viernes, 30 de octubre de 2009

Poncio Pilatos


–¡Pero QUÉ TERRIBLE! –dijo la Señora Jueza, los cinco dedos de la mano derecha abiertos en abanico, apoyados en la mejilla–. ¿Una adolescente con un hombre de cin-cuen-ta-y-ocho-años?
–¡Y eso no es todo, señora Jueza! –Terminator no iba a perderse la oportunidad de echar más leña al fuego, ahora que creía que tenía a la jueza de su lado.
–¡Pero si podría ser su padre! –exclamó la Señora Jueza, elevando en unos decibeles el tono de voz y en varios puntos el nivel del “escandalete”, bastante impropio para un magistrado de la
Nación–. ¡Qué digo su padre! ¡Podría ser su abuelo! –agregó, haciéndose abanico con el papelito del machete que le habían preparado, como si le hubieran subido los calores por el sofoco.
–¡Y eso no es todo, Su Señoría! –insistió Terminator que se salía de la vaina.
–¿Ah, no?
–No, no, no... –intervino la madre de Lolita.
Se encorvó un poquito más de lo que ya está habitualmente, pegó los brazos a los costados, dirigió los antebrazos hacia delante, las palmas hacia adentro, en su posición corporal favorita para “aleccionar” a todo aquel que no piense como ella, y agregó:
–Tenemos pruebas que, además, corrompió a mi hija en Internet.
No sé qué hizo el papá de Loli, pero el abogado debe haber tragado saliva gruesa, preguntándose qué nueva sorpresa le deparaba ese caso.
–¿Y cómo es eso?
–Sí, sí... Yo le explico –dijo la madre de Lolita–. Es así, ¿entiende? Puso fotos de mi hija desnuda y cometiendo actos obscenos en Internet.
–¡Ahhh! –exclamó la señora Jueza, como un inquisidor ante la presencia de un súcubo o un íncubo–. ¡Pero eso que dice es muy grave! Y, señora... ¿tienen pruebas?
–No todavía, pero sabemos que es en páginas de pedofilia, de satanismo, de sadomasoquismo y hasta de vampirismo
Terminator le quitó a su clienta el protagónico de un plumazo, porque la estrella tenía que ser ella. Quizás debajo de su cabello rubio giraban como danzarinas de ballet, ideas acerca de futuros honorarios.
–¿No las tienen acá? –quiso saber Su Señoría, entrecerrando sus ojitos, como evaluando la situación.
–No aún. Las estamos preparando –parece que Terminator nunca se enteró que “preconstituir prueba” es causal de juicio y hasta de presentación ante el tribunal de ética del Colegio de Abogados–. Hemos contratado a un jáquer –pronunciado así, a la cordobesa–, que está preparando un video sobre esas páginas. ¡Usted no se imagina lo que hemos encontrado!
–No quiero ni pensarlo, doctora –comentó la jueza, que quizás hasta disfrutaba un poquito de todo el chusmerío–. Y digo yo, ¿cómo se enteraron de esos lugares de Internet donde la menor sale desnuda y en actitudes obscenas? ¿Contrataron un "hacker"?
(Traducido al castellano básico, Su Señoría les estaba preguntando: "¿Contrataron a un delincuente para buscar pruebas?")
–Miles de llamadas de mujeres, de madres de familia al teléfono de la señora... –aseguró Terminator, con el mayor descaro.
Miles de llamadas, sí, Señora Jueza –enfatizó la madre de Lolita–. He recibido miles de llamadas de mujeres que, como yo son madres preocupadas por sus hijas que me dijeron adónde tenía que buscar...

Dejemos el texto en suspenso por unas líneas, porque cabe un paréntesis, para hacernos algunas preguntas.
a) ¿Cómo se enteraron esas “miles de madres” –ojo, que “miles” son muchas madres–, que Lolita y El Profesor, unos simples seudónimos, eran Fulana de Tal y Mengano de Cual, o sea, nosotros dos. ¿En qué lugar de nuestro blog está el nombre real de ambos?
b) ¿Cómo hicieron esas “miles de señoras” para entrar en nuestra página sin que quedaran registradas las visitas? ¿Entraron todas en tropel en aquellos dos días que por presumible denuncia anónima de cierto “Ángel” en un canal de televisión amarillista tuvimos casi veinte mil visitas en dos días? ¿Pueden ser tan chusmas las Honorables Señoras de Principios Morales?
c) Curioso... Siendo tan honorables y solidarias ¿ninguna de ellas se identificó con nombre, apellido, número de teléfono, domicilio y número de documento, como debería hacer cualquier ciudadano que presente una denuncia? ¿O es que la madre de Lolita, en la exaltación que le producía esa inesperada ayuda solidaria, se olvidó de tomar nota?
d) Pero lo más extraño de esta situación, es que esos miles de mujeres parecen haber sido tocadas por el mismo fenómeno parapsicológico de precognición. ¿Por qué? Muy simple: porque si cualquiera de los lectores supiera que la madre de Lolita se llama Zutana de Tal, y que vive en Córdoba ciudad, –en un barrio cuyo nombre es el del general manco que combatió en Vilcapugio y Ayohuma y que durante las guerras civiles argentinas derrotó al riojano Quiroga en La Tablada y Oncativo–, lo primero que haría es ir a la guía de teléfono a buscar ese número que empieza con 0351 451 XXXX.
Pero entonces, estimados lectores de este blog, se llevaría una sorpresa: el número de la señora Zutana de Tal, y su dirección, no figuran en guía. ¿Por qué? Quizás porque la patología de esta Abnegada Madre incluye, entre otros síntomas que son casi de manual, la paranoia. Sí, la mamá de Lolita, si no lo es, se comporta como una esquizofrénica paranoide con delirio de persecución. De manera que quizás eligió la opción del “Número Privado”, que no figura en guía. Quizás no, y fue producto de la "casualidad" que su número no figura en la guía (debo aclarar que descreo de las casualidades).
Alguien podría argumentar que, en ese caso, la llamaron a su teléfono celular. Y hete aquí que otra vez nos preguntamos, ¿y cómo hicieron para conseguirlo?
Conclusión: estamos ante el caso más sorprendente de precognición multitudinaria o de comunicación boca-a-boca de miles de mujeres solidarias que, comprendiendo el sufrimiento de una Madre y Argentina, cuya hija le salió descarriada desde el vamos y tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de un pervertido –ese vengo a ser
yo–, fueron haciéndose la pasadita del número de teléfono y se pusieron a mover los deditos en el teclado a velocidad subsónica, para contarle que... ¡teníamos un blog!
Fin del inciso.

–Pero eso que me cuentan es muy grave... –susurró la Señora Jueza, sibilante como una cobra africana a punto de atacar.
–Por eso es que queremos aportar en la causa... –empezó a decir Terminator, pero Su Señoría la paró en seco.
–No, no, no... Esto no corresponde a un Tribunal de Familia, es mucho más grave. Esto tiene que denunciarse en un juzgado en lo criminal... Aquí tiene que intervenir el fuero Penal.
–¡Eso mismo era lo que pensábamos nosotras! –acotó, exultante, Terminator, que ya me imaginaba tras las rejas.
–¡Sí, hay que denunciarlo y que lo arresten! –intervino la madre de Lolita, que parece que mira demasiadas series policiales.
–Y... por cierto... la menor... ¿cuántos años tiene? –preguntó la Señora Jueza, después de echar una ojeada tras otra al papelito que tenía como “ayuda memoria” en el cual no debía aparecer el dato.
–Dieciocho años, Su Señoría –dijo el abogado del padre de Lolita.
–¡Ah, claro, claro! ¡Sí! Como se los acabo de decir: tienen que recurrir a la justicia Penal y hacer la denuncia allí.
–Pero... en este acto... en la causa... –balbuceó Terminator, que empezaba a darse cuenta que la Señora Jueza no iba por el camino que esperaba y que parecía que se estaba abriendo de piernas como la mejor.
–El Juzgado A Mi Cargo –¿por qué será que cuando uno escucha hablar a una Magistrado, se imagina que siempre pronuncia con capitulares?–, no encuentra razón alguna para continuar con estos actuados –sentenció, de un plumazo.
–Pero... pero... pe... –la madre de Lolita miró a Terminator. Ambas miraron a la Señora Jueza, quien dirigó su vista hacia el padre de Lolita y su abogado, rehuyéndoles la mirada.
–Creo que usted estará de acuerdo conmigo, ¿verdad, doctor?
–¿En no judicializar esta homologación con su correspondiente Incidente de Tenencia?
–Ajá...
–Totalmente de acuerdo, Su Señoría.
La verdad es que nadie me contó qué cara pusieron Terminator y su Abnegada Clienta, Madre y Argentina. Pero me imagino que no debe haber sido grata de contemplar.
La Señora Jueza, su principal aliada, madre como ellas –quizás abuela ya–, mujer de leyes y de Principios Morales, estaba haciendo lo mismo que aquel prefecto romano, enviado como procurador a la provincia de Judea por Tiberio César, y que pasó a la historia por el cuestionable privilegio de haber sido quien tuvo que dar a elegir condenar al ladrón y criminal Barrabás, o a Jesús El Nazareno.



¡Su Señoría se estaba lavando las manos como dicen que hizo Poncio Pilatos!

Y acá cabe hacer el último paréntesis para preguntarnos lo siguiente: la ley dice que cualquier ciudadano que presencie un hecho delictivo, no sólo tiene el derecho sino el deber de denunciarlo a la justicia y, si estuviere en riesgo la vida de una o más personas, incluido personal policial, la ley lo faculta a obrar como “auxiliar de la justicia” (Sí, Terminator, sí. Y si nunca se lo enseñaron, vaya y agarre los libros, que no muerden), incluyendo esta figura, el uso de la fuerza. La justicia, una vez que toma conocimiento del hecho delictivo, acciona de oficio. Es decir: hace su trabajo.
Ahora bien: si la Señora Jueza, Magistrado del Poder Judicial de la Nación, con toda la potestad que le otorga su cargo y ante el hecho de tomar conocimiento de un delito como es el de “corrupción, perversión, etcétera, etcétera”, no hizo nada, ¿será que no conoce las atribuciones de su cargo?
¿No será que, más allá de su inclinación por el cotilleo, Su Señoría sabía que la pretensión de Terminator y la madre de Lolita no tiene ningún sustento jurídico?
Porque, de no ser así (tome nota, Terminator, y vaya a cursar Procesal Penal de nuevo que por lo que parece no aprendió nada), la Señora Jueza podría haber cerrado esos actuados, y haber dado curso de oficio, a la justicia en lo Penal.
Pero no, se lavó las manitos como Don Pilato.
Fin del paréntesis.

–Bueno, bueno... puesto que este Juzgado cierra estos actuados, yo les recomiendo al papá y a la mamá de la joven que busquen un punto de encuentro y consulten a un psicólogo –agregó Su Señoría–. Quizás podrían usar el de la señora Licenciada que ya atiende a su hija.
–Pero, Su Señoría, nosotras... la prueba... –Terminator intentó un nuevo y débil amague de seguirla y seguirla.
–Y ahora, si me disculpan, tengo otra audiencia que me está esperando... Sabrán comprender, ¿eh? –dijo, para cortarla de una
vez–. Doctor, doctora... –saludó a los abogados y luego le tendió la mano al padre de Lolita y luego a la madre–. Les deseo mucha suerte...
Y se fue, y los dejó a todos de una pieza.
¿No es un ejemplo de prudencia, sensatez, paciencia, criterio y conocimiento el de algunos magistrados de los tribunales del Menor y la Familia?
Así terminó esta historia que había empezado casi un año antes, la noche de pesadilla del 11 de diciembre, cuando la madre de Lolita, que quiere tanto a su hija, en su afán de protegerla, intentó encerrarla en un instituto para menores, para que le sirviera de lección y que aprendiera que hay cosas que las nenas buenas no hacen.
¿No es un modelo de mujer argentina, de madre abnegada, de persona de bien, de ser humano digno y guiado por los más puros deseos hacia la hija a quien ella le dio la vida?
Claro que, si ustedes creen que esta historia de furia bellicae termina acá, están muy equivocados.
Luego que tome un respiro, continuamos con el próximo episodio.

El Profesor



Corpus delictii

Hizo su entrada la Señora Jueza, decía. Sesentona, ella. Autosuficiente. Con esa altivez que da la Serenidad de la Justicia y el Poder.
–Bueno... a ver... las partes... Señora –dijo, dirigiéndose a la mamá de Loli–. ¿Usted está objetando y pidiendo la tenencia de su hija? –preguntó, haciendo gala de un desconocimiento absoluto de la causa.
Tenía en la mano un papelito que miraba una y otra vez, como alumno que se está “macheteando” en un examen.
¡NO! –exclamó la Señora de Valores Morales.
Claro que no. ¡Qué va!
La tenencia implica una considerable cantidad de deberes y obligaciones, entre ellas las alimentarias, que significan erogaciones de dinero. Y la madre de Loli puede ser psicótica, pero eso no implica ser idiota.
–¿Entonces?
Entonces empezó una discusión bizantina que la Señora Jueza se limitó a presenciar sin decir ni una palabra.
Como era de esperarse, Terminator llevaba la voz cantante, tan insustancial y falta de fundamento, lógica y propósito como la de su cliente. Pero es que el caso no era hacer justicia, sino “aleccionar”, como pretendía su clienta.
–Lo que mi clienta pretende, Señora Jueza –intervino, presta, Terminator–, es que el padre de la menor...
La Señora Jueza consultó el papelito.
–... tenga más control sobre su hija. ¡Imagínese!
–Mjm... –dijo la Señora Jueza, mirando al papá de Loli y a su abogado y a la mamá de Loli y a Terminator.
–¡Una niña que tiene una relación con un viejo! –exclamó Terminator, como si estuviera interpretando el protagónico de Caballería Rusticana, con toda la carga de dramatismo de la pieza de Mascagni.
–A ver... ¿cómo es eso?
Y es en este punto, estimados lectores, en el cual nos preguntamos: ¿leyó la Señora Jueza el expediente? ¿Se interiorizó acerca de la situación y de la posición de las partes? ¿O es que la Señora Jueza necesitaba del machete que le habían preparado para no pasar vergüenza? ¿Por qué, sin tener idea de qué iba la cosa, rechazó el testimonio de Lolita como se lo anticiparon al abogado del padre?
–Tenemos pruebas, Señora Jueza, que el padre de la menor (¡Y dale con “la menor”) no sólo que no se opone, sino que favorece, como cómplice, la relación anormal entre la menor y un-vie-jo-de-cin-cuen-ta-y-ocho-años –silabeó, para darle más énfasis a su acusación, como si en vez de patrocinante de un particular, fuera miembro de la fiscalía.
–¡Pero qué barbaridaddddddddd! –exclamó la Señora Jueza–. ¿Una relación con un hombre de cincuenta y ocho añossss? –dijo, llevándose la mano a las mejillas, como una buena señora gorda que se asoma por la ventana y chusmea con la vecina acerca de lo ligera de cascos que es la hija de la cuñada de la vecina del otro lado.
Claro que la Señora Jueza, pese a su disgusto, ni siquiera dirigió la vista hacia el papá de Loli y su abogado.
–¡Sí! ¡Tenemos pruebas de cómo ese hombre ha corrompido a mi hija! –dijo la madre de Loli, con ese tono melodramático y falaz que le sale como si lo hubiese aprendido a interpretar en el Actor´s Studio, con Lee Strasberg.
–Vea usted, Su Señoría –dijo Terminator, recibiendo con una mano un fajo de copias fotográficas que le entregaba la mamá de Lolita, y ofreciéndoselas a la Señora Jueza con la otra.
Entonces empezó a mostrarle fotos en las cuales el papá de Loli y yo aparecemos sonrientes, en el momento en el cual le entrego –el día que Loli votó por primera vez–, unas películas en DVD que me había pedido que le consiguiera en Buenos Aires, porque en Córdoba era imposible. Otra en la cual estoy al lado de la parrilla, esa mañana del 28 de junio. Una tercera en la que estamos almorzando un pantagruélico asado, compartiendo el pan y el vino en amigable compañía.
–Ajá... –dijo la Señora Jueza, echando una ojeada a la primer foto.
–¡Y mire ésta! –dijo, mostrándole la foto del puente que estaba cargada en la computadora de Loli como “Nuestra noche romántica”.


–Vea, vea, admiten que tuvieron una noche romántica... en ese puente, ¡en el Parque Sarmiento! ¡En esta ciudad!
–¡Oh! –exclamó la jueza, cuya mano fue de la mejilla al escote, donde desplegó sus dedos en abanico, en ese gesto tan característico de las “señoras gordas”.
–¡Y vea esta! ¡Estaban en Villa General Belgrano los dos, en una posada!



Dijo Terminator, mostrándole una foto del pequeño centro comercial de Villa General Belgrano, donde pasamos unos gélidos días de este invierno. ¡Vaya prueba!
–¡Admiten haber estado en una habitación juntos! –rugió Terminator, como si estuviese imbuida del espíritu de Saint-Just en el momento de hacer la acusación contra Danton, para mandarlo a la guillotina.
Como un malabarista, Terminator empezó a mostrarle en rápida sucesión, una serie de fotos que hasta ese momento sólo eran propiedad de Loli y mías, y que sólo estaban en su computadora, y en la mía.
Y acá quiero hacer un paréntesis, para hacerme algunas preguntas:
¿Cómo hizo la madre de Loli para enterarse que existían esas fotografías?
¿Cómo hizo para tenerlas en su poder, en copias fotográficas de 10 x 15 centímetros, si se suponía que sólo estaban en mi computadora y la de Loli?
¿Se encargó de buscar lo que para ella constituía el “corpus delictii” mientras Loli y su papá estaban de viaje por Europa?
Todas preguntas simples que, como decía el viejo Marco Aurelio, remiten a lo esencial.
Porque en medio de tamaño despliplume, la gente tiende a perderse y a olvidar qué es lo esencial, para regodearse en lo accesorio.
–¡Es-un-ho-rror-se-ñora! –enfatizó la Señora Jueza.
Y todos quedaron pendientes de su dictamen.
Porque los jueces no deben emitir opiniones. “El juez habla por sus sentencias”, dice un viejo adagio jurídico... que hoy parece haber entrado en desuetudo.
Terminator y su clienta, babeaban de gusto, anticipando la estocada final, la que haría revolcar por el suelo y el escarnio al papá de Loli y, con suerte, me llevaría tras las rejas.
Claro que... no estaba todo dicho.


La pregunta que queda sin respuesta es: ¿cómo hizo la madre de Lolita, que no tuvo acceso a la casa, para conseguir esas fotos? ¿Las hurtó? Y si las hurtó, ¿cómo hizo? Y si es un hurto, ¿no es un delito? Pero si no podía entrar a la casa, ¿cómo las consiguió? ¿Tuvo un cómplice? Y en el caso de haberlo tenido... ¿quién fue?
(Continuará)

El Profesor

miércoles, 28 de octubre de 2009

Terminator

Después de leer los comentarios que dejaron nuestros lectores en los post de los últimos días debo decir en principio, y para que quede bien en claro, que Loli ya no es una adolescente y con el voto ha adquirido varios derechos que son principios constitucionales, reglamentados por las leyes de la Nación. En breve, con la sanción de la nueva ley, será mayor de edad en todo sentido y con todos los derechos y deberes que ello implica.
Ella lo sabe, su papá lo sabe, cualquier persona que tenga un mínimo de sentido común lo sabe y yo lo sé.
Quienes parecen no saberlo y se empecinan en hacerla aparecer como una pobre niña confundida, enferma, insegura, con baja autoestima, por momentos introvertida y un segundo después irascible, pervertida y, fundamentalmente, bajo la influencia nefasta de las malas compañías, son su madre, su hermana mayor y, ahora una nueva integrante de este elenco: Terminator, la abogada de la madre.
Debo aclarar que cuando hago mención de las “malas compañías”, me estoy refiriendo a mí de manera exclusiva. Yo, El Profesor, soy al mismo tiempo el abanderado, los escoltas y todos los que desfilan en el bando de las malas compañías.
Yo, “ese viejo” –así me llaman estas respetables señoras de buena familia–, en opinión de ellas, me he dedicado a corromperla sistemáticamente, para conseguir fines inconfesables que, según los últimos acontecimientos, tenían que ver con el proxenetismo informático.
“¿Qué dice Profe? ¿Enloqueció?”, quizás se estarán preguntando algunos de quienes nos leen, ¿me equivoco?
Pues no tanto, ya que parece haber una nueva tipificación delictiva, un híbrido que une la actividad del proxeneta (o chulo o rufián) con la informática, que es el medio a través del cual el corruptor –esto es, mi persona–, practicaría esta detestable actividad, mostrándole a todos los miembros de la comunidad blogger, fotos ho-rri-bles de Lolita en prácticas sexuales aborrecibles entre las que, según las aseveraciones de la madre de Loli y su abogada, también debería incluirse la pedofilia, el sadomasoquismo, el vampirismo (¿¿??) y el satanismo.
¡A la pelotita! ¿Nada más? ¿No quieren que también me declare culpable de haber sido el verdadero magnicida de JFK?
Como sea, y aunque parezca disparatado, la madre de Lolita y su letrada patrocinante, al regreso del viaje por Europa, cargaron sus armas para disparar con munición gruesa y se hicieron presentes en la audiencia de conciliación que había sido fijada para el pasado 7 de octubre.
Algo empezó a oler mal en Dinamarca cuando el abogado del padre de Lolita le comunicó que la jueza del tribunal de familia no quería recibir su testimonio, pese a ser la víctima o la inculpada (según de qué lado se vea y en qué momento).
De manera que allá fue el papá solo, a enfrentarse con La Abnegada y Doliente Madre y su abogada, lo más parecido a Terminator, pero en versión mujer y más o menos tan desencaminada mental como su cliente, al punto de que cuando habla, imbuida de ese mesianismo propio de los que se creen dueños de La Verdad, parece que echa fuego por los ojos.


Bueh, en realidad es más parecida a Schwarzenegger, cuadrada, pero no tan musculosa, sino más bien entradita en carnes (gorda, que le dicen), bastante guaranga y, a fuer de lo que ocurriría después, en apariencia bien ignorante no sólo de las leyes de la Nación, sino también en temas básicos como lo es, por ejemplo, la forma de expresarse en forma escrita en lengua castellana.
Tuve oportunidad de leer el escrito que presentó en su momento, y la Terminator de pelo rubio (me juego a que no es natural, sino teñido), por ejemplo, parece ignorar que las comas deben disponerse a continuación de una palabra, dejando un espacio y a continuación la palabra siguiente.
Debo decir que esto me llamó la atención ya en el segundo renglón del escrito y me dije: “Bueh, será un error de tipeo”
¡Las petunias!
Todo el escrito está así. De modo que debo suponer que esta leguleya, que se hace llamar doctora sin serlo (no creo que haya cursado su doctorado), no tiene idea de cómo se dispone un texto. Y resalto lo de las comas, porque es lo más burdo de todo el escrito. Del resto, mejor no hablemos. Llevaría dos post enteros hacer un análisis pormenorizado de la forma en que escribe.
Y tiene importancia este detalle, vaya si la tiene. Y no sólo por aquello que “como eres, escribes” o “haces lo que eres”. Lo que no comprendo cómo un profesor de la facultad pudo aprobarle exámenes escritos a alguien que no tiene la menor idea de las reglas gramaticales, ortográficas, de acentuación, de uso de signos y de puntuación, toda vez que en la práctica del derecho, un punto o una coma mal puestos en el texto, por ejemplo, pueden hacer decir a alguien que está haciendo su declaración indagatoria, lo que no quiso decir, y le puede costar muy caro. Un punto fuera de lugar, puede dar lugar a anular un testimonio.
Bueno, dejando de lado estos detalles (pese a la relevancia que tiene) hete aquí que se encontraban, en el pasillo de la entrada del juzgado, el papá de Lolita y su abogado, cuando se hizo presente la mamá de Lolita –con su actitud gestual corporal habitual, algo encorvada y apretando su cartera junto al pecho, como si cualquier persona que pasara a su lado tuviera intenciones de robársela, o como escondiendo las miserias y dolores de su corazón detrás del cuero–, acompañada de Terminator, su letrada leguleya.
Después de los cruces de saludos de rigor, todo más tirante que tiento de apero y tan incómodo como saludar a los deudos en velorio equivocado, se dispusieron a esperar que pasara la media hora de tolerancia, y apareciera Su Señoría, La Jueza.
Pero no. La jueza no apareció. Mejor dicho, sí apareció, pero al rato, como dos horas y media después.
Señoras y señores, parientes, amigos y vecinos y honorables lectores de nuestro humilde blog, la Señora Jueza se dignó atender a los litigantes después de tenerlos juntando orín e incomodidad durante todo ese tiempo.
¿Qué pasó entonces?
¡Cha Cha Cha Channnn!
Lea el próximo capítulo de esta historia mañana, sintonizando este mismo canal.


El Profesor
PD: A Usted, señora, Madre y Argentina, Usted que es La Dueña De La Verdad y la Defensora de la Moral y las Buenas Costumbres. Usted, que cree ser el ejemplo De Todas Las Madres. Usted que se desgarra las vestiduras y se empeña en "aleccionar". A usted, que tiene el alma tan negra y es capaz de las vilezas más ruines con tal de salirse con la suya... le sugiero que no lea, porque no le va a gustar y a lo mejor después de leer, hasta se siente mal, ¿eh? Después no diga que no le avisé. El que avisa no es traidor, dicen por ahí.

lunes, 26 de octubre de 2009

Llamadas perdidas

Desde hace ya bastante tiempo, más precisamente desde que nuestro blog comenzó a ser más visitado por todo tipo de personas con sus diversas opiniones, con el Profe hemos tenido que enfrentarnos a un problema constante: los anónimos, esos seres despreciables que ocultan su nombre y su identidad para hacer todo tipo de maldades y dar a conocer su lado más perverso desde el anonimato, desde la sombra, de a traición, como sólo lo hacen los pobres de espíritu y los cobardes.
Para hacer un intento de clasificarlos, estos sujetos repugnantes se dividen en dos categorías básicas: los únicos –los que fastidian una vez y desisten–, y los reiterativos. Éstos últimos son como los parásitos. A veces da la impresión que es imposible sacárselos de encima.
Buscan, una y otra vez, las mil y un maneras de perturbar la paz, la armonía y la felicidad de los demás. En este caso, del Profe y mía.
Ocurre que, en nuestro caso, hay un anónimo en especial, que por lo visto disfruta de mucho tiempo libre, y que lo dedica a joderle la vida de los demás y a usar ese aparato del que se sirve para sus juegos perversos: el teléfono. Me imagino que, además de tiempo libre, debe tener un montón de plata para gastar.
No me parece mala idea si le recomiendo que en todo ese tiempo de ocio busque hacer un curso de tejido al crochet, de porcelana fría, de tarjetería española, de kinesiología tántrica o se dedique a escribir el Manual del Obsesivo-Compulsivo Acosador Anónimo y lo publique. Tal vez hasta gane dinero y todo, tal como están las cosas.
Como está relatado en el archivo de agosto, en el post “Será Justicia”, esta persona se dedicaba a perturbarle la vida al Profe, hasta que hizo la denuncia. Sin embargo, no conforme con eso, ahora ha cambiado de objetivo y demasiado seguido para mi gusto y paciencia, realiza reiteradas llamadas a mi teléfono móvil. ¿Para qué? Para escuchar si alguien atiende.
Como suelo atender el teléfono, sin abrir la bocota ni para decir una estupidez (no creo que alguien así pueda decir otra cosa que estupideces), escucha y corta. Así, sin más. Por el simple hecho de molestar, claro.
La pregunta es: ¿Qué utilidad le reporta a alguien mantenerse oculto para llevar a cabo sus actos más viles? ¿Por qué no da la cara? ¿Es acaso el miedo el que impide mostrarse?
Se ve que no se acerca a un consultorio de psiquiatra ni a mil metros a la redonda, porque cuando descubra el grado de psicopatía que padece, es posible que se suicide. Si lo hace, que haga el favor de no salpicar.
Hace tiempo que el Profe y yo venimos peleando en varios frentes con personas que sólo han intentado en vano boicotear nuestra relación de mil y un maneras diferentes (¡Hay que ver el ingenio que despliegan!) para quitarnos la felicidad que hemos cultivado en estos dos años.
El Profe opina que los mueve la envidia, el peor de los pecados capitales. Estoy de acuerdo. Han llegado a pretender probar que un blog como este sea prueba irrefutable en un juzgado, con la alocada pretensión de que el Profe –en la concepción y pensamiento de esas mentes afiebradas y alocadas (¡mujeres tenían que ser!)–, debería ser juzgado por pedófilo y corruptor de menores, y quede tras las rejas con una condena de cadena perpetua, a pan y agua.
Yo, según esas “señoras decentes, de moral intachable y valores sin mácula, debería quedar internada en un instituto de menores, en el pabellón especial destinado a las Lolitas pervertidas y desobedientes.
Como decía, este grupo de mujeres, con anónimos involucrados y con otros no tan anónimos –perfectamente identificables, del tipo hipócrita que muestra una fachada de respetabilidad que no se condice con su vida privada y que tienen la desagradable costumbre de clavar el puñal por detrás cuando uno se encuentra distraído–, se ha confabulado y ha hecho todo lo posible por arruinar nuestra pacífica existencia. Se han servido de la más absoluta desfachatez, la mentira, la maldad, la maledicencia, la agresividad y hasta de la violación de la privacidad acompañada de hurto, para llevar a cabo sus macabros planes y con las peores intenciones.

Urdieron sus tramas, como las alimañas, y usaron cuanto recurso les viniera como anillo al dedo para desplegar su rencor, su despecho y sus frustraciones: el Facebook, los correos electrónicos y las llamadas anónimas, de las cuales, la mayoría, son llamadas perdidas.
Me digo que debe ser una patología bastante generalizada, si hicieron una película (Missed call). Y, la verdad, el afiche es lo más aproximado a cómo me imagino a esa loca de atar que debe padecer de incontinencia dáctil.
En un próximo post, en estos días, el Profe con su paciencia y su manera de ordenar las cosas, se encargará de relatar la historia completa, para que nuestros queridos lectores se pongan al corriente.
Eso sí, tengo que decirlo: ¡Ufa! ¡Me tienen harta las llamadas perdidas!

Lolita

sábado, 24 de octubre de 2009

El niño interior

–Papi…
–¿Qué, Princesita?
–¿Sabés cuál es una de las cosas que más me gustan de vos?
–¿Cuál, mi vida?
–Que sos tan divertido, gracioso, ocurrente, ingenioso… siempre tenés preparada la frasecita vivaracha, que jugás con doble sentido, que te salen un chistecito, una sutileza o la ironía en el momento justo... El juego de palabras y la rima que hace que lo que decís resulte sumamente divertido. Además sabés reírte de vos mismo ¡y hasta ridiculizarte en extremo! (Para los que no lo hayan leído, recomiendo el post “Un tropezón no es caída”, publicado el 9 de marzo) Pero no sólo eso: además sos un poquito desvergonzado, con esa creatividad atrevida en algunas de tus expresiones y... ¡también tenés momentos en que no te da vergüenza hacer payasadas!
El Profe sonrió y me acarició la cara.
–¡A veces hasta parecés un chico!
–¿Sabés qué pasa, Loli? Tal vez soy así porque aún tengo vivo a mi niño interior, ese chico que alguna vez fui, ése que todos traemos en nuestro ser desde que nacemos. Es ese niño al que le gusta jugar, reírse, encontrar el lado gracioso de las cosas y disfrutar de los momentos simples.
–¿Y si todos lo traen, por qué hay tanta gente amargada? ¿Por qué hay personas con escaso, bah, casi nulo, sentido del humor? ¿Por qué la gente despliega toda esa soberbia? ¿Por qué hay tanta culpa, maldad y malas intenciones sueltas caminando por ahí? ¡Eso no es propio de los niños! –Le pregunté.
–Quizás porque se olvidaron que el niño permanece dentro de uno, pero con el tiempo se olvidaron de escucharlo y consentirlo. También puede ser porque cuando fueron chicos, los adultos de su entorno se encargaron de dañárselo. ¿Entendés?
–Sí, Papi... ¡Pero eso es muy triste! A veces creo que la gran mayoría de la gente se ha olvidado de sonreír y de estar alegre. Parece que son muy pocos los que se divierten como lo hacemos nosotros.
–Y, la verdad que sí, Loli.
–¿A vos nunca te dañaron tu niño interior, Papi?
–Muchas veces, Princesita. A todos nos dañan alguna vez, pero eso no me impidió salir adelante y curarlo, ayudarlo a que sanara sus heridas. Así es como conseguí conservar este buen humor, esta frescura y esta espontaneidad que a vos tanto te gusta y te divierte.
–Shi...
–Y ¿sabés qué?
–¿Qué?
–Si bien siempre fui así, desde que apareciste vos en mi existencia, este niñito interior ha cobrado más fuerzas y se ha sentido más feliz que nunca antes en su vida.
Lo miré con una sonrisa y una lagrimita de emoción se me escapó de un ojo y rodó por mi mejilla. Después, me acerqué más a él y lo abracé bien fuerte.
¡Qué lindas y tiernas son las personas que llevan vivo su niño interior!


Lolita


miércoles, 21 de octubre de 2009

Carta abierta

Hoy quise escribir esta carta dirigida a todos nuestros lectores, porque hay momentos en la vida en que se nos hace necesario convalidar que todo aquello que pensamos, que creemos, que imaginamos y soñamos, no está mal. Que va por el buen camino, que es de buena fe y que, lejos de hacer un daño, les sirve a muchos.
Hoy quise escribir esta carta a todos los que nos leen, porque necesitamos saber que no estamos ofendiendo a nadie, que nuestro blog, pese a su título –trasgresor, si se lo quiere ver así–, es un rinconcito donde Lolita y yo desplegamos en palabras nuestros sentimientos más genuinos.
Hoy quiero escribir estas palabras para que todos los que nos leen sepan que con Lolita conocemos e identificamos por lo menos a cuatro seres que, como las Erinias de la mitología griega –esas perras rabiosas de la Hélade–, se empecinan en su maldad, en su soberbia y en su perversión en hacer daño. En calificar de “pornográfico” a este espacio en el cual ambos dejamos escrita nuestra historia –por atípica que sea–, con el anhelo que un día todas estas letras amontonadas se conviertan en un libro que le sirva por lo menos a un ser humano para comprender y quizás aprender un poquito de qué va eso del amor, cuánto cuesta y que es justo que así sea... porque de lo contrario, no sería amor.
Hoy quiero pedirle a nuestros lectores que dejen su opinión honesta, su parecer, lo que piensan y lo que sienten más allá de las caricias de toda cortesía. Porque hay veces que uno se cuestiona si estará haciendo lo correcto. Si no será cierto que la relación entre Lolita y yo es un imposible y que somos parte –sin darnos cuenta–, de la miseria de esta sociedad post industrial, globalizada y posmoderna, en la que parece que uno cree que vale por lo que tiene y aparenta, y no por lo que es.
Hoy quiero que todos los que nos leen sepan que ni Lolita ni yo buscamos encontrarnos. Que Dios o la vida o nuestro karma nos cruzaron los caminos sin que estuviésemos esperándolo y que las cosas fueron como fueron sin buscarlo. Sin premeditación ni especulaciones. Sin dobles intenciones. Con la espontaneidad que sólo se consigue abriéndole el corazón a un semejante sin hacerse preguntas ni buscar respuestas y sin esperar nada a cambio.
Hoy quiero que sepan que el amor que nos une, a Lolita y a mí, es como esta imagen. La de dos manos que se tienden.




Dos manos que se tienden, porque es el símbolo de esta maravillosa aventura que es vivir, la que nos dio la oportunidad de que se encontraran, aunque más no fuere por un corto trecho –¿cómo saberlo?–, para acompañar al otro iluminándole el camino y guiándolo con esas chispitas de luz, que nos permiten ver y nos enseñan no temerle a las sombras del sendero que tenemos que transitar, querámoslo o no, mientras estemos en este mundo.
Hoy necesitamos, Lolita y yo, que nos digan que sólo las mentes enfermas, enrevesadas, egoístas y ruines, pueden encontrar obscenidad donde sólo, tanto ella como yo, estamos dejando en palabras nuestra historia que es, nada más y nada menos, que una historia de amor.
Por eso hoy empeñamos nuestra palabra, Lolita y yo, de no responder ningún comentario y dejar que cada cual exprese lo que le parece... anónimos incluidos.

El Profesor

domingo, 18 de octubre de 2009

Platito de París

En la última conversación de despedida que tuvimos, antes de que yo partiera por un mes a Europa a disfrutar de mi hermoso viaje, le pregunté al Profe:
–Papi… ¿Qué te gustaría que te traiga del viaje?
–Mmmm
–Decime algo que se te ocurra y que quieras que te compre, para tener de recuerdo.
–Mmmm… ¿Viste mi colección de platitos?
–Ajá...
–Esa que tengo para colgar en la pared de adorno.
–Sí, claro que me acuerdo.
–Bueno, me gustaría que me compraras un plato como esos, pero de París.
–Lo vas a tener, mi amor. Te lo prometo.
Cuando llegué a París aquel martes por la mañana, me acordé de ese encargo tan importante.
Al pasar por el primer negocio de recuerdos de viaje, entré y me encontré con infinidad de objetos grabados con el nombre de la ciudad. Entre los estantes, busqué lo que El Profe me había pedido y los encontré enseguida: había platos decorados de diversas formas, de todos los tamaños y con distintas tonalidades y combinaciones de colores. Estuve un rato hasta que por fin me decidí por uno que me pareció el más bonito y el que iba a quedar mejor, haciendo juego con todos los que él ya tenía. Con el regalo en mis manos, salí contenta de aquel comercio, ansiando que llegara el momento de entregárselo.
Pasaron las semanas y finalmente llegó el día más esperado por ambos: el día del reencuentro, después de una larga ausencia.

Cuando el micro en el que viajaba llegó a la estación, él ya estaba esperándome. Era casi la madrugada, pero mi Papi estaba como un soldadito aguardando a que yo llegara. Al bajar, me recibió con los brazos abiertos y me dio un gran beso de bienvenida. Nos abrazamos fuertemente durante unos minutos y luego, tomó mi equipaje y en un taxi nos fuimos hasta su casa.
Después de un par de horas, cuando abrí mi equipaje, encontré arriba de todo el importante regalo que tenía para darle.
–¡Papiiii!
–¿Qué, mi amor?
–Te traje una cosa que te prometí.
–A ver…
Cuando se lo di, lo palpó y me miró con una sonrisita picarona, adivinando el contenido del paquete, que era duro al tacto y de forma más bien redondeada.
–Mmmm… creo que sé lo que es esto.
–Bueno, abrilo y mirá si te gusta.
Cuando lo vio, sonrió con alegría.
–Es precioso, Loli. Lo voy a poner junto con los otros.
–Lo elegí especialmente. Es bien representativo de París, ¿viste? Tiene dibujados todos los lugares más significativos. Yo estuve ahí, en todos.
–Sí, mi amor. Claro que me gusta. ¡Me gusta mucho!
–Quiero que cada vez que lo mires te acuerdes de mí y anheles con fuerza el que algún día podamos estar juntos en esa ciudad tan romántica.
–Sí, Princesita. Te aseguro que es eso y mucho más lo que anhelo cada día.
Estuve a su lado cuando ubicó mi regalo, junto a su preciada colección.


Lolita.

sábado, 17 de octubre de 2009

Todos contentos

–Papi…
–¿Qué mi vida?
–¿Sabés lo que me gustaría hacer ese día que llegue? –Le pregunté en una conversación telefónica.
–A ver… ¿Qué te gustaría hacer?
–¿Viste Barrio Chino?
–Mmm… Ya sé Loli. Querés ir a almorzar a un restaurante de comida china.
–¡Si!
–¿Te gustó cuando te llevé la última vez, no?
–Si, papi. Es que ya es casi como un rito. Cuando voy para allá, hay algunos lugares que son casi obligatorio visitarlos.
–Te voy a llevar Princesita. Yo también lo había pensado. Vamos a comer lo que te guste.
–¡Gracias mi amor!
–De nada.
Y así fue. Ese primer día, luego de llegar, pasar un agradable rato juntos y sentir que nos empezaba a picar fuerte el estómago, nos fuimos para ese barrio tan tradicional y concurrido de la ciudad de Buenos Aires.
Yo estaba fascinada: una vez que cruzamos el arco de entrada, vi que había una cantidad importante de negocios de esos que venden todas esas “chucherías” que a mí tanto me gusta ver y comprar.

–¡Mirá Papi!
–Si, mi amor, cuando terminemos de comer, venimos y miramos todo.
Me llevó a un bonito lugar donde nos sentamos tranquilos para pasar un relajado y placentero momento. Cuando trajeron la carta, miramos las opciones gastronómicas y él me ayudó a decidir qué pedir porque la verdad, es que me gustaba todo.
–Quiero algo con frutos de mar, papi.
–Entonces pedí éste. Yo pido este otro y luego compartimos, ¿si?
–Si.
Nos gusta hacer eso: pedir cosas distintas y compartir plato. Es una manera también de sentirnos más cerca y demostrarnos afecto.
Mientras comía el delicioso arroz con mis palitos chinos, lo miraba con una sonrisa.
–¿Qué pasa, Princesita?
–¿Viste como se llama este lugar?
–“Todos contentos”
–Si. Y es cierto. Yo estoy muy contenta y también muy agradecida con vos, mi amor.
–¿Por qué?
–Porque en todo este tiempo me has dado todo el cariño, el respeto y la comprensión que tanto me hacía falta. Me has enseñado a ser una mujercita fuerte y generosa de espíritu. Me has protegido de los que quisieron hacerme daño… me has hecho la persona más feliz del universo y me has dejado muchas enseñanzas acerca de la vida y el amor que nunca en mi vida voy a poder olvidar.
Me sonrió con ternura.
–Y vos a mí, Loli. Yo también estoy muy contento de tenerte acá conmigo. No sabés con cuantas ansias te esperé.
–¿Sabés qué? A veces creo que me mimás demasiado… –Le dije mientras veía como me servía en mi vaso más Coca Cola Light, mi favorita.
–No mi vida. Te mimo lo necesario. Te mimo como lo hace un hombre con la mujer que ama y de la que está profundamente enamorado.
En un arrebato de amor, agarré su mano y se la besé.
Luego de terminar nuestro almuerzo, salimos de ese lugar muy contentos y nos fuimos a caminar de la mano por las calles para ver esos negocios que tanto me atraían.

Lolita

miércoles, 14 de octubre de 2009

Con el gusto

Esa tarde salimos a dar un paseo por el barrio ya que el día estaba lindo y a esa hora, nada mejor para nosotros que caminar tranquilamente de la mano.
Como no hay cosa que me guste más que mirar vidrieras de comercios, (Bha, en realidad hay algunas cosas que me gustan más, jeje) cada tanto nos deteníamos a mirar los objetos que se exponían en las vitrinas de los negocios de la zona.
En un momento, El Profe se detuvo frente a un local de la conocida marca Kevingston y se quedó mirando las nuevas prendas de la temporada.




–¿Qué te gusta, Papi?
–Mmm… mirá que linda esa remerita amarilla…
–¿Te gusta mucho?
–Mjm
–¿No tenías vos una parecida?
–Si, pero ya está muy rotita…
­–A ver, vení.
Lo agarré del brazo e intenté empujarlo para que entrara.
–¡No, Bebi! ¿Qué hacés?
–Vamos a comprar lo que te gusta. Dale… dejame que te agasaje como te lo merecés, mi amor.
­–No, Loli, no quiero que te gastes toda la plata que trajiste…
–Por favor, permitime que te compre lo que te gusta. No te preocupes por la plata. No se me va a acabar.
De un tirón lo metí en el negocio. Habíamos estado forcejeando allí afuera un rato ante la atenta mirada de la vendedora que nos aguardaba adentro.
–Hola…
–Hola… quiero ver esa remera amarilla que se expone ahí, por favor.
La vendedora la buscó y se la desplegó a mi Papi para que la mirara.
–A ver…
La extendí y se la medí por la espalda.
–Si, te queda hermosa. –Le dije y luego me dirigí a la joven –La llevamos.
Salimos del negocio con la bolsita de compras. El Profe iba contento como nene con juguete nuevo.
–Te queda re linda, mi amor.
–Gracias, Princesita, gracias por darme con el gusto.
–¿No era acaso lo que querías? Vos no tenés más que pedir y mami te lo compra… No tengas vergüenzas de decirme lo que querés. Yo te doy con el gusto... ¡con mucho gusto! jiji.
Le sonreí con ternura y contenta de haberle alegrado el día.

Dos días después, antes de regresar para mi ciudad, salimos por la tarde a hacer un par de compras en el supermercado y a caminar por el parque cercano mientras caía el sol. De repente, mientras cruzábamos la calle, me dijo:
–Ahora te voy a dar uno de tus mayores gustos.
–¿Cuál?
–Ya vas a ver…
Cuando vi que se enfilaba para el local de Freddo, ubicado estratégicamente en esa esquina tan transitada, lo frené.



–¡No, Papi! ¡Estás loco! ¡Estos helados están a precio de oro!
–Pero a vos te encantan los helados, Loli
–Es cierto, pero no quiero que te asalten a mano armada cuando atravieses la puerta, mi amor.
–Dale, entremos. Quedate tranquila. Quiero darte con el gusto.
Y si, me di con el gusto de compartir con el Profe un cuarto kilo de helado de tres sabores a nuestra elección.
El amor es así: recíproco, desinteresado, mutuo. Consiste en nada más y nada menos que hacer feliz al ser amado y también a…
darle con el gusto.

Lolita

lunes, 12 de octubre de 2009

Momentos

Hay personas que viven la vida como viene, toda de corrido y que no se detienen a disfrutar de los instantes mágicos de cada día. Están tan ensimismados en sí mismos y con tantas preocupaciones (a veces inútiles) que no pueden concebir la vida de otra manera que no sea la rutina y la monotonía del día a día.A diferencia de todos estos individuos, cuando estamos juntos, el Profe y yo elegimos ver la sucesión del tiempo como hermosos momentos. Momentos de diversión, de ternura, de conversaciones profundas, de juegos, de paseos, de recuerdos, de reflexiones… Todos ellos son especiales, únicos e inolvidables. Ayer fue uno de esos tantos días que compartimos en estos dos años.

–Paaaaapiii

–¿Qué, mi vida?

–Vení, ya te preparé el cafecito y las tostadas.

–Ya voy.

Nos sentamos a tomar el desayuno y a conversar acerca de aquellas pequeñas cosas que de tan pequeñas, muchos se olvidan de la grandeza que guardan en su interior.

–Bebi…

–¿Si?

–¿A vos te parece que es una mera casualidad que nos hayamos encontrado en el momento en que, por tus circunstancias y las mías, parecía ser el momento en que más necesitábamos del otro?

Reflexioné unos instantes y le respondí con una de esas respuestas mías que resultan tan creativas y que en más de una ocasión lo dejan sorprendido:

–No, no creo que sea casualidad. Papi…

–¿Qué?

–¿Vos sabés que hace Dios en su tiempo libre, cuando no tienen que ocuparse de cosas que le demandan mucho tiempo?

Sonrió.

–¿Qué hace?

–Teje.

–¿Teje?

–Si, papi. Teje vínculos con los hilos del alma humana. Las personas tenemos el espíritu formado con hebras, como la lana con la que las abuelas tejen suéters o bufandas, y siempre estamos esperando encontrar a esa persona con la que podamos unirnos. ¿Entendés?

–Si, Loli

–Entonces Dios lo que hace es unir por medio de sus dedos esos hilitos del alma para formar hermosas piezas que abriguen a alguien.

–¿Si?

–Ajá. Esto no es más que una metáfora, papi, pero lo que quiero decirte es que si Dios te puso a vos en mi vida y a mí en la tuya alguna razón debe tener. Todo lo que hace Dios es hermoso y está lleno de su amor. Cuando Dios teje, generalmente es con algún propósito. ¿No te pusiste a pensar que unir tu experiencia y mi juventud puede tener algún propósito que desconocemos?

–Vení Princesita.

Me acerqué y me estrechó en sus brazos.

–Sos maravillosa.

Un rato después, salimos a la calle a caminar, con el hermoso sol que nos estaba esperando. Hacía un día espléndido, por eso fuimos a caminar primero por Las Cañitas y después por Belgrano R, dos lugares de ese barrio tan lindo que me gustaron mucho

Cerca del mediodía, pasamos por el cine de Mendoza y Obligado y compramos las entradas para ver una película que tenía una buena crítica: "El secreto de sus ojos". (Dicho sea de paso es muy buena, la recomendamos).


Cuando salimos, caminamos de la mano de regreso a su casa mientras comentábamos el argumento de la película y reflexionábamos acerca de cada una de las escenas que más nos habían gustado.

Por la tarde paseamos por el parque y la feria de artesanos frente a La Redonda. Nos sentamos en un banquito y seguimos conversando hasta que cayó la tarde.

Pasamos por el supermercado a comprar víveres y gaseosa para la cena y el día siguiente.

De repente, El Profe me ofreció:

–Bebi…

–¿Si?

–¿En vez de cocinar te gustaría que pidiéramos un calzone a domicilio?

–¡Siiiiii! ¡Hacía tanto que no comía eso!

–¿Desde la última vez que estuviste conmigo?

–Si. ¡Y me gusta mucho! ¡Bah!, me empezaron a gustar desde que lo comí con vos porque antes, en casa, mi mamá los hacía de berenjenas ¡Puaj!

Sonrió.

–Bueno, entonces cuando lleguemos, buscamos el folletito del negocio y elegimos el que nos guste, ¿te parece?

–Si, papi.

Luego de guardar lo que habíamos comprado, elegimos el menú de la cena. Además de un rico calzone de queso, morrones y longanisa calabresa, pedimos una comida muy original que era la primera vez que yo probaba: canastitas rellenas de los más variados ingredientes (aunque yo, como siempre, elegí de palmito y ananá, jiji)

Cuando llegó el pedido, nos sentamos a comer mientras conversábamos acerca de todo un poco y de mucho más.

Nuestros días son así, hechos en base a momentos. Momentos simples. Momentos intensos. Momentos valiosos.

Lolita

domingo, 11 de octubre de 2009

Las olas y el viento...

–Papi...
–¿Mhhh-hh?
–Sho quiero pedirte una cosa...
–¿Mhhh-hh?
–Pero no sé si vos vas a querer...
–No veo qué puedo no-querer antes de saber de qué se trata, Loli...
–Ah, sí, claro... Bueno.
–¿Qué querés pedir, Princesita?
–Mmmm... ¿Viste que en el viaje por España me la pasé comiendo frutos de mar?
–Ajá. ¿Querés comer frutos de mar? ¿Es eso?
–Sí. Pero también hay un lugar al que quiero ir.
–Ah, entonces son dos cosas las que querés pedir.
–Y, sí.
–¿Y a qué lugar querés ir a comer los frutos de mar, Loli?
–¿Viste Puerto Madero?
–Sí, mi vida. Puerto Madero, claro.
–¿A vos no te gusta? ¿No querés ir?
–¡Pero Loli! ¿Por qué no voy a querer ir, eh? Vamos a Puerto Madero, entonces.
–¿En serio?
–Pero sí, chiquitina, claro. Y vamos a buscar unir los dos pedidos: Puerto Madero con frutos de mar.
–¿Y vamos a comer mirando hacia la costa?
–Seee, Loli. Y también vamos a cantar “Las olas y el viento, zucundun, zucundun... y el frío del mar... tralala tralala...”
–Jajaj, Papi.
Y así fue que nos pasamos todo el maravilloso viernes soleado y templadito, recorriendo Puerto Madero desde la entrada de la calle Sarmiento hasta más allá de la prolongación de la avenida San Juan. A la hora del almuerzo, claro, buscamos un restaurante que preparara los frutos de mar que Loli quería zamparse.



Después del segundo plato de esta ensalada (foto tomada in situ) y de una porción de Kani-Kama con salsa Golf, Loli se dio por satisfecha, aunque aceptó de buen grado un helado de pomelo rosado y limón (quizás porque las señoras mayores decían que el limón es colagogo).
Por lo general, Lolita se deleita con la comida. Pero pocas veces la vi disfrutar tanto como con esa ensalada de frutos de mar, a excepción del primer día que la persuadí que probara la paella, en nuestro restaurante preferido de Córdoba.
Para morigerar los efectos colaterales de tan copioso almuerzo –admito que yo me mandé al buche todo lo que me sirvieron, incluyendo una petit-porción de la misma ensalada de Loli–, empezamos a caminar por el paseo que bordea al riachuelo, hasta que llegamos a la Fragata Sarmiento.



–¿Vos viajaste en este barco? –me preguntó, con esa carita que pone cuando se le ocurre algo, que tenía que ver con una visita histórica y de reconocimiento.
–No, mi amor. Por aquel tiempo esta fragata ya estaba fuera de servicio como buque escuela –dije–. ¿Querés que la abordemos y demos una recorrida así la conocés?
–¿En serio?
–Claro, Loli. En serio. Y de paso aprovecho y te cuento algunas cosas, ¿dale?
–¡Siii! –se entusiasmó y se colgó de mi cuello rodeándomelo con los brazos y allá fuimos, a recorrer ese buque escuela ahora transformado en museo.
Y después seguimos caminando hasta la hora en que empezó a caer el sol, a refrescar más de la cuenta y entonces regresamos, en un subterráneo atestado de gente que terminaba la semana laboral.
–Papi... Qué lindo día pasamos, ¿eh?
–¿Te gustó, Princesita?
–Sí, mucho. Gracias por darme los gustos, mi amor.
–Nada, Loli, nada. Que me fascina verte feliz.
–Ahora, Papi... ¿Por qué no había ni viento, ni olas, ni mar?
–Mjm... Bueno, en vez de viento estaba esa brisita fresca. Entonces, como no había viento, tampoco había olas. Por cierto, tampoco había porque no es el mar, Loli, aunque en el Río de la Plata, en días de tormenta, también se forman olas de considerable porte.
Apretujados como estábamos en el vagón repleto, Loli me hizo una seña para que me acercara y pudiera decirme algo en secreto.
–Ah... Y, Papi...
–¿Mhhh-hhh?
–Tampoco hubo “Zucundún, zucundún”. Ufa –me dijo en voz baja, con sus labios muy cerca de mi oreja.
–Dale tiempo, Loli, dale tiempo –le susurré en la suya, para que nadie escuchara–. El día todavía no terminó...


El Profesor

jueves, 8 de octubre de 2009

Cuando...

Cuando yo creía que ya no podía tener ilusiones y después de tantos fracasos, ni se me ocurría que fuera posible volver a enamorarme.
Cuando mis anhelos no eran más que afanes perdidos en esos recovecos oscuros del alma humana y mi esperanza se diluía, día tras día, en soledad.
Cuando sólo me quedaba el recuerdo fugaz de lo que había sentido con el roce de unos labios de mujer en mi boca y cómo me latía el corazón al deslizar los dedos sobre su piel.
Cuando había perdido el entusiasmo y el deseo y me aturdía con recuerdos desvaídos de amores frustrados.
Cuando había empezado a resignarme a dejar de lado la vida y a esperar el día en que uno debe entregar el equipaje en la Estación Terminal.
Cuando ya no esperaba ninguna sorpresa...
En ese momento, la vida me cruzó en el camino de Lolita.
Lolita y su entusiasmo, sus ganas de ser feliz, su frescura, sus alegrías y sus tristezas, sus certezas y sus inseguridades, sus miedos y su admirable valor.
Lolita con sus certidumbres y sus contradicciones; su risa y su llanto; su paciencia y su ansiedad.
Lolita, esa muchachita admirable, esa niña-mujer que me sorprende cada día con su simpleza y su profundidad, con su capacidad de reflexión y la tempestad de sus arrebatos. Con sus ocurrencias y sus travesuras. Con su juventud y su inexplicable experiencia.







Fue en ese preciso instante, cuando mi cama estaba tan vacía y fría de soledad en la noche, el momento en el cual Lolita se deslizó entre las sábanas blancas y entró en mi existencia como un heraldo de vida, un soplo de optimismo, una ráfaga de pasión renovada.
Fue cuando decidí que no valía la pena dejarme morir, ni transcurrir los días que me quedaban sentado en el banco de una plaza.
Que era mucho mejor y más placentero seguir en este mundo.
Cuando Lolita, sin saberlo, ni imaginarlo, ni sospecharlo, me devolvió a la vida.

El Profesor
Foto: Cortesía de Igor Coelho

martes, 6 de octubre de 2009

El valor de la solidaridad

Me levanté en una fría mañana de julio y vi que mi Profe todavía dormía. Salí de la cama, me asomé por la ventana y miré la hora: las 8:00. Tomé el teléfono sobre la mesita de luz y encargué el desayuno. Luego, me abalancé sobre él.
–¡Paaapiiii! ¡Levantate!
–Mmmññm…
–Dale, papi, levantate que nos traen el desayuno. ¡Ya avisé en la recepción que nos traigan el cafecito!
A duras penas, lo saqué de la cama. Nos vestimos y nos dispusimos a esperar que llegara el servicio.
Al ratito, nos tocaron la puerta y una sonriente y simpática señorita nos dejó una bandeja con lo que le habíamos pedido: café, leche, facturas, criollitos, tostadas, manteca y mermelada.
Nos acostamos en la cama y mientras conversábamos, tomamos el café caliente sabiendo que afuera hacía un frío de esos importantes, que hacen que yo me abrigue hasta las orejas.
Con cariño y delicadeza, le preparé al Profe unas tostaditas con manteca para que acompañara con su acostumbrado vaso de leche. (¡Cómo me gusta hacer de mamá!)
Luego que terminamos, nos preparamos para salir pasear por el centro de la ciudad. Me fui a lavar mis dientitos y cuando salí del baño, vi que mi Papi estaba listo y estaba terminando de guardar algo en una bolsa.
–¿Qué hacés papi?
–Estoy guardando lo que nos sobró del desayuno, mi amor.
–¿Para después?
–No, Loli. Ahora cuando salgamos, seguramente vamos a encontrar a alguna persona pobre y con hambre y se lo vamos a dar.
Me quedé asombrada del corazón de oro que tenía el hombre que yo tanto amaba.
–¿En serio, papi?
–Si, mi amor. Mirá que día tan frío hace. Seguramente hay mucha gente que se muere por unos criollitos como estos y si los dejamos acá, la gente del hotel los va a tirar y eso no es justo. Nosotros vamos a regalárselo a alguien.
Me acerqué y acariciando su rostro, le dije:
–Sos asombroso. ¡Tenés el alma tan generosa! Cada día te admiro y te amo más.
Sonrió y simplemente me respondió:
–Trato de ayudar un poco a este mundo, Princesita. Pongo mi granito de arena.
Salimos del hotel y nos fuimos caminando por la peatonal. Cuando pasamos por delante de la iglesia en la que siempre entrábamos a rezar y a agradecer a Dios las bendiciones cotidianas, le dije:
–¡Mirá papi! Ahí hay una mujer con chicos. ¿Querés que se los demos a ellos?
–Si.
Nos acercamos a un niño de pies descalzos y ropita remendada y le entregamos la bolsa con los alimentos. Al niño se le iluminó el rostro de alegría y nos sonrió. Luego se fue corriendo hasta donde estaba la mujer.
–¡Mirá lo que nos trajo el señor, mamá!
Me quedé mirando la escena; el niño repartía lo que le habíamos dado con su madre y sus hermanitos más pequeños, que por su carita, estaban hambrientos.
Con el Profe dimos media vuelta y con el corazón lleno de satisfacción de haber hecho nuestra buena obra del día, nos fuimos caminando tomados de la mano.
Ese día, él me dio una lección muy importante de solidaridad con los que menos tienen.

A veces creo que a este mundo sólo le faltan unas cuantas personas que, al igual que mi Papi, hagan algo por los demás. Si todos pusiéramos nuestro “granito de arena” viviríamos en un mundo mejor.

Lolita.

lunes, 5 de octubre de 2009

Esos pequeños detalles...

Esa tarde habíamos decidido ver una película que se anunciaba como un buen estreno.
Luego de almorzar en nuestro lugar favorito, emprendimos la caminata hasta la galería donde se encontraba el cine. En el camino, pasamos por una de esas famosas cafeterías “Havanna” de donde sale un rico olorcito a chocolate y café recién preparado. El Profe se paró frente al negocio y me preguntó:
–Loli… ¿Te gustaría llevar algo para comer en el cine?
–Si, Papi. ¿Qué me vas a comprar?
–Esperame acá.
Entró y al ratito estuvo nuevamente conmigo y me entregó una bolsita. Cuando miré que adentro había dos conitos de chocolate rellenos de dulce de leche, se me hizo agua la boca y le pregunté:
–Mi amor… ¿Cómo sabías que me encantan estos bocaditos?
–Porque te conozco, Princesita.
Lo abracé colgándome de su cuello y le di un gran beso.
–¡Gracias, Papi! ¡Gracias por el detalle!
­–De nada, mi vida.
Seguimos caminando y entramos en la galería. Íbamos conversando animadamente del argumento de la película que íbamos a ver. De repente, se paró frente a una vidriera llena de esos muñequitos tipo duendes, hadas y demás personajes ficticios y de cuentos de hadas.
Nos quedamos mirando y tomándome de la mano me hizo entrar al local que por dentro estaba muy bien ambientado y con olor a sahumerio.
Recorrió con la vista los estantes y se quedó mirando un duendecito de lo más tierno.
–¿Te gusta ése, Loli?
–¡Me encanta!
Me lo compró y cuando salimos me dijo:
–Es un duendecito de los deseos…
–¿En serio?
–Si. Vos le pedís algo y él te lo cumple.
Lo miré con una sonrisa pícara y le comenté:
–Entonces ya sé que voy a pedirle.
Tomados de la mano, llegamos al cine.
Lo más lindo de ese día fue que el recorrido hasta allí estuvo plagado de detalles. Y eso es lo que vale, lo que hace al verdadero amor: los pequeños detalles.
Desde ese día el duendecito me acompaña en mi mesita de luz y lleva cumpliendo todos mis deseos…



Lolita.


sábado, 3 de octubre de 2009

Hoy quiero

Hoy quiero escribirte estas palabras de amor renovado que salen desde lo más profundo de mi corazón.
Hoy quiero cruzar mi mirada con la tuya para descubrir una vez más la pasión que nos une y el fuerte amor que siento por vos. Quiero sonreírte desde el alma y correr a hasta tus brazos abiertos para fundirme en ese abrazo, para sentir tu calor, tu perfume y tu intenso cariño hacia mí. Deseo pasar el tiempo apoyada en tu pecho y escuchando la melodía que resulta para mí cada uno de los latidos de tu corazón, mientras hablamos de cosas bellas y sueños de amor.
Hoy anhelo llevarte a pasear de la mano bajo la luz de la luna mientras en voz bajita te digo las cosas más hermosas que tus oídos hayan escuchado jamás y me abandono a tus caricias, que me encienden y me llenan de vida.
Hoy deseo besar tus labios una y otra vez, peinar tu cabello y sentarme sobre tus rodillas a contarte cuentitos cortos con enseñanza, de esos que tanto te emociona escuchar de mí.
Hoy quiero despertarme a tu lado, quedarme mirando cuando te afeitás por la mañana, prepararte el desayuno con cariño y observarte divertida cuando te tambaleás mientras intentás ponerte los jean con los zapatos puestos.
Hoy quiero decirte una vez más que TE AMO.
Hoy necesito oír, como siempre, esa tierna respuesta que brota de tus labios casi de manera automática: “Yo también, Princesita”

Lolita.

viernes, 2 de octubre de 2009

Chispitas

–Papi...
–¿Qué te sucede, Loli? ¿Por qué esa carita..?
–Me siento mal... siento una cosa en la pancita...
–¿Sabés de qué se trata?
–No...
(...)
–Bueno... shi... nu shé
–Sí, Loli. Sabés. A lo mejor te cuesta reconocerlo, pero lo sabés. Todos sabemos los que nos pasa, aunque nos cueste ponerlo en palabras.
–Mjm...
(...)
–Papi...
–¿Mhhh-hh?
–¿Por qué es tan difícil todo?
–Ah... Parece que sabíamos qué nos pasaba, ¿eh?
–Mjm... Pero ¿por qué es tan difícil todo, Papi? Contestame...
–Porque el amor cuesta, Princesita. Y es justo que cueste...
–¡Ufa, sí! ¡Ya me lo dijiste! ¡Me lo sé de memoria!
–Puede ser que lo sepas, pero tenés que aprender a vivirlo. A que deje de ser un conjunto de palabras, un mero postulado intelectual. Tenés que aprender a sentirlo, a vivenciarlo, a hacerlo parte de tus principios de vida.
–¿Y eso es amor, Papi?
–Sí, cuando la idea se te hizo carne y el concepto es parte de tu vida, empezás a conocer el amor, Loli.

Cuando comprendas que el amor es pasión, es obsesión, es sentirte feliz hasta el delirio. El día que hagas parte de tu ser que el vivir si te falta la persona a la que amás, no es vivir, el día que sientas que perdés la cabeza y que estás enamorada con locura de alguien que te ama de igual manera, ese día vas a comprobar qué es el amor.
Pero para eso, tenés que dejar de lado el intelecto y sólo escuchar al corazón. Porque, después de toda esta larga vida mía si hay algo que aprendí es que la vida sin amor, no tiene sentido. Que llegar al final de este largo viaje que es la existencia sin haber amado, es como no haber vivido.
Que el amor se pone a prueba en los momentos difíciles, cuando lo único que tenemos por delante es la incertidumbre.
¿Ves por qué te repito hasta el hartazgo que el amor cuesta?
Y es justo que cueste.
Porque si nos fuera dado así nomás, como bien heredado: ¿cómo podríamos discernir qué es amor y qué no lo es?
Sé que con el paso de los años, tiendo a repetir algunas cosas, Loli. Las más importantes. Esas pocas perlas de sabiduría que he adquirido viviendo y equivocándome.
Pero en este punto del camino, y pese a que este es un mundo incierto puedo asegurarte que tienes que intentar, por lo que más quieras, vivir el amor tal como te lo describo. No hay otra forma.
(...)
–Papi... ¿aunque cueste, vale la pena amar como me lo explicaste?
–Sí, Loli... a ver... ¿cómo te lo explico?
–Nu shé...


–Con una metáfora, Princesita. Mirá: el amor son las chispitas de luz que nos iluminan el camino, las estrellas en el cielo oscuro de la noche, que guían al marino para llegar a buen puerto. Porque esas estrellitas de felicidad tan intensa son las que nos ayudan a sobrellevar el infortunio, los dolores y los obstáculos que nos cruzamos durante nuestro paso por este mundo, mi chiquita. ¿Ves?
–Sí, veo.
–¿Sabés por qué te explico todo esto, Loli?
–¿Por qué?
–Porque te conozco y puedo predercirte esto, mi niña: vos no fuiste hecha ni viniste a este mundo para sentarte debajo del árbol de la vida, para mirar cómo pasa. Porque vos naciste para participar del banquete que es la existencia del ser humano, y no para comerte las sobras.
–Papi...
–¿Mhhh-hh?
–Mirá el cielo.
–Mhhh-hhh.
–Está todo salpicado de estrellitas. De chispitas. ¿Todas esas son de felicidad?
–Sí, Loli. Están ahí para que vayamos a buscarlas.
(...)
–Papi...
–¿Qué, mi pequeña?
–Sha me siento mejor, ¿sabés?
–Vení, bonita. Acurrucate acá, en mis brazos y dejá que te llene de besos, Loli.

El Profesor

jueves, 1 de octubre de 2009

Oso de peluche

Cuando la maldad se pone de manifiesto con su rostro más despreciable.
En esos momentos en que tendemos a pensar –y a creer–, que la inmoralidad prevalece sobre la justicia. El mal sobre el bien. La ingratitud sobre la buena voluntad.
Ante esos problemas de la vida, que a veces dan la ilusión que no tienen solución –aunque lo único que no tiene solución es la muerte–, de tan graves como parecen y se nos presentan.
Cuando flaquean las fuerzas.
Cuando parece que gana el desconsuelo.
Cuando la salida está en algún lado de un callejón muy oscuro y con muchas puertas, pero no se sabe ni se vislumbra cuál es la que lleva a la luz.
Cuando lo único que queda es la esperanza.
Entonces, en esos momentos, cuando uno siente que el mundo se le cae encima...



Allí está Lolita, que en esas situaciones, sólo admite una comparación: es como un oso de peluche.
Esos “oziz” suaves y cálidos que todo niño –y tambén los adultos, aunque nos cueste admitirlo–, necesitamos abrazar cuando el infortunio se hace presente y se ensaña con nosotros.
Ella se ha ganado el privilegio que lo mencione y lo haga público.
Lolita es como ese oso de peluche que me regaló un día, para que me hiciera compañía.
Cálida, comprensiva, suave, tierna, sosegada, mullida, contenedora, confortable.
Así es Loli.
Puro corazón.
Como un oso de peluche.

El Profesor