fue útil. Cada una de sus palabras me ayudará en el momento de decidir qué hacer con esta historia, con este amor, mi primer amor, el que me hizo sentir las emociones más fuertes y los sentimientos más lindos.

Lolita

viernes, 8 de mayo de 2009

Mea responsabilitas

Fragmento de conversación por chat del 2 de marzo.

★Çhêrrÿ: Holisss
Yo: Ji, ji
19:13 Acá estoy, vos que querías ser mi amiga...
¿Así que andás buscando profe?
★Çhêrrÿ: jajja
siii o alguno que se digne a cogerme bien
y tener cerebro
pero es mucho pedir
Yo: Mmmmmm
Siiii
19:14 No... quizás lo encuentres...
★Çhêrrÿ: asi q sentite mu afortunada
Yo: Pero mi profe no tiene amigos... y menos como él
19:15 ★Çhêrrÿ: lastima...
19:17 y contame
que haces de tu vida

Así comenzó todo. Con una conversación por chat, entre Loli y su interlocutora cuyo nickname está ahí, a la vista. Puesto que, en tren de decir la verdad, saquémonos todos las caretas.
Conversaciones como éstas, empezaron a ser más frecuentes y Lolita, con la inexperiencia de sus años, aceptó sin darse cuenta de la seducción histérica que se escondía detrás.

Y eso todo lo que voy a decir para que quien esto lea, entienda la secuencia de los hechos, no para buscar disculparme o exonerarme porque, en realidad, la responsabilidad de lo que sucedió a continuación, es mía.
Y no hablo de culpas. Los seres humanos somos especialistas en “echarnos la culpa”. La culpa se ex-culpa con facilidad. La responsabilidad, pesa mucho más.
Por eso es que no la rehuyo, no trato de esquivarla, ni minimizarla.
Responsabilidad es ese cargo u obligación moral que resulta para uno del posible yerro en cosa o asunto determinado. Es la calidad de “responsable”, e implica la obligación moral de responder ante sí mismo, ante un ser querido, ante la sociedad o ante Dios (si es que tiene convicción de trascendencia), de los propios actos o actitudes. Por eso, precisamente, es que la responsabilidad es el principal fundamento de la libertad.
Decía, haciendo alusión a Lolita, que a diferencia de ella yo no soy un adolescente que vivió sus pocos años de existencia encapsulado en sus estudios, fantaseando con una imagen ideal del amor. Soy un hombre que ha vivido mucho tiempo, que he tenido experiencia y no puedo decir “yo no sabía”. Nadie puede alegar en su defensa, como dice el principio del derecho, su propia torpeza.
Posiblemente me haya tomado por sorpresa, es cierto, pero a partir de la primera vez que me crucé con Marianita Ninfa, Çhêrrÿ ßlø§§øm GirL o como se llame, y una vez que llegamos a las veinte líneas de chat, ya no puedo decir que yo no sabía lo que hacía.
Me dejé llevar por la sensualidad. Permití que me arrastraran las fantasías. Me entregué al juego del hombre que sabe que una pendeja lo está seduciendo, y pese a que conoce el límite en el cual debe detenerse, lo cruza por esa capacidad de autodestrucción perversa que cargamos los seres humanos como una paradoja o como una maldición.
Bueno, al menos la reconozco en mí, en ese momento y en esas circunstancias, de modo que nadie se cuelgue el sayo que no está hecho para su medida.
Siguiendo con la historia, desde ese 18 de marzo, hasta el chat del 14 de abril (los he releído todos), jugué el juego de la seducción y estuve dispuesto a jugarlo hasta el final. Dicho con todas las letras, al punto de aceptar –como decía que quería–, que viniera a mi casa.
Hoy, debo agradecer el hecho que la actitud histérica de la mencionada jovencita, que primero ofrecía y después se rehusaba y encontraba cada vez una nueva excusa, haya impedido cualquier encuentro.
Pero, insisto, no estoy escribiendo esto para encontrar excusas sino para admitir públicamente –creo que Lolita se lo merece–, que aunque sea con la intencionalidad del acto, le fui infiel.
No voy a entrar en detalles escabrosos. Baste decir que fue por chat, mirando una camarita que no tenía que mirar, escribiendo cosas que no tenía que escribir, dejándome llevar por sensaciones que bien me podría haberme ahorrado porque, con la perspectiva que da el paso del tiempo, me doy cuenta que ni siquiera me dejaron satisfacción de ningún tipo.
Debo ser honesto: no se es infiel por llegar al extremo de darse un revolcón con una mujer a la que no se ama. Se puede ser infiel con el pensamiento y con la intención. Bien que lo sé.
¿Por qué lo hice? Quizás, como me dijo Lolita, porque soy un seductor compulsivo y no me doy cuenta o porque a mis cincuenta y nueve años la tentación de ser un “banana” es muy grande y en realidad hago un papel patético.
Hoy, que puedo pensarlo, no encuentro la respuesta. Esa respuesta que no le debo a nadie, ni siquiera a Loli, sino a mí mismo. La que me lleva a escribir esto. Quizás no sea más que el buscar restablecer la verdad. Porque, si existe una definición de verdad es: "la verdad es consecuencia". Consecuencia entre lo que se siente, se piensa, se dice y se hace.
Un día, al principio de nuestra relación, le expliqué a la Princesita que el amor era como una escalera: que en el primer peldaño, está la confianza. Que cuando uno confía en sí mismo, puede confiar en los demás.
Que en el segundo escalón, está el respeto, porque cuando uno es confiable a los ojos de uno mismo, y puede depositar su confianza en los demás, se gana su propio respeto y, por ende, puede respetar a los demás.
Porque el respeto no se compra, ni se alquila, ni se recibe de prestado, ni se impone, ni hay plan de cuotas, leasing o licitación que nos lo brinden. No podemos recibirlo de regalo, ni pueden prestárnoslo. O se respeta uno, o no se respeta. O se gana uno el respeto de los demás, o no se lo gana.
Así, sintiéndose confiado de sí mismo y confiando en los demás; respetándose a uno mismo y respetando a los demás, uno es libre de tomar sus propias decisiones.
Y sólo aquel que se siente en libertad de tomar sus propias decisiones, con el fundamento que da la responsabilidad, puede aceptar que sus semejantes tomen sus propias decisiones también en libertad, aunque creamos que no nos convienen o nos duelan.
Esta escalerita, le expliqué en ese momento a Lolita, es la que conduce al amor, que está en el escalón siguiente. Si no se han subido esos peldaños antes, no se puede llegar a amar.
No puede decir con propiedad que ama quien no confía en sí mismo y en los demás; quien no se respeta y no respeta a los demás y quien no se siente libre de tomar sus propias decisiones y condiciona a los demás –manipulándolos o a la fuerza–, para el ejercicio de su libertad.
Hoy, ahora que escribo estas palabras, no me veo confiable a mis propios ojos, no siento respeto por mí mismo y vacilo antes de tomar cualquier decisión, porque no me siento libre. Apenas si puedo decidir hacer esto, escribir.
Decirle a Lolita entonces que la amo, sería mentirle y –lo que es peor aún–, mentirme a mí mismo. No amamos a aquel a quien, por acción o por omisión, le hacemos daño.
Quizás alguno de los que lea esto se pregunte qué necesidad tenía de escribir esto y publicarlo. Quizás se imaginen que lo estoy haciendo condicionado por el deseo de Lolita, para conformarla, presionado por ella para humillarme públicamente.
Se equivocan.
Lo hago porque tengo que desandar el camino.
Tomo esta decisión en libertad, para poder volver a sentir respeto por mi persona, y para poder volver a verme confiable.
Me equivoqué muy feo, metí la pata, me mandé un cagadón de magnitud planetaria, como quieran llamarlo. Así somos los seres humanos y, quien se sienta tan sin mácula como para ser capaz de tirar la primera piedra, que lo haga.
Sé que en una relación, cuando se ha perdido la confianza, es casi imposible recuperarla. Y cuando digo “casi”, estoy poniendo lo más optimista de mi persona.
En realidad creo que la confianza, por más que uno haga, el otro no se la concede jamás porque hay algo activo en nosotros que es la memoria, que durante el resto de nuestra existencia nos va a atormentar haciéndonos vacilar, pegándonos muy duro en nuestras inseguridades –que es donde más nos duele–, y clavándonos un puñal en el narcisismo, para que no volvamos a dar ese voto de confianza inicial, inocente, limpio y puro de la primera vez.
Sé que en este momento todo lo que pude haber hecho por Lolita ha quedado embarrado y sucio por la desilusión. Y sé que limpiarlo, es imposible. No existe detergente ni polvo limpiador alguno que elimine la mancha. Siempre estará ahí, dispuesta a salir en el momento menos pensado, la aureola que persiste como el mal recuerdo.
No ignoro el dolor que le he causado al descubrir –porque Çhêrrÿ ßlø§§øm GirL le envió una cuidadosa selección de chats (no todos, sino los que a ella le convenía)– que, aunque sea escribiendo, le he mentido.
Que he usado palabras que sólo debí haber reservado para ella, actitudes que le eran exclusivas, gestos que no debí haber dispensado a nadie, a no ser ella: Lolita. Me hago una idea –nadie puede decir que sabe qué siente el otro–, del dolor que debe estar sintiendo y aunque en la vida no hay ni “hubiera” ni “hubiese”, daría cualquier cosa por volver el tiempo atrás o tener la potestad de remediar el daño producido.
Aunque en lo más profundo de mí, sé que no es posible.
Y menos aún en las condiciones en que sucedió todo, dos días después de que Lolita haya vuelto a su hogar, después de pasar ese último fin de semana juntos en mi casa.

Muchos han hablado aquí, en los comentarios. Están los que no han creído ni una palabra de lo que aquí se escribía, creyendo a pie juntillas que eran los desvaríos de un viejo verde o las fantasías de una adolescente perturbada. Otros han creído en que tanto Lolita como yo, no sólo éramos personas reales detrás de un nick, sino que escribíamos nuestra historia y vivencias.
Algunos pocos privilegiados, saben y tienen pruebas de que esta historia es real y hoy, ahora, más real que nunca.
Pues bien, esta historia de amor, como en la vida, tiene su lado amargo, su faceta más desagradable, su cara más triste: es ésta.
No ignoro que habrá quien se regocije leyendo lo escrito. A esos les digo que pueden regodearse a gusto, porque encontrarán pocas oportunidades de hacerlo como ésta. Quizás también se harán presentes aquellos que tomarán partido y se embanderarán, y se rasgarán las vestiduras por mi actitud. A esos, mejor que lo piensen y no digan "nunca", "siempre" o "jamás", porque el destino suele ser burlón y a veces pienso que si Dios tiene una distracción, consiste en empezar a reírse a cuenta de los impecables, de los que prometen y están muy seguros que "ellos nunca".
Pero también sé que hay unos pocos que sentirán aunque sea un poquito, de la profunda tristeza que siento yo en este momento. A estos últimos, gracias por tratar de comprender que si quiero seguir conservando ante mí mismo la imagen de hombre, no puedo hacer menos que declarar este mea responsabilitas.
Es la única manera de volver a sentir que soy confiable ante mí mismo. Es el único modo de volver a sentir respeto por mi persona. Es el camino inevitable para volver a sentirme libre.
Por que sólo la verdad expuesta, cruda, descarnada, por dolorosa que sea, nos permite ser libres.

Por alguna razón que debe tener que ver con la necesidad de volver a ponerme en pie después de tamaño tropezón en la vida, he recordado este fragmento del poema “If”, de Rudyard Kipling:

Si puedes encararte con el triunfo y el desastre,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores;
Si puedes aguantar que a la verdad por ti expuesta
la veas retorcida por los pícaros para convertirla
en lazo de los tontos, o contemplar que las cosas a que
diste tu vida se han deshecho, y agacharte y construirlas de nuevo,
aunque sea con gastados instrumentos.


Y aunque no soy –a todas luces–, el más indicado para dar consejos, les sugiero ponerse a buen recaudo cuando vean aparecer ese nick, con esa simpática caricatura de una nenita seductora.
Como los escorpiones, que terminan picándose a sí mismos y autodestruyéndose, puede ser letal, créanme. Que no se trata ni de despecho ni de venganza, sino de una infortunada comprobación de un hecho.

El Profesor

PD: Por algún designio que no atino a comprender, se han conservado en su variante original, todos y cada uno de los chats. Ahora los archivo y los guardo, por si las moscas.

domingo, 3 de mayo de 2009

Despertar

Cuando me desperté, lo primero que percibí fue el cuerpo de mi Profe. Desparramado, calentito y durmiendo.
El reloj marcaba las siete y media de la mañana. Me quedé quieta, mirando los rayos del sol que se filtraban por las rendijas de la persiana. Me dije que no tenía sentido despertarlo. Mi amorcito merecía dormir un poquito más. Él no tiene la culpa de que yo tenga hormiguitas en la cola y que mis hábitos me hagan abrir los ojos tan temprano.
Con suavidad, muy despacito me escabullí de entre sus brazos que seguían envolviendo mi cuerpo y confortándome. No hay noche que el Profesor se duerma sin acariciarme la piel. Acomodé el acolchado para abrigarlo de la brisita fresca de esa mañana, y salí de la habitación, con el deseo de hacer el café –por primera vez, hacerlo yo en su casa–, y tomarme una taza a solas, en el silencio de esa mañana del viernes, mientras me dedicaba a alguna actividad que me mantuviera entretenida.
Cuando el café estuvo listo, me serví una taza y me fui al escritorio de mi amor. Me senté frente su computadora y estuve allí un buen rato, leyendo y contestando los comentarios de nuestro blog y mirando mi correo. Aproveché para mirar por tercera vez todas las fotos de su pasado que él me había buscado –fotos de sus hijos, de sus amigos y conocidos y de las mujeres con las que compartió la vida antes–. Yo le había pedido las fotos y él me las había preparado en dos bolsitas, para que las mirara sin restricciones.
Cuando volví a mirar el reloj, las manecillas ya marcaban las nueve de la mañana. Era hora de darle los buenos días.
Volví a la habitación, vestida sólo con una remera de él y escuchando el “Tap-tap” de mis pies sobre la alfombra en esa mañana silenciosa y me quedé unos instantes contemplándolo antes de aproximarme.

Estaba con los brazos debajo de la almohada, con su abundante cabello todo alborotado –su pelo canoso me pone muy loca–, y con carita plácida de estar disfrutando de un plácido sueño.
Me dio un poco de pena despertarlo, sí, pero era necesario. Afuera el día se anticipaba hermoso y había que aprovecharlo. ¡Teníamos tantas cosas para hacer..!
Con suavidad, me arrodillé junto a él, puse mi boca cerquita de su oreja, le di unos besitos en el cuello y le susurré:

–Mi vida... despertate...
–Mñmnñn... zzzz
–¿Cómo amaneciste, papi? ¿Dormiste bien?
Entonces fue cuando abrió un ojito y con esa voz de angelote que sólo usa conmigo me dijo:
–Tudavía nu she...
–¿Cómo que no sabés, mi dulce? ¿Te sentís descansado?
–Me fata una hoda pada avediguar si normí ben.
–¡Mi amor! ¿Cómo una hora? No, no, no. ¡Ya son las nueve! Y ayer no nos dormimos tan tarde...
–Un datito maz... zzzz...
–Sí, mirá: ahí está el relojito…
–Quero numir un poquito más... ¿shi?
–¿Para qué, mi vida?
–Pada zabed zi normí ben...
Cuando me habla así, me derrito. Verlo dormir, me da ternura. ¿Cómo iba a negarle ese poquito más de sueño?
–Bueno… te doy quince minutos mientras yo preparo el desayuno...
–Shi... Gueno…
–Pero quince minutos nomás, ¿eh?
–Shi... zzzzz
“¡Mimoso!”, me dije y me dirigí a la cocina pensando que me encanta tener un hombre tan dulce. Si debo ser sincera, yo lo acostumbré a toda esa clase de cosas y conductas de niño. Y conste que los mimos son recíprocos. Hay momentos en los que es él quien me mima preparándome la comida que sabe que me gusta, el baño con la temperatura del agua a punto, y me consiente y hace realidad todos mis deseos.
Puse el agua para hacer más café, preparé el vaso de leche fría que está habituado a tomar, corté el pan en rodajitas y lo puse a tostar.
Busqué mis barritas de cereal Ser que él me había comprado y fui llevando todo a la mesa.
Cuando tenía el desayuno casi listo, desde la cocina le avisé con un “Paaaaaaaaapiiiii” suavecito.
(Sin respuesta)
–Paaaappppiiii... –insistí.
–Mmmzz… sha voy, Loli –escuché su voz. Después, los ruidos del baño, de la canilla del lavatorio, del cepillo de dientes y de la puerta abriéndose.
Tardó un poquito más y llegó a la mesa arrastrando los pasos, vestido sólo con una remerita celeste y ¡con una carita de nene dormido, que me lo como!
–Mirá lo que te preparé mi amor –le dije–. Vení, sentate que te sirvo. No hay cosa que me guste más que servirte, mi Reyecito (si yo soy su Princesa, él es mi Rey).
Me sonrió con esa mirada tierna e infantil que yo reconozco en sus ojos. No dijo nada y yo sé que él necesita estar en silencio cuando se despierta, porque todos tenemos nuestras costumbres.
Traje manteca y su mermelada favorita de frutos del bosque. Le serví el café y me senté frente a él.
Tomé una tostadita y sin que él me lo pidiera, comencé a preparársela como sabía que le gustaba. No era la primera vez que lo hacía. Con el tiempo había aprendido un par de cosas acerca de sus preferencias.
Se la di y la comió. Así seguí con unas cuantas más. Sé que le gustan esas tostadas finitas de esos pancitos blancos parecidos a las baguettes que él compra.
Cuando vi que estaba totalmente atendido, que no le faltaba nada y que estaba a gusto, abrí una de mis barritas de cereal (que cada vez que nos encontramos, estemos donde estemos, él se encarga de comprarme), le di un mordisco y posteriormente, un sorbo a mi café apenas tibio.
Lo miré con dulzura y él, con esos ojitos marrones y mansos que tiene, me devolvió la mirada, una mirada cargada de emoción.
En sus labios se dibujó una sonrisa de auténtica felicidad. Era un gesto de reconocimiento y profunda gratitud hacia mí y, al mismo tiempo, un gesto muy parecido al de un niño sorprendido al despertarse, con un juguete nuevo.
Él sabe que cuando está conmigo, no tiene que preocuparse por nada.
Aprendí a tratarlo como se lo merece.

Lolita